Tal como me lo contaron... Dicen qué...
-Santiaguiño, ¿por qué no nos acercamos a Arcade a comernos unas ostras? Aquí, en Combeses poco tenemos que hacer ya.
-Bueno, como tú digas, Roveiriño. Voy por el coche.
-Te acompaño. Este pueblo es bonito, pero para vivir siempre en él, que no me busquen.
-Muy cierto. Pero tú y yo no hemos venido de turismo, sino a trabajar. Y mientras trabajas, yo al menos, no distingo un lugar de otro. Todos me son igual. Bueno, ya hemos llegado.
-Conduce con cuidado, pues además de la estrechez de la carretera hay un par de curvas peligrosas.
-¡Cómo si fuera ésta, la primera vez que hago esta ruta...!
-No te ofendas, ya que no lo digo por ti, sino por el montón de ineptos a los que se les permite conducir.
Van relajados, hablando de la gestión catastral que les ha llevado a Combeses, cuando pasado Covela, en una curva cerrada aparece por su propio carril un coche que invade su calzada. Roveiriño tiene el tiempo justo de dar un golpe de volante para evitar el choque, quedando el coche cruzado en la carretera. Ambos, con el rostro demudado, los ojos casi fuera de las órbitas y sin resuello para hablar, se persignan y durante escasos minutos se centran en íntimo recogimiento
-Tú, a quién has rezado -pregunta Roveiriño.
-Yo, a mi santo patrón, como siempre... Y tú.
-Pues, verás, como los santos siempre suelen estar muy ocupados con tantas peticiones como se les hace, yo siempre que rezo, por aquello de que siempre habrá uno que esté sin hacer nada, les digo: ¡para el primero lo pille!