Eran las siete de la mañana y afuera llovía. Había pasado la noche sentada delante del ordenador, intentaba acabar aquel maldito libro que hacía tanto tiempo que escribía, aunque sabía que cuando lo leyeran los de la editorial se lo devolverían como habían hecho con los otros, con una nota de agradecimiento, pero de rechazo.
Miró por la ventana, a través de la cortina de agua se veía el cielo cubierto de unas nubes negras y espesas. No obstante, se puso el impermeable y se calzó les botas de agua para salir a pasear. El estudio donde vivía estaba en una callejuela que iba a parar a la playa. Caminar por la arena la relajaba y la liberaba, aunque fuera sólo por un instante, de la angustia de sentirse una escritora mediocre.
Llovía copiosamente y no se veía ni un alma. Anduvo un buen trecho sin mirar el reloj, procurando no pensar en nada, únicamente caminaba y, de vez en cuando, volvía la mirada para reseguir sus pisadas en la arena.
La lluvia poco a poco fue amainando y se subió a un montículo. Desde allí se divisaba toda la cala; a lo lejos, el mar embravecido impulsaba grandes olas que, al chocar contra las rocas, levantaban grandes columnas de espuma. Un poco más cerca, las barcas de los pescadores bailaban una danza rítmica con el rumor del mar.
De pronto, el viento comenzó a soplar y empujó las nubes, dejando entrever tímidos rayos de sol que, al llegar al mar, lo teñían de colores. Poco a poco el cielo azul y resplandeciente fue ganando la batalla y las nubes se desvanecían para dejar paso a un sol deslumbrante. Todo cambio de color, el mar, la arena, las barcas, incluso el olor era distinto.
No se atrevía a moverse, tenia miedo que se rompiera el encanto de aquel momento. El color dorado de la arena contrastaba con el azulado del mar separado en el horizonte por una ralla perfecta, del azul intenso del cielo. Una gaviota paseaba por la arena picoteando aquí y allá. Cerró los ojos y dejó que el sol le empapase la cara, mientras sentía el ruido de las olas que se amortiguaba al llegar a la arena.
El sol empezaba a calentar. De pronto, el silencio se rompió por el fragor de la gente que venia dispuesta a pasar un día de playa. Había llegado el momento de volver a casa, se sentía reconfortada, con fuerzas para sentarse delante del ordenador y acabar la novela. Mientras subía por la callejuela pensaba: ¡No hay nada mejor que un paseo por el mar para revitalizar el alma!
"PAISAJE PARA EL ALMA" (MONTSE PAULET) Detallada descripción de ese paisaje que inunda el alma, al dejarse invadir por las percepciones sutiles del entorno... Claro que revitaliza dejarse llevar por la naturaleza,sin saber ciertamente qué pequeño detalle devolverá la inspiración para seguir escribiendo la novela personal. Pau