Sombras alargadas como dagas traicioneras discurrían acechantes entre las encrespadas raíces de aquellos viejos robles que poblaban el bosque. Sombras que acompañaban en silencio al jinete de hierro que con la espada presta para la batalla guíaba a su desbocado corcel por las entrañas de la foresta. Todo era silencio en medio de la bruma, salvo los lejanos cantos de algunas avecillas inquietas, y el zumbido de alguna que otra abeja que revoloteaba frenéticamente atraída por el reluciente esplendor de la armadura. Todo era silencio entre los árboles, en el húmedo suelo cubierto de una hermosa alfombra de hojas y en las misteriosas e inexpugnables copas. Pero en la cabeza de aquel caballero no había tal calma, pues se repetían sin cesar las palabras de los antiguos, antepasados reales o nobles que habían librado mil batallas en aquellas tierras de leyenda, y también las de los ancianos del consejo, aquellos que le habían elegido días antes para enfrentarse al Gurin, el ser sin ojos.
Cuenta la leyenda que el Gurin fue el primer hombre que habitó sobre la tierra, antes de que los Gnomos herreros forjaran el Sol. Gurin, enamorado de Néride, esposa de Nür, el Creador, intentó cortejarla, pero Nür se enteró de los propósitos del Gurin y decidió castigarle. Dejándole sin ojos, lo confinó en una cueva secreta donde nadie pudiera encontrarlo, hasta que, trescientos años después, se escapó.....
El caballero no dejaba de pensar en qué aspecto tendría el monstruo, los que le habían visto o padecido decían que era un gigante de treinta pies de alto, Nür quiso que los hombres fueran gigantes pero después se arrepintió y a partir del Gurin los hizo pequeños, o que su espantoso aspecto sin ojos asustaba hasta al más aguerrido de los guerreros, o que uno de sus pies podía aplastar a un grupo de personas de una sola vez, etc. El caballo, azuzado por invisibles espuelas o un temor imaginario que le perseguía por el sombrío paraje, poco a poco fue acercándose al final del bosque donde, bajo una cristalina cascada, tenía su nueva morada el enigmático ser. Finalmente, jinete y corcel salieron a campo abierto, bajo las parpadeantes estrellas, y el primero echó el pie a tierra con intención de acercarse al siniestro boquete que había excavado en la roca.
- Por favor, aléjate de aquí- le advirtió sensatamente una bella ninfa que apareció en ese momento procedente de la cascada- El Gurin es terrible, y no tendrá piedad de tí.
- Mi empresa es dar muerte a tal criatura, y no me iré hasta al menos haberlo intentado. Que salga ya y me muestre su afamado aspecto, que yo daré cuenta de él con mi espada.
La ninfa, que en realidad era la reencarnación de Néride, le miró con ojos tristes y después respondió:
- Por lo menos déjame ayudarte, buen caballero.
Ante el sorprendido gesto de éste, se acercó y le dio un fugaz beso en los labios. Luego salió corriendo y desapareció en el agua.
El hombre se quedó inmóvil, preguntándose qué clase de ayuda era aquella, hasta que empezó a sentirlo,..... sin dejar de ser él, se estaba haciendo líquido.
Y nada podía dañar al agua.
En ese momento sonó un cuerno, como el que tocaban los centinelas de los viejos castillos cuando los hijos de Nornul abandonaban los pantanos para alimentarse de carne humana. Después hubo silencio, que el caballero aprovechó para poner a su montura a salvo en el bosque, y entonces, sin más preámbulos, el Gurin salió de su cueva.
Continuará.....si así lo deciden los ancianos del Consejo.