POLONIA
Es una mañana como las de costumbre, los hombres estamos ocupándonos de la confección de uniformes de estos malditos nazis, el ambiente es desesperante, cada día hay más y más muertos, por maltratos, por fusilamientos, por hambre, no vemos futuro alguno, a mi esposa la tienen junto con las otras mujeres en las barracas para mujeres, estoy sumamente preocupado por su salud, sé que ella está en estado de nuestro primogénito y no veo salida alguna, no creo podamos sobrevivir. Muchos fueron los meses y años que logramos ocultarnos de estos verdugos, pero ahora veo el fin muy cercano.
Estoy trabajando en el tercer piso, en la fábrica de confección del campo de concentración, a mi lado hay varios haciendo la misma labor que yo. De repente vienen dos nazis muy indispuestos, desesperados al no haberles terminado un trabajo particular por ellos pedido y al constatar que no habíamos cumplido, inmediatamente hicieron uso de sus armas y al que estaba a mi lado lo masacraron. El miedo a la muerte y la seguridad de que ese era mi día, me hicieron tomar una decisión que jamás pensé podría tomar, atentar contra mi propia vida. Como un felino salí corriendo y salté por la ventana de este tercer piso. La caída fue casi mortal, me di un golpe tan fuerte en la cabeza que inmediatamente perdí un ojo, además de mucha sangre y del conocimiento.
Los nazis bajaron a toda velocidad a terminar de rematarme pero al ver la forma en que me había destrozado la cara simplemente supusieron que era mucho desperdicio el gastar balas en un cuerpo ya sin vida, muerto. Y es así como, mi supuesta muerte salvó mi vida. Ellos no me recogieron, ese era trabajo de otros, el suyo, había terminado. Sin fuerzas, sangrando a borbotones , en medio de un gran dolor y al verme caído del otro lado de la cerca, al lado de la barraca de las mujeres, me arrastré hacia el edificio; sabía que ahí estaba mi esposa y en lo único que pensaba era en poder verla una vez más antes de morir.
Pienso que llegué por mi mismo, pero de lo que sí estoy seguro es de la alegría que me dio cuando recuperé el conocimiento y ahí si estaba ella. Mis deseos se cumplieron. Entre todas las mujeres, me ocultaron, me cuidaron y ayudaron a sanar. También a mi esposa la atendieron en el parto, no solamente eso, sino que se ocuparon de amamantar al bebé ya que mi esposa no podía. Varias fueron las semanas de cuidados. La suerte nos acompañó hasta que nos libertaron los aliados y luego se encargaron de nosotros los de la cruz roja.
Mi gratitud a esas valientes mujeres que sin medir el riesgo compartieron con nosotros, su amor, sus cuidados, su lactancia y su pan.