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Categoría: Terror

Plenilunio

Francia, 1760

- Sshh- susurró Helena agazapándose aún más en el rincón-. Ya han venido...
Se escucharon pasos al otro lado de la pared; luego un golpe seco, más pisadas y una maldición.
Nadine se encogió aún más sobre sí misma y cerró los ojos, temblando, y luchando contra esa voz que no paraba de decirle “sal corriendo”. Era una joven de dieciséis años, morena, de pelo rizado, ojos azules y piel pálida; un curioso atractivo para una chica de internado. Llevaba un camisón largo que, en un principio, había sido blanco pero que había ido adquiriendo cierto tono amarillento con el paso del tiempo. Su compañera, aun ataviada de la misma manera, era fea y huesuda, y el pelo cobrizo le caía lacio a ambos lados de la cara. Sin embargo, Helena tenía no sólo unos maravillosos ojos de color miel, sino también un gran corazón. Y precisamente por eso, en aquellos momentos, trataba de proteger a Nadine; porque la querían a ella.

La lluvia repiqueteaba con fuerza en los cristales de las diminutas ventanas por las que se filtraban los rayos de la luna llena. Y, de vez en cuando, la estancia se iluminaba debido a los relámpagos que caían afuera. No había nubes en el cielo, pero eso era lo normal; cada veintinueve o treinta días, coincidiendo con el plenilunio, la misma noche se repetía una y otra vez: cielos despejado, tormentas, niñas huérfanas escondidas en sus habitaciones pensando que pueden ser la siguiente... y por último, el ritual.

La puerta se abrió con estrépito y un hombre de constitución fuerte entró en la habitación. Paseó su mirada por cada uno de los detalles de la minúscula salita tenuemente iluminada. Nadine contuvo la respiración: si cometía un error ahora, estaba perdida. El hombretón iba a darse la vuelta para salir cuando un relámpago, seguido casi instantáneamente por el sonido de un trueno, bañó la habitación de luz. Y las vio.
- La verdad es que no sé qué pretendíais escondiéndoos... Sabíais que, tarde o temprano, os encontraríamos.
Con un brazo cogió a Nadine y con el otro a Helena y las sacó de la habitación. Las dos chicas intentaban zafarse con patadas y puñetazos, pero al hombre nada parecía afectarle. También chillaban, y estaban completamente seguras de que los gritos ya habrían despertado a todo el castillo, si es que había alguien dormido; pero aún así nadie acudió para ayudarlas. ¿Qué chica iba a arriesgarse a salvar a otra si a cambio iban a cogerla a ella?

Las llevó hasta una enorme sala oval de paredes de piedra en cuyo centro se levantaba un altar de oro y marfil. Como techo había una enorme cúpula de un material parecido a un finísimo cristal, pero de color granate y mucho más resistente, pues la lluvia caía con fuerza sobre él y no lograba resquebrajarlo. La luna y los relámpagos brillaban al otro lado. Salió a recibirles una figura encapuchada ataviada con una túnica violácea que musitó algo ininteligible. Acto seguido el hombre soltó a las dos chicas, y la encapuchada (puesto que su voz era inconfundiblemente la de una mujer) dijo:
- ¡Llévate a ésta!- señaló a Helena- Ya la utilizamos una vez y fue desvirgada. Ésta no nos sirve. Aunque... si la quieres para ti como recompensa...
El hombretón sonrió con malicia, volvió a coger a Helena y salió de la sala con la chica en brazos.

La encapuchada llevó a la joven, casi a rastras, hasta el centro de la sala, la inmovilizó un una cuerda fina y resistente y se colocó detrás del altar. Decenas de hombres y mujeres vestidos con capas granates salieron de entre las sombras y se reunieron alrededor del altar. La encapuchada se quitó la capucha y comenzó a entonar un cántico en un idioma antiguo que Nadine reconoció como latín. Pronto se le unieron los demás, y una presencia, al principio etérea, fue tomando cuerpo muy cerca de donde Nadine se encontraba. Era un ente parecido a un humano, pero sin forma claramente definida. Era hombre y mujer; era persona y animal... Era todo y no era nada.

La mujer del altar se acercó a él y, con una reverencia, le tendió una túnica dorada y le susurró señalando a la joven:
- Ella es nuestra ofrenda esta noche, alteza...- había cierto miedo reflejado en su voz.
El ser se acercó a Nadine y adquirió una forma más definida: la de un hombre. Se inclinó sobre ella hasta que la chica sintió su gélido aliento sobre su rostro.
- Entonces tú... tú, pequeña, ¿serás mía esta noche?
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.7
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