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Categoría: Terror

Ouija Mortal

En el pueblo, las noches de verano eran fantásticas. Una gran panda de chicos y chicas, la mayoría de ciudad, regresaba todos los años puntual a su cita de mediados de agosto para ocupar los hogares que vieron nacer a sus padres y abuelos. En realidad, en ello no había nada de romántico ni familiar, sino más bien un deseo de olvidar los estudios, la ciudad e incluso la propia familia. En sustitución: libertad, alcohol, amor y si se podía, algo de sexo.

En unos días, todo el mundo se había saludado, estaban organizadas las pandillas, aparecían las primeras parejas amorosas y hasta se podía leer en el bar de Manuel la lista de los titulares del partido de fútbol entre solteros y casados, todo un acontecimiento para la localidad junto al tiro al plato y la verbena. Y así transcurría, muy rápidamente, la vida festiva de este micromundo estival.

Pero todo llega a su fin. Las fiestas se terminaban y daban paso al ritual de las despedidas. Todos querían pasar los últimos días juntos como si no existiera una próxima vez. A lo largo de aquellos días, mil actividades. Durante las noches, como hacían siempre, sólo una: los chicos se alejaban caminando por la carretera hasta que el pueblo se convertía en una mancha rojiza en el firmamento. Solían llegar hasta el cruce con el viejo camino que enlazaba con la carretera y servía al ganado para subir al monte. Allí, sentados sobre un muro de piedra, siempre se paraban para hablar.

La noche estaba negra y estrellada, sin luna, y la vía láctea partía en dos el cielo. A ambos lados de la carretera sólo se intuía el campo de olivos, oscuro y ligeramente agitado por el aire. Frente a ellos, salía el camino de tierra, que en noches como esta, parecía no tener fin. Se juntaron siete para esta salida, excitados por la inmensidad del entorno, que los hacía sentir insignificantes e indefensos, buscaban acercarse unos a otros para rebajar la sensación de miedo. En el cruce, como era habitual, discutieron qué hacer. Tres de ellos, de los que dos eran pareja, Ana y Juan, y la prima de ambos, Luisa, decidieron volver; aquella noche tenían una sensación extraña, que todos achacaron al frío que bajaba por el cauce del arroyo seco en forma de brisa, pues desde que salieron del pueblo no les dejó de erizar la piel. Se despidieron hasta el día siguiente, no sin antes haber discutido con los demás, y mucho, tal decisión.

Los otros cuatro, quisieron repetir el juego de la ouija, juego que practicaban a menudo en un cuartucho de la finca de Luis, uno de ellos. Los resultados obtenidos en la mesa de los espíritus eran más bien cómicos, pero se entretenían de lo lindo preguntando sobre su futuro y discutiendo quién movía el vaso y por qué. No por ello, perdían el respeto y un alto grado de tensión. Aunque en ocasiones, Marcos y Fran, bromeaban con los objetos del cuarto con clara intención de asustar a las chicas: aprovechándose de la oscuridad, daban la vuelta a los crucifijos o dejaban caer algún cuadro colgado, provocando incluso a veces, llantos de histeria.

Luis, Marcos, Fran y Jaime, se adentraron en el camino hacia el cuarto, que distaba aproximadamente unos trescientos metros del desvío. Iban muy callados y parecían nerviosos. Con las manos en los bolsillos, miraban una y otra vez hacia atrás, asustándose unos de los pasos de los otros. Llegaron a la finca de Luis y se encerraron rápidamente en la habitación, encontrándose más seguros en su interior, aunque muy excitados. Encendieron una vela roja que repartía sombras temblorosas por todas las paredes y se reafirmaron en su intención de practicar la ouija, seguramente alguno ya estaba arrepentido de hacerlo.

La estancia era una antigua casucha de materiales para el trabajo del campo, que ahora se utilizaba para disfrutar de una pequeña piscina que se había construido en la finca. Luis, haciendo de maestro de ceremonias, sacó de debajo del camastro un cartón grande con letras y números dibujados en círculo, decorado con extraños símbolos; también cogió un vaso ancho de cristal. Lo colocó todo sobre la única mesa que había, vieja y redonda, y los cuatro se sentaron a su alrededor. Agarrados de la mano, con la respiración contenida y las caras desfiguradas por la luz de la vela, esperaron a que Luis terminara de invocar por tres veces a los espíritus, y a continuación, situó el vaso boca abajo sobre el cartón y todos pusieron su dedo índice sobre el borde del mismo.

- Espíritus, si estáis ahí, manifestaos.- repitieron en voz alta hasta tres veces.

Sin tiempo a repetirlo una cuarta, un fuerte golpe sobre la puerta metálica les hizo saltar de las sillas. Sólo Luis mantenía el dedo sobre el vaso de la ouija, y éste comenzó a moverse bruscamente hacia las letras de los bordes, deletreando: A N A J U A N L U I S A M U E R T O S

Las caras de los chicos se descompusieron, sus amigos muertos, hacía escasos minutos los habían dejado volviéndose a casa, y ahora se manifestaban como espíritus a través de la ouija. No sabían qué hacer ni qué decir, de no ser por los ruidos de voces que se oían en el exterior, risas, chapoteos en la piscina y gritos desencajados desde las ventanas que retumbaban en sus corazones. Se acurrucaron unos junto a otros, mirando frenéticamente en todas direcciones.

- Espíritus, ¿qué podemos hacer por vosotros? - gritó Luis, manteniendo el control ante el ataque de pánico de sus compañeros.

Tres sombras se acercaron al ventanal enrejado que había junto a la puerta, se agarraron a sus barrotes y gritaron hacia el interior:

- No volvais a gastarnos bromas con la puta ouija, ¿entendido?

Y dicho esto, tremendas risotadas se escucharon fuera del cuarto, las de Luisa, Ana y Juan, y a ellas se le unieron las de Luis, que de acuerdo con las chicas había querido organizar aquella farsa.
Únicamente tres personas no se rieron, ni se han reido nunca de lo que allí pasó.
Datos del Cuento
  • Autor: Perrofiel
  • Código: 10818
  • Fecha: 09-09-2004
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.44
  • Votos: 126
  • Envios: 13
  • Lecturas: 4518
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Celedonio de la Higuera
invitado-Celedonio de la Higuera 09-09-2004 00:00:00

Ciertamente este cuento es muy terrorífico. El final es para quedarse mudo. Pero no sólo por esto es bueno. Me ha parecido espectacular la descripción de la vida del pueblo. Para los que vivimos en un pueblo pequeño no cabe duda que las cosas son como tú las cuentas. Te felicito una vez más. Saludos.

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