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Categoría: Románticos

Pepona y Lord

Conocí a la Pepona por esas casualidades de la vida, buscando antiguos long play en una tienda de discos. Simpatizamos de inmediato, ella con sus ojos redondos y su melena lacia y yo con esa aparente displicencia y estiramiento que era nada más que eso: apariencia, por lo que fui de inmediato bautizado por ella como el Lord. Riendo a mandíbula batiente, nos dedicamos a juguetear con todo lo que se nos pusiera por delante como si fuésemos un par de niños traviesos. Estampado a fuego en mi memoria está ese momento cuando nos servimos un par de helados a la plaza y entre lengüeteo y lengüeteo nos fuimos contando nuestras cosas. Supe que ella había estudiado pintura, lo que coincidía conmigo, puesto que también había estado en la escuela de Bellas Artes hasta que me di cuenta que por ese camino no llegaría a ninguna parte. Bueno, por el otro que elegí tampoco llegué a parte alguna y ahora me debatía en una aparente mediocridad que trataba de dignificar leyendo sesudas obras de filosofía y asistiendo a cuanto evento cultural se cruzara en mi camino.

Al poco tiempo éramos grandes compinches, improvisábamos obras de teatro en pleno parque, ella aparentaba discutir conmigo y yo me iba encima tratando de golpearla. Entonces la Pepona, tomaba una piedra y amenazaba con arrojármela. La gente se aglomeraba, tomaba partido y hasta corrí el riesgo que me agarraran a coscachos por abusador. Después de estas terribles y fingidas peleas, nos abrazábamos, la gente comenzaba a dispersarse y allí nos quedábamos tendidos en el pasto aguantando las carcajadas.
Lo más loco fue aquella vez en que le canté el cumpleaños feliz en arameo y ella, para retribuirme me regaló un ramo de flores robado en una tumba de algún cementerio. En otras ocasiones veíamos una película en VHS partiendo de atrás para adelante.
-Buen final –decía ella. -¿Veamos como comienza?
Y acurrucados en el suelo y compartiendo una taza de café o una cerveza helada, comentábamos las incidencias de esa película absurda en que todo retrocedía.
-Así debería ser la vida ¿no te parece? –me decía con sus ojos brillando en la semipenumbra. –Claro que si –le respondía yo- mientras me empinaba la cerveza –retrocediendo hasta dar con aquellos momentos gratos o avanzando cuando el asunto se pone anodino.
Rubricábamos todo con inocentes besos en la mejilla. –Te espero la próxima semana Lord. Y me arrojaba la onomatopeya de un beso detrás del dintel. –Muaccc. Te quiero mucho. Y yo sonreía y le arrojaba cientos de los míos con mis manos. –Todos para ti, guárdalos Peponcita. Pucha que te quiero, loquita.

No existía de por medio sino un inmenso cariño, una atracción mutua que desembocaba en conversaciones livianas que poco a poco se iban dislocando hasta transformarse en parlamentos de orates. Muertos de la risa, omitíamos alguna letra, haciendo cojear nuestros diálogos, inventábamos absurdos léxicos, al rato nos tendíamos sobre la alfombra tomados de la mano sin que las palabras interrumpieran ese acto contemplativo.
-¿Pepona? –le preguntaba yo después de una larga hora.
-¿Qué?
-¿Qué va a ser de nosotros cuando te enamores de alguien?
-No hables tonteras.
-Puede suceder en cualquier momento, mañana, el mes que viene, no se…
-¿Tengo cara de enamorada acaso? –me contestaba mirándome con cierta picardía.
-No se. Sólo que tengo miedo. Nada más.
-Tonto.
Y comenzaba a entonar cualquier melodía, no dándole demasiada importancia a lo dicho poco antes. Luego tomaba un lápiz y un papel y bosquejaba una caricatura que me arrancaba carcajadas.

-Onomatopeya –me decía. Y yo estiraba mis labios para pronunciar un muaac sin gracia que sin embargo a ella le provocaba un ataque de risa.

Algunos atardeceres salíamos a recorrer el parque tomados del brazo, conversando y riendo, alternándose todo en una situación de tal verdadero caos que al final de cuentas no recordábamos de que diablos habíamos conversado. Y nuevas risas, onomatopéyicas y reales y besos respetuosos en nuestras mejillas para prometernos amistad eterna y pura.

