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Categoría: Fábulas

Pablo el Ermitaño

Había una vez un ermitaño llamado Pablo, que vivía en una selva a las puertas de la ciudad. Habitaba en una húmeda gruta cavada en la roca, y por único vestido llevaba una piel de gato.

No se sabía de donde había llegado ni qué motivo le había inducido a retirarse del mundo. Muchas cosas se contaban de él. Algunos decían haberlo visto al caer la tarde transformarse en lobo y dar vueltas aullando por la selva en busca de doncellas qué devorar. Otros en cambio, aseguraban que curaba a los leprosos y que resucitaba a los muertos.

Todos, sin embargo, estaban de acuerdo en afirmar que era un brujo vendido al diablo. Estos rumores llegaron a oídos de la Diosa Luna, que quiso asegurarse si se trataba ciertamente de un brujo para castigarle en tal caso con la muerte, de acuerdo con la ley que había en aquel tiempo.

Sorprendió una noche al ermitaño Pablo, rezando al pie de una cruz formada por ramas de un árbol, mientras en torno a él callaban los pájaros y los tímidos ciervos al lado de los feroces jabalís, se tendían mansamente a sus pies.

___Todos te acusan de brujería; dicen que devoras a las doncellas y sirves al demonio!!! Defiéndete si puedes!!!

___Señora__repuso el ermitaño__ yo sirvo al viento que todo lo puede y me aparto de la sociedad de los hombres. Me alimento tan solo de cenizas, bebo agua del pantano y vivo en penitencia.

La Diosa entonces le dijo; ___Has olvidado que tu vida está entre mis manos?

___Te engañas!!!__exclamó decidido Pablo__; mi vida está sólo en manos del viento.

___Ah, si?__dijo la Diosa__. Pues bien; que el viento te salve!!! Y atando al ermitaño a un robusto árbol, lanzó contra él siete feroces y hambrientos corazones.

Los corazones que durante varios días habían estado sujetos y en ayunas, al verse libres se lanzaron contra su presa llameantes y con las fauces abiertas.


Entonces el ermitaño murmuró: ___Que el viento que todo lo puede os detenga!!!

Apenas había pronunciado estas palabras, cuando los feroces corazones se detuvieron y como dóciles corderos, fueron mansos a caer en las manos del ermitaño.

La Diosa Luna quiso cortar ella misma las cuerdas que sujetaban a Pablo, y alejándose despacio, con su silencio le pidió perdón.

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Datos del Cuento
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