En un pequeño parque, dos ancianos caminaban mientras conversaban plácidamente, era una conversación tan extensa y entretenida que parece que los músculos de la lengua se movían al mismo ritmo de los músculos de las piernas. En una esquina del parque donde estaba ubicado un hermoso jardín, los dos ancianos se detuvieron y callaron de pronto, contemplaron las flores abiertas y el encanto misterioso que brindaban los capullos a punto de brotar, aspiraron el perfume, y cada uno tomó una piedra de las tantas que habían en la jardinera y retomaron nuevamente su camino, así como su amena charla.
En el mismo pequeño parque, dos jóvenes caminaban, y al igual que los ancianos iniciaron una conversación que transcurría al mismo ritmo de sus caminatas. De igual manera llegaron al jardín, y siguiendo los pasos de los dos ancianos, se detuvieron, contemplaron las flores, aspiraron su aroma para después proseguir su camino.
En las inmediaciones del parque los dos ancianos seguían caminando, precedidos por los dos jóvenes, cuando de repente dos perros callejeros, con la agresividad de quien ataca sin razón, embistieron furiosamente contra las cuatro personas que ya iban de regreso, estuvieron a punto de ser mordidos, sólo los salvó la puntería y la celeridad con que los dos ancianos actuaron para sorpresa y admiración de los dos jóvenes que quedaron petrificados sin tener tiempo de pronunciar palabras.

Moraleja:
Cuándo la experiencia emprenda acciones extrañas, sigamos sus pasos, aunque de momentos no sepamos porqué... La repuesta la tendremos al llegar a la esquina.