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Pedazos de Amor en un Corazón.

Una pareja dispareja. Así eran Paula y Francisco. Ella una mujer muy noble, amaba a Dios y en su corazón no había rencores. Francisco un hombre rudo, muy machista, con un carácter muy fuerte y a veces violento. Ella siempre le decía: "Busca de Dios Francisco, veras que si lo buscas lo consigues, y si le pides que cambie tu manera de ser, nuestro padre Dios lo hará, porque te ama." Francisco le grito: "¡Ya me tienes harto con tus sermones! ¡Estoy ya cansado de vivir con una santa, no te soporto!" Paula no dijo más nada y abandonó la habitación. Francisco caminaba de un lado para otro. No sabía que hacer. Estaba metido en un problema bien grande. Ya lo habían sentenciado en que podía perder su trabajo, todo por su mal carácter. Últimamente estaba teniendo problemas con su propio jefe. Esa noche Paula no pudo dormir. Francisco se había ido de la casa muy enojado. "Mi señor Dios ya no puedo más. Mi esposo se está haciendo daño y también a mi. Dime señor, ¿Qué hice mal? Me casé para toda la vida, aun amo a mi esposo, pero no creo que pueda cumplir con mi promesa de amarlo para siempre. Ayúdalo Dios, cambia su manera de ser, él no era así. Solo tú lo puedes hacer."

Eran las dos de la tarde. Francisco apareció, venia muy triste, se notaba que había tomado
alcohol. Paula lo esperaba pacientemente. Era una gran mujer, con mucha paciencia. "¿Dónde pasaste la noche Francisco? ¿No fuiste a trabajar hoy?" Francisco no podía esconder su dolor, su enojo. Sé tiró en el sofá y casi sollozando dijo, de muy mala manera: "¡Estoy harto, bien harto, todo me sale mal!" a ti no te soporto, no me gustan las mujeres conformistas. ¿Quieres saber donde pase la noche? ¡Con una mujer de carne y hueso, no con una santa que solo habla de Dios! Además te quiero decir algo, he perdido mi trabajo. Hoy me despidieron. Discutí con el jefe, me llamó borracho, poca cosa, irresponsable, y el desgraciado me botó. Ya lo sabes todo. ¿Qué más quieres saber mi querida monja?" Paula sintió dolor y verguenza. Su marido, aquel hombre que era todo en su vida, con el cual fue feliz hasta hace unos dos años, había cambiado completamente. Le parecía un desconocido. Ya no tenía amigos decentes, solo borrachones. Ya no era amoroso con ella, no la sacaba a ningún sitio, y para colmo, le estaba siendo infiel, después que juro amarla para toda la vida. Paula lloró de impotencia y desesperación. "Tú nunca me dejaste trabajar, me lo dabas todo. Siempre te he estado cuidando, he sido una esposa fiel y amorosa. No sé a que se debe ese cambio tuyo. Nunca te he ofendido, para que tú me ofendas a mí. Eres muy cruel conmigo Francisco, y me dices en mi cara que tienes otra mujer. ¿De qué vamos a vivir ahora, si ya no tienes trabajo? ¿Qué será de mi?"

"Sabes mujer, tú me hiciste cambiar. Ya no eres la mujer con quién me casé. Además creo que no nací para el matrimonio, y menos con una mujer como tú. Me voy de esta casa, no quiero volver a verte. Arreglatela como puedas. Llama a tu Dios para que te ayude, a él lo quieres más que a mi." Francisco se fue a su cuarto, lleno una maleta de ropa, y sin despedirse de su esposa, que lloraba amargamente, se fue de la casa para siempre. Paula seguía llorando, trataba de hacerlo entender que así no se resolvían las cosas. Que trataran de
hablar, que ella estaba dispuesta a perdonarlo, buscar un trabajo, con tal de que él cambiara su forma de vivir. Pero Francisco se hizo el sordo y abandono aquel hogar, aquel que fue un día un dulce hogar. Paula se fue a su recámara y allí llorando lágrimas negras, se puso a hablar con Dios. Pidiéndole ayuda para ella y para su esposo. Él había sido un hombre bueno, pero de la noche a la mañana se había convertido en un ogro, una bestia sin sentimientos. Se quedó dormida llorando, pero sintió una paz interior. El sonido del timbre de la puerta la despertó. Eran las seis de la tarde. Mirándose al espejo se arreglo un poco, peino su linda cabellera, y se dirigió a la sala, quizás era Francisco, había olvidado las llaves, y venia arrepentido a pedirle perdón por todo el daño que le estaba causando. Cuando abrió la puerta se encontró con un policía. Este oficial le dio la noticia de que su esposo había tenido un accidente muy grave. "¿Está muerto?" preguntó Paula, temblando como una hoja. El policía contestó: "No sé señora. Lo único que le puedo decir es que sé lo llevaron bien grave al hospital. Si no puede conducir, con mucho gusto la llevo al hospital." "Gracias oficial, no sé conducir y no tengo carro." Paula oraba en silencio, pidiéndole a Dios que no sé lo llevara.

