Estaba en un bar cuando oí que un tipo le decía a otro que el mismísimo Michael Jackson se hallaba de incógnito en el pueblo. Anoté la dirección y al instante estaba delante de la casa del astro del pop.
Y era él. Lo vi por una cortina entreabierta. Bebía una taza de tilo sentado enfrente de una mesa coja.
Me encaramé a un árbol, premunido de mi vieja Kodak, y procedí a espiarlo.Esperaba sorprenderlo en alguna actitud escandalosa.
Pero la verdad es que se comportó del modo más común. Comía, veía televisión, ojeaba revistas, iba al baño y sacaba la basura, claro que esto último lo hacía con cierto ritmo, incluso creí verlo realizando su famoso paso de baile cuando volvía a la casa.
Tal vez, lo único excéntrico que registré fue que una madrugada se asomó al balcón para orinar un rubí.
Eso me bastó. Con varias fotografías más la misma piedra preciosa y gastando lo que no tenía, volé a Miami, a las dependencias de una revista farandulera.
Ahí me recibió un bostezante jefe de redacción el que me enseñó una ruma de fotografías del mismo personaje al cual yo había “paparazzeado”.
— Se llama Wilmer Díaz, y es uruguayo. Es el doble idéntico de Jackson.
Contraataqué:
— Pero expulsa rubís.
Se rió.
— Amigo, se trata de una piedra es cierto, pero de un cólico renal.
La verdad es que nunca he sido muy entendido en piedras de ningún tipo.
Destrozado me volví a mi pueblo haciendo auto-stop. Una tarde entré a una cantina. En el televisor, Jackson, se ponía la mano en la entrepierna y adelantaba la pelvis agresivamente. Lo tomé como una ofensa personal.