Pico Chato era un pato de granja cuya mayor ilusión era convertirse en un célebre equilibrista. Todos los días ensayaba muchas horas sobre la cuerda, animado por su fiel amigo Poco Pocho, otro pato un poco más anciano que de joven tuvo esa misma afición. Pero como los dos eran un poco "patos", la verdad es que no se les daba muy bien, aunque no por ello dejaban de entrenarse y tratar de mejorar.
Cierto día, llegó un carnero nuevo a la granja, que al poco de ver a los patos haciendo sus equilibrios, comenzó a alabarles y a comentarles lo bien que lo hacían, y a apostar que podrían cruzar cualquier precipicio sobre una cuerda. Esto animó muchísimo a Pico Chato, a pesar de que su amog Poco Pocho le comentaba que no había notado tal mejoría. Y en pocos días, Pico Chato ya había quedado con el carnero junto al barranco del río, un lugar con un gran salto que sólo podría cruzarse pasando por una cuerda.
Poco Pocho trató de disuadir a su amigo, haciéndole ver que aún no era tan buen equilibrista y que aquello sería peligroso, pero el carnero protesto asegurando que era el mejor equilibrista de la comarca, y que el anciano pato sólo tenía envidia. Así que ambos patos se enfadaron y Poco Pocho se negó a asistir a la demostración.
En el río, el carneró animó al pato a cruzar y llegar al otro lado, pero nada más comenzar, perdió el equilibrió y cayó. Por fortuna, pudo ir a parar a un pequeño saliente entre las rocas, pero cuando fue a pedir ayuda al carnero, este había desaparecido. Allí pasó un rato Pico Chato con la pata rota, pensando que su viejo amigo tenía razón, y que le decía la verdad cuando le comentaba que aún no estaba preparado; se dio cuenta de lo difícil que tenía que haber sido para Poco Pocho decirle que no era un buen equilibrista, y pensó en cuánta suerte tenía de tener un amigo tan bueno, capaz de decirle las cosas sinceramente...
Y efectivamente era un buen amigo, porque sabiendo lo que iba a ocurrir, no había perdido el tiempo, y había ido a buscar a un grupo de patos salvajes, viejos amigos suyos, que volaban mucho mejor que los pobres patos de granja. Con ellos había preparado una operación de rescate, sabiendo que su amigo caería de la cuerda. Pico Pato le pidió entonces mil perdones, que el anciano pato aceptó encantado, y cuando al ser rescatado le llevaron volando por las alturas, pudo ver que al otro lado del precipicio había un tesoro de deliciosos manjares muy escondido, y se dio cuenta de que en realidad aquello era lo único que pretendía el avaricioso carnero, para quien cruzar la cuerda era imposible. Y Pico Chato se sintió tan tonto como afortunado, porque ayudados de sus amigos los patos, recogieron todo aquella excelente comida para llevarla a la granja y hacer una gran fiesta con todos sus verdaderos amigos.