-Te quiero Lord.
-Tu sabes que yo no te quiero menos.
-¿Menos que qué?
-Menos de lo que me quieres tú.
-Ah. No. Yo te quiero más.
Y zanjábamos la discusión, midiendo el cariño de las maneras más insólitas: aguantando la respiración, evitando pestañear o no moviendo un músculo de la cara. Casi siempre ganaba yo y terminaba exhausto alzando el galardón del cariño estampado en los latidos acelerados de mi corazón.

Conocimos todos los lugares a los que nos llevaron nuestros pasos, subimos, bajamos, nos mojamos y luego nos tendimos para parlotear sobre lo humano y lo divino. Ninguno de nosotros se atrevía a confesarlo pero pasamos a ser imprescindibles el uno para el otro. No era pasión, nada carnal nublaba esta amistad tan sublime, era sólo el regocijo de sentir el respiro del compañero insuflándonos fuerzas y deseos de continuar.

-Lordcito. Tú me querís harto ¿No es cierto?
-Por supuesto Peponcita. Pero eso tú lo sabes bien.
-Tengo que contarte algo bien complicado.
-¿Estás pololeando? –creo que dije, alarmado.
-No, peor que eso.
-¿Qué? ¿Qué puede ser peor que eso?
-Me siento mal. Tengo que hacerme unos exámenes.
-Pucha Peponcita, pucha oh.

Tras los exámenes, ella tuvo que seguir un largo tratamiento, su rostro se hinchó, su cabello negro y lacio se había desprendido a causa de la quimioterapia, dejando a la vista una pelambrera absurda.
-Mírame, que no te de vergüenza
-Si, pero no te martirices. El tratamiento te sanará.
-Pero mírame bien. ¿A quien me parezco?
-No se, no se…
-Mira, me pongo este bigote y quedo igualita a mi abuelo, el viejito pelado de este retrato.
-No. No es gracioso para mí.
-Pero para mí si que lo es. Ahora soy el viejito Pepón. J aja ja…

Todo pareció superarse y al cabo de poco tiempo la Pepona era la misma de siempre. Para agasajarla, le regalé un ramo de rosas rojas y la besé con el cariño con que se besa a una hermana. Ella me miró con sus ojitos redondos que esta vez brillaban de emoción.

Recobramos nuestra rutina, jugamos, reímos, inventamos mil y una excusas para encontrarnos cada vez, la relación se estrechó pero ninguno reconocía que ya era imposible la vida en separado.

El golpe de mandoble vino aquella tarde en que ella, sin decirme nada, con sólo un rictus en su rostro adorable, me exteriorizó que la metástasis una vez más intentaba inmiscuirse en nuestras vidas, expandiendo aquel mal a todo su cuerpo.

-Lordcito, me dijo ella muy pálida y enflaquecida.
No tuve la entereza para preguntarle nada, sólo acerqué mi rostro al suyo y contemplé esos adorables ojos redondos, ahora sumidos en las profundas ojeras.
-Lordcito ¿Me estás escuchando?
-Asentí con la cabeza mientras luchaba por ocultar esas lágrimas gruesas que pugnaban por delatar mi desolación.
-¿Qué pasa mi niño? ¿Por qué estás triste?
Fue demasiado. Me di media vuelta y me puse a sollozar junto a la ventana.
-¿Lordcito?
La miré y ella me sonrió con profunda tristeza en su mirada.
-Onomatopeya de beso- dijo con un hilo de voz.
Me acerqué al lecho y besé con suavidad sus labios resecos. Cuando me aparté, ella sonreía dulcemente atisbando el infinito.

Cada onomástico concurro, no al cementerio en donde mi amiga del alma se encuentra sepultada, sino a aquella discoteca en donde nos conocimos por primera vez. En esas ocasiones elijo las vestimentas más chillonas, me sonrío con todos y me divierto con todo. Es una actuación dolorosa, lo sé, pero sólo así creo capturar la esencia de mi querida Peponcita que, presiento, me está esperando en alguna esquina para que luego nos vayamos a correr al parque y cuando ya no nos queden fuerzas de tanto reírnos y gozar, rebobinemos alguna película para verla en reversa a ver si encontramos ese instante mágico y ¿por qué no? detenerlo indefinidamente…
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 13941
  • Fecha: 25-03-2005
  • Categoría: Románticos
  • Media: 6.13
  • Votos: 55
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3090
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
María Eugenia
invitado-María Eugenia 01-04-2005 00:00:00

No tengo palabras para aquilatar el cúmulo de sentimientos vertidos en este cuento. Una sonrisa ante un adios y una sonrisa ante un recuerdo . . . . . . No lo digo en los comentarios, pero un diez para el cuento y un diez para el acertado comentario de Lagrima Azul. ........................................... .

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