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Pedro y Luzia

La noche estiraba su manto de sombras, a través de la luna que luchaba por reemplazar las penumbras por diáfanos rayos. Cada vez más débiles y fríos. Todo se iba tornando de un color azulado cobalto, gélido. La escarcha se oía crujir bajo el peso mínimo de un gnomo de barbas tan blancas como rojo su bonete, que caminaba ansioso por llegar al fin, a su morada tibia. Aún cuando los gnomos, no sienten frío, ni temor, ni se enferman, ni tosen, ni cuando pisan el suelo congelado se le enfrían los pies. Ellos son duendes y a los duendes les está permitido vagar por el mundo, llevando alegría, cuentos, fantasías a todos los chicos. Éste se llamaba Pedro, igual que las piedras, que pisaba.
En el río siempre hay piedras y al esquivarlas o saltar sobre ellas... Pedro se divertía tanto! Que los demás duendes amigos le decían, que el era una piedra, también.
Miedo tampoco tenía, pero sí, estaba cansado. Había recorrido el bosque en busca de frutos rojos y sabrosos que quería compartir con los suyos y la bolsa echada al hombro pesaba mucho. 
De pronto la noche le ganó a la luna y en extraño sortilegio desató una tormenta, rara, para esa época del año. Los juncos que crecían al borde del río, se hamacaban hasta tocar las aguas, cubiertas de hilachas heladas, que el viento hacía volar como un viejo sombrero de alas muy anchas que se metían en los ojos de Pedro.
Éste apuró el paso y logró cruzar el río que roncaba caudaloso, debajo de la escarcha. Comenzó a subir la cuesta con fatiga. Escuchaba a lo lejos el aullar de los lobos, junto al rugir de la borrasca. Igual siguió su camino. No desconocía los peligros, tampoco los ignoraba, pero era valiente nuestro pequeño héroe.
Cuando al pasar por unas matas vio a una luciérnaga que luchaba por sobrevivir al vendaval. Bajó la bolsa y la invitó subir a ella. “Si quieres sube y entra en mi bolsa, te llevaré a un lugar seguro”... encendió, ella su pequeña lucecita y sintió que si no aceptaba la amabilidad de Pedro, moriría allí nomás, de un salto subió a la talega de Pedro y éste volvió al camino. Mientras ella lo iluminaba, él cantó una hermosa canción, para que a Luzia, se le pasara el susto. Esto pasó una noche, hace tiempo, ya.
Así nació una hermosa amistad, entre Pedro, el elfo, generoso y trabajador y Luzia, la luciérnaga agradecida, que prestó su luz a cambio de abrigo en una noche de tormenta...

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