Paula nunca se separo de su lado. No paraba de orar por la salud y la vida de su esposo. Francisco seguía grave, aunque ya había recobrado el conocimiento, pero no la conocía. Había tenido un accidente automovilístico muy grave. Paula lo cuidaba con amor, le leía la Biblia, le contaba de cuando se conocieron y los felices que fueron, pero aun así, él no se recordaba de ella. El tiempo seguía pasando. Gracias a las oraciones de Paula, Francisco se recuperaba. Ya podía hablar mejor, se podía mover un poco, pero no podía recordar quien era ella. A pesar de que muchas veces ella le dijo que era su esposa y le enseño fotos de su boda, cuando eran felices y salían a pasear juntos, cuando con amor se besaban. Una tarde salió Paula a su casa a darse un baño. Cuando llegó, lo que vio la dejo helada. Le habían sacado todos sus muebles para afuera. Le habían cambiado la cerradura a su casa. Había perdido su casa porque no tenia dinero con que pagarla. Habló con las personas que estaban allí, despojándola de lo más valioso que tenia, su casa, pero no logro convencerlos. Se fueron sin importarle su dolor.

Se arrodilló, comenzó a clamar a Dios, y por primera vez lloró lágrimas de sangre. Una señora anciana que pasaba por allí la vio llorando, se acerco a ella, le pregunto que le pasaba. Paula la miró, no sabia el porque, pero sintió confianza en aquella noble anciana. Le contó por todo lo que estaba pasando y el porque le quitaron su casa. La anciana la invito a su casa, vivía sola, y podía quedarse con ella el tiempo que quisiera. Paula acepto muy agradecida y le dio las gracias a Dios. Fue con la anciana al hospital y allí se encontró con otra sorpresa. Una mujer con dos niños pequeños, de unos cinco y siete años, hablaban con su esposo. Paula le pregunto quien era, si era algún familiar de Francisco, que ella no conocía. La mujer le dijo que no,era su esposa y los niños eran hijos de Francisco. Un año y medio atrás, ella lo estaba amenazando con denunciarlo a la justicia por abandono de hogar y por no mantener a sus hijos, desde hacia más de dos años. Francisco le había dicho que estaba casado, que amaba a su esposa, que era feliz. Que lo dejara tranquilo porque ya no la amaba. Ella entonces lo amenazó de acusarlo de cometer bigamia, pero ya no supo más nada de él. Se entero por otra mujer, que estaba grave en el hospital y por eso había venido con sus hijos. La anciana miró a Paula con lastima. "Nunca mi marido me dijo que estaba casado. Era un buen hombre, nos casamos por la iglesia, y fuimos muy felices." La otra mujer replicó: A mi también me amó. Nunca nos divorciamos. Pero un día dijo que se iba, que ya estaba cansado de mi, que no quería obligaciones con nadie, y me abandonó. Siempre fue un hombre de muy mal carácter, algunas veces cariñoso, otras veces cruel. No quería ni a sus hijos, pero ellos lo aman. El día que le dije que lo acusaría de bígamo, se puso como loco, me pegó, y después no supe más nada de él."

La anciana se quedo mirando a ese hombre que yacía en la cama del hospital, mirando para todos lados, sin saber lo que estaba pasando allí, porque no conocía a nadie, ni a sus propios hijos. Se volteo para mirar a aquella santa mujer, que desde que la conoció no paraba de llorar. "No sufras más hija. Todo en la vida tiene solución. Vamonos de aquí, ya nada te une a ese hombre. No es tu marido. Quizás algún día recobre la memoria y pueda arrepentirse de todas sus maldades y crueldades, y le pueda dar mucho amor a sus hijos, ellos si lo necesitan, tú no." Paula se abrazo a la anciana y le dijo: "No es fácil dejarlo mi querida abuelita. Lo amé y he estado con él en los peores momentos de su vida. Pero usted tiene toda la razón, no hago nada aquí. Me voy abuelita, pero aun quedan pedazos de amor en mi roto corazón." Francisco al tiempo se recuperó. Nunca jamás volvió a recordar a Paula, se le había borrado de su mente por completo. Como si nunca hubiera existido en su vida. A sus hijos y esposa los reconoció. Ella lo perdonó pero no quiso volver con él. Se reconcilio con Dios y comenzó una nueva vida. Le pidió perdón a Dios por todo lo malo que había sido con su familia. Nunca es tarde para arrepentirse de todos nuestros pecados. Paula también encontró la felicidad perdida, le seguía sirviendo al señor y era muy feliz. Su amiga, la ancianita, murió, dejándole toda su herencia. Era un mujer sola, y sus últimos años fueron felices, porque Paula fue su fiel compañera, su compañía, y le había enseñado que nada era más importante en este mundo, como amar a Dios sobre todas las cosas. El amor a lo material es algo que no se puede comparar con el verdadero amor de nuestro señor Jesucristo. Paula ahora es una mujer muy importante. El pasado quedó olvidado. Todas las noches y todos los días le pide a Dios algo muy especial. Que le haga un sueño realidad, conseguir el amor de un hombre honesto y sincero. Que la sepa hacer feliz, que la ame y la comprenda.

Fin.
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1 comentarios. Página 1 de 1
sadam
invitado-sadam 28-02-2008 00:00:00

la verdad yo creo que en esta vida todos meresemos oportunidades para el cambio porq los seres humanos odemos cometer mas de un error y agradesco a dios ps mi deber es agradecerle y demostrarle que por el y por mi familia conquietare el mundo.....sadam yucra aquino...

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