Diciembre 5, 1938. Caminaba y pensaba mucho, lo hacía a menudo, creo que era para no aburrirme o tal vez tan solo para pasar el rato, ya no lo recuerdo bien, de eso han pasado ya 60 años aproximadamente, por lo cual me cuesta trabajo recordar detalles. Como sea, caminaba leyendo, cosa que siempre hice, mala costumbre por lo demás, siempre me ocasionaba problemas el hacerlo ya que terminaba la mayor parte del tiempo en el suelo pidiéndole disculpas a alguien que pasaba por allí en ese momento. Pero siempre fui testaruda, creo que desde pequeña, así que volvía a hacerlo.
Esa mañana tropecé con mi vecino el señor Fernández, nadie supo nunca cual era su nombre, solo lo llamábamos así. El señor Fernández siempre me cayó bien, creo que era por la simple razón de que yo le caía bien a él. Siempre me saludaba y me compraba un dulce, en realidad si mal no recuerdo eran dos, ya que mi primer dulce siempre terminaba o el suelo o pegoteado a alguna de las páginas del libro que llevaba. Esa mañana el Señor Fernández no me saludó, fue extraño realmente porque por más señas que le hacía yo, no pareció responder ninguno de mis mensajes. Caminé tras él, pero parecía evadirme. Me acerqué cuidadosamente y lo observé mirar un ave, un pájaro blanco muy hermoso. Empecé a hablarle y comentar la hermosura del pájaro, pero aún no había respuesta. El señor Fernández de pronto me miró y me susurró:- Ves, ese hermoso pájaro es libre-. No entendí nada al principio, me pregunte si éramos libres y mi respuesta fue muy simple:-Claro que somos libres- me dije sin dudar ni un segundo la veracidad de mis palabras. Pero el señor Fernández interrumpió mis ideas y me dijo: -Lástima que no seamos libres, me hubiese gustado serlo-.-¿Cómo que no somos libres señor Fernández?, yo soy libre, hasta donde yo sé, nadie me presiona a hacer algo, lo ve somos libres- dije yo ahora con un poco de duda eso sí, ya que no veía que él apoyara mi idea, más bien parecía mirarme con cara de “oh, pobrecita, no sabe nada”. –Mira, lamento realmente que estés equivocada- dijo él con un tono un poco burlón. Lo miré y antes de que alcanzara a preguntar por qué el agregó:- Yo trabajo para una compañía bastante importante que se preocupa de la importación y la exportación de fruta. Me gusta mi trabajo, sin duda, pero tengo un jefe al cual obedecer, el cual también tiene su propio jefe y así sucesivamente. Hasta el dueño debe obedecer ordenes, no directas, pero si su empresa falla, él pierde dinero, cosa que nos afecta a todos. Entendiste algo de todo lo que dije- dijo por fin tomando algo de aire, ya que durante su explicación no parecía ni siquiera haber respirado. Yo había entendido bastante para tener ocho años nada más, creo que eso de leer me había servido de algo, por lo menos sabía bien lo que era la exportación e importación. Pero aún así era triste ver al señor Fernández así, como si recién se diera cuenta de cómo es la vida realmente, me pareció raro que en ese momento justamente me estuviera explicando como funcionaba todo aquí, en esta vida, fue por eso que pregunté:- ¿Qué le pasa?.Pero no obtuve respuesta, el señor Fernández ya no se encontraba sentado al lado mío, sino que lo vi alejarse por la misma calle donde me tropecé con él la primera vez.
Me preocupé mucho esa tarde, no sabía que había pasado. Descolgué el teléfono, vacilé un segundo pero marqué su número. Creo que esa vez fue la que más se demoró en contestar, o tal vez mi impaciencia lo hizo parecer una eternidad.-Aló- dijo por fin una voz desconocida para mí, porque hubiese reconocido la ronca voz del señor Fernández en cualquier parte. Tampoco era la de su esposa ni la de su hijo.-Hola, está el señor Fernández- pregunté. No hubo respuesta hasta unos treinta segundos después cuando la voz del teléfono me dijo sollozando:-lo siento, pero él se fue-. ¿Cómo que se fue?, ¿Dónde se fue?- dije sin entender nada.-Soy su prima- dijo ella.-lo siento pero él ya no estará más. Perdió su trabajo y pensó que ya no tendría como alimentar a su hijo ni a su esposa, así que…-dijo ella suspirando.
Esa tarde corrí más que nunca, luego de la voz de su prima colgué el teléfono, me dio miedo seguir escuchando la historia, temía que fuera lo que yo pensaba, así que fui al banco donde habíamos estado sentados viendo al hermoso pájaro blanco y vi algo. Había un sobre con mi nombre, lo abrí. Solo había una pequeña nota en él, decía: Siempre supe que vendrías, no seas cobarde como yo lo fui y aprende a vivir en este mundo donde solo las aves son libres. Atte señor Fernández.
Aún guardo el sobre, pero sobretodo la esperanza.
M.Smith