Esta vida tiene batallas que son como una partida de ajedrez, al mover ficha sientes por dentro el temor de no haber calculado bien las intenciones del contrario. Mientras con sudor en las manos inicias la partida, posas tu primer peón o tu caballo pensando haber realizado una buena jugada de avance. Pero tras varios movimientos igualados de repente un ataque inoportuno del contrario, ajeno, no pensado, una ficha descolocada de tu esquema de juego te hace parar, observar como tu alfil desaparece, sorprenderte, desear haberlo previsto o al menos haber cambiado tu jugada por otra más acertada en la que ninguna pieza perdieras, pero ya no hay vuelta atrás debes proseguir tratando de arreglar la circunstancia adversa que se te presenta. Y de nuevo, otro movimiento, otra vez tu cerebro conectado por impulsos a tu mano te hace alzar un nuevo peón y dejarle posado en un cuadrado libre, un hueco vacío, un paso adelante, carente de inmediato peligro.
Y así prosigue el juego, se trasladan piezas que tratan de transportar una idea, una meta programada, prosigue el viaje de encuentros, de motivos, de aventuras, de sudores entre enemigos que acechan, de aciertos que avanzan, de errores que matan, prosigue tu partida.
Y tras varias horas, bien podrían ser días, meses, años, en tu tablero ya apenas divisas tres tímidas piezas para vencer, apenas ya no te queda nada que emita valentía, vida, esperanza, solo tu pensamiento y tres piezas para ganar la partida. ¿Que piezas quedan?, un peón, un caballo y un temeroso rey acorralado entre dos torres y una reina, ¿qué hacer?. La idea de levantarte dar una manotazo al rey para que ruede vencido en el tablero, la idea de abandonar esa desproporcionada partida te asalta, se cruza por tu pensamiento ¿eso es lo más digno?, ¿morir vencido? o ¿tal vez sea más valiente luchar hasta el final?. Decides proseguir, tal vez haya una jugada maestra, una esperanza que no contemplaste.
Las dos torres enemigas posicionadas, impertérritas, estudian su ataque, arrinconar a tu pobre rey y darle muerte y tú, que bien sabes que tu caballo nada podrá hacer más que proteger en pocas jugadas una vida ya sentenciada a morir, de repente decides, en rápido movimiento hacer protagonista de tu partida al pequeño y anónimo peón que avanzaba ilusionado, discreto para recuperar reina.
Un solo peón, humilde, casi humano, un caballo, brioso y valiente corcel entregado a la tarea de no dejarse tumbar, de no desfallecer entre las piezas enemigas y un exhausto rey del que aún crees en su digna figura, esas son las únicas piezas gloriosas de tu desafío. Dando saltos se posiciona el caballo protegiendo al rey, arropando al peón y haciendo jaque al rey enemigo, con ello inmoviliza, por el momento, una de las torres, en la próxima jugada caerá vencida, te dices con renovadas esperanzas. Ya queda menos, sobrevive mi rey, mascullas en el pensamiento. La torre enemiga se revela, recorre rápidas distancias para atacar a tu rey, le protege desde lejos la reina enemiga, bien situada, presta a abalanzarse si es oportuno hacerlo. Contraatacas, no hay más remedio, el peón firme en su puesto junto al rey, el caballo buscando desesperado el hueco perfecto en el que posicionarse y controlar las piezas atacantes.
De repente la torre adversa en movimiento vertical se abalanza sobre tu peón, protegido tan solo por la mano temblorosa del rey, que ve como su fiel súbdito cae muerto a sus pies sin tiempo a reaccionar, sin comedimiento, sin compasión. La torre mira desafiante al asustado y solitario rey pero el caballo en espontáneo movimiento se interpone, plantando sus patas y elevándose en un relincho le mira desafiante. El enemigo de nuevo se agrupa, retoma estrategia y reforzado en sus centinelas, bajo la atenta mirada de su distanciada reina, acorrala al caballo, lo aisla y éste inútilmente trata ya de brincar, dar su últimas y desesperadas coces. Finalmente tras enconada lucha por el tablero, desfallece, y exhausto se tumba a morir. Tan solo queda tu rey, el adversario sonríe, te mira ufano, todas sus piezas aún sobreviven, escasos pero poderosos enemigos levantando en victorias y olor de triunfo cualquier movimiento próximo que vaya a hacerse. Y tu rey, ya herido de necesidad, en soledad, en el hueco más cercano a su derrota, cae muerto.
El oponente se levanta de la silla, le miran sonrientes sus figuras desde el tablero, ¡partida ganada!, grita con entusiasmo entre los aplausos de los demás que comienzan lentamente a retirarse de la sala. Y tú vencido, con el rey muerto en tu mirada, te retiras en silencio.
Y un niño, entre el público, con los ojos desorbitados de inocencia se acerca apresuradamente al tablero y mira y observa y ve con tristeza la verdadera escena, la que que nadie vio en tan cruenta partida.
El anónimo y humilde peón yace muerto junto a la corona de su rey, en su último aliento quedó desmayado de vida en la anteúltima casilla tratando de dar nueva vida a su reina. El valiente caballo, con los ojos entornados posa sus patas traseras sobre la casilla en la que hubiera querido proteger a su noble majestad, se percibe en él una bondadosa mirada de gratitud. Y la regia figura, ya sin corona, con el corazón atravesado por la lanza del centinela de una de las torres extiende sus brazos ensangrentados cubriendo con su manto en generosa postura a sus dos piezas amigas dandoles un cálido y último abrazo de despedida. A su alrededor los enemigos posicionados, bien plantados, rígidos, con mirada fría exenta de compasión se muestran impasibles, inertes, orgullosos. Y la reina enemiga, desde lejos y con mirada altiva, observa como el rey vencido, en posición agonizante, exhala un último suspiro.
Y por instante, tan solo por instante, se puede observar como las tres piezas derrotadas, aún no retiradas, forman en el tablero de juego la extraordinaria figura perfecta de una lealtad.
Pero tan solo lo ve un niño, que con sumo cuidado recoge entre sus manos las piezas inanimadas y se aleja de la escena brotando desde su rostro una lágrima.
¿Qué esconde este apasionante juego?, cual es el objetivo?, ¿ganar o dar muerte al contrario?, o ¿quizá ambas cosas son lo mismo? La partida está terminada, en la batalla final triunfó el más fuerte.
Pocas personas son capaces de intuir que es un niño el que se lleva el verdadero tesoro de una victoria escondido en su pequeño bolsillo.
LA GRAN PARTIDA Excelente el cuidado lenguaje metafórico, trabajado en este cuento...Te felicito. Me recuerda palabras de Richard Bach..si tuviera que decir una sola cosa sobre la vida,recoradría que es un juego...que tiene reglas...y cuando nos dejamos atrapar por él,la pérdida es una tragedia,si olvidamos que es una partida de ajedrez o pensamos que nuestro tablero es el único que existe... Y yo agrego que lo importante es jugar...siempre hay revancha... Pau 2