Priscila apenas logró oír los gritos de las niñas. Lo último que vio, fueron lágrimas de amor infantil rodar por esas dulces mejillas. Todo sucedió cuando Mamá bajaba las compras, estacionada a un costado de la avenida. Las niñas dejaron la puerta de casa entreabierta y salieron a recibirla, circunstancia que Priscila aprovechó para correr regocijada; y es que ella no tenía oportunidades de salir así, sola, libre. Un parachoques lo concluyó todo. Las niñas recuerdan aun hoy con tristeza cuando, moribunda en brazos de mamá, parecía querer decir ‘perdónenme’ con sus caninos ojos...