Delante del fortificado edificio de una cárcel, dos muchedumbres se enfrentan unas horas antes de que ejecuten al reo. Lo hemos visto mil veces.
Unos portan pancartas en contra de la pena de muerte cantando lemas y consignas en favor de preservarle la vida a un repugnante criminal.
Los otros hacen justo lo contrario, gritando con vehemencia que a esos sujetos dañinos y depravados hay que matarlos por el bien de la sociedad.
Lo malo es que todos se equivocan, todos ven del asunto solamente la mitad. Todos tienen razón a su vez, pero les falta algo en que parecen no haber pensado nunca: la libertad.
No hablamos de la libertad de andar sueltos por las calles, no se trata de la libertad de no estar presos; la libertad a la que nos estamos refiriendo es a la de la conciencia, pensamiento y creencias de los individuos de este mundo.
Muy bien, yo maté a alguien, yo violé, asesiné y sembré de oscuridad la vida de alguien, yo soy el más abyecto de los hombres; pero ahora esos mismos que aborrecen mis actos, que aseguran que la vida es algo que nadie tiene derecho a robar, son los que me la quieren robar a mí. Si era intolerable que yo lo hiciera, igual de impropio será que me lo hagan. No hablan de ley sino de venganza.
Y por supuesto los comprendo perfectamente.
Y el otro bando que debido a sus creencias no consiente que el sagrado don de la vida se arrebate a nadie en absoluto, ni siquiera a un asesino como yo, porque sólo Dios da y quita, tampoco tienen en cuenta las creencias del que va a ser legalmente asesinado, o lo que piensa de sí mismo y de su propia vida.
Se olvidan de la libertad.
Si la humanidad no hubiese luchado desde que está sobre la faz de la Tierra por intentar ser cada vez más igualitaria, justa y generosa, aún estaríamos bajo la espada de Atila, o quemando brujas, o exterminando homosexuales, negros, moros, comunistas, sacerdotes, etc.
Todos sabemos, no obstante, que hay hoy en día lugares en el planeta donde la vida sigue siendo así de bárbara y monstruosa, pero no por ello, sino al contrario, justamente por eso, debemos seguir intentando avanzar en una evolución que nos acerque cada vez más al humanismo.
En esa dirección yo quiero dar un paso hoy y pronunciar que me declaro partidario de la pena de muerte pero con una condición que respeta la libertad de conciencia individual y que es la siguiente:
YO ABOGO POR LA PENA DE MUERTE, PERO SOLO PARA LOS QUE SOMOS PARTIDARIOS DE ELLA.
Lo digo completamente en serio e invito a reflexionar detenidamente. Gracias.