Cuando era apenas un mocoso (Bueno la verdad es que todavía soy un mocoso pero el cuento de la renitis se los narro después), no sé porque le dicen mocosos a los niños, cuando yo era niño mi papá me amenazaba: “Si no se suena lo sueno con un costal” - así que tenía suficiente motivación para no estas mocoso.

Pero como les decía, cuando tenía siete años, vivíamos todavía en el pueblo y podíamos tener perros que corrían libres por el solar. El solar me parecía entonces casi infinito, con pasto que me daba a la rodilla y sus paredes altas tocaban el cielo, ahora que lo pienso no debería ser tan grande pues mi mamá me sacaba a gritos de la casa que me quitara la mierda del labrado de mis zapatos con un palito (¡Perros Hijueputas!).

Teníamos cinco perros, no porque nos pareciera “Chic” tenerlos o porque gustáramos de extravagancias, sino porque mi papá siempre creyó que un perro era el mejor celador y cada vez que nuestro equipo de vigilancia se dejaba sobornar por un pedazo de salchichón y nos robaban, mi papá haciendo uso de su lógica: Compraba otro perro.

Así, mi niñez se desarrolló en un solar con pasto alto y mierda de perro, ahora no me culpen por mirar el mundo con reserva.

Los perros me enseñaron muchas cosas: Toda mi tabla de valores la recibí de estos animales. Cuando le servían las sobras en una llanta partida por la mitad y acondicionada como comedero, los perros me enseñaron que hay que meter el hocico primero y hacerse del lado inclinado para que le toque mas, este concejo aún lo practico, igual el mundo es una gran llanta vieja dispuesta como un comedero y hay muchos perros hambrientos compartiendo las sobras, el secreto del triunfo es encontrar el hijueputa lado inclinado, bueno en eso estoy.

Cuando venía un extraño a la casa se agazapaban los perros dejando que entrara lo suficiente y al llegar a la mitad del camino que separaba el portón de la casa, la jauría de pulgosos se abalanzaba haciendo que el intruso se cagara del susto, no hay mejor ejemplo del valor del trabajo en equipo y el mérito del silencio, con suerte en ocasiones le puedo morder la pierna a la vida y saborearme el éxito.

Orinar para los perros es un atajo a la eternidad y a la gloria, es dejar marcada su huella y su camino, cada hidrante cuenta que vivieron, que si senda los condujo en esa calle, orinar no es solo levantar la pata y tirarse un pedo, orinar es para ellos testimonio de vida y cada vez que otro perro pasa cerca al hidrante se acuerda de su amigo y compañero porque marcó para él su propia ruta, tal vez no orine cada cosa que hago (Ese es un deseo que reprimo), pero creo en la importancia de dejar huella, de eternizarme en el corazón de un amigo y de andar dejando tras de mi un camino.

Grandes maestros los perros saben que las hembras son para compartirlas y cuando entraba en calor una perra, venía una peregrinación de perros de todas la cuadras vecinas y pasaban por el solar en busca de amor. Una visión posmoderna la de los perros que me enseñó: que así uno no este de acuerdo con: “la novia es para los amigos”, tal vez ellos no entiendan eso, así que es mejor mantener a tu mujer muy enamorada.

Los perros me enseñaron que cuando se ama a una pareja debes luchar con los dientes por ella, tienes que repartir mordiscos y gruñir un poco y cuando por fin logras estar con ella, entregarte al momento con pasión, liberarte de prejuicios y tabúes y amar en la mitad de la calle frente a los ojos asombrados de la gente. Los perros se entregan al amor de mil maneras, aman una y otra vez, porque conocen el sabor de amar, aman sin medida, sin egoísmos y sin posesión, los perros tienen la libertad del amor mismo.

Por cierto alguien sabe: ¿Por qué se pegan los perros?.