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Categoría: Hechos Reales

Propiedad particular

-Que bueno, don Salustiano, que podamos encontrarnos de nuevo en la terraza de este café.
-Si, en efecto, Anfeto, apetece, en un día como hoy, sentarse a tomar el sol.
-¿Qué desea tomar?
-Un café, como siempre.
-En cuanto asome el camarero, se lo pido. Dígame, don Salustiano, ¿a que achaca el que haya tanto crimen pasional?
-A una cuestión bien simple: a que la ciencia avanza pero la cultura no, y más bien diría, según lo demuestran los programas de televisión, disminuye.
-Usted, don Salustiano, me desconcierta siempre con su consustancial empirismo.
-¡Ay, amigo Anfeto! Mis noventa años de existencia para algo tiene que servir. Mal va si durante ellos no se atesora alguna experiencia.
-No lo diga usted a nadie que ha cumplido los noventa años, pues viéndole hecho un chaval nadie le creerá.
-Tú, siempre tan amable… Bueno, te explico, sobre tu pregunta. Hasta hace poco más de un cuarto de siglo, antes de que se aprobara la Constitución de 1978, que la mujer, sin apenas personalidad jurídica, no era más que un adminículo dentro del matrimonio, que servía para dar hijos a la Patria, cuidar del marido y mantener en el seno de la familia las esencias religiosas.
-¿Qué quiere decir, con eso, que la mujer no pintaba nada?
-Cabría decir, que menos que nada. Hasta que se casaba estaba sujeta a la férula patriarcal, y en cuanto recibía las santas bendiciones, su marido era el dueño absoluto, sin admitir ingerencia de nadie, de su cuerpo y alma. Llegaba a perder hasta el apellido, ya que pasaba a ser la señora de…el apellido de su marido, y se la consideraba inepta para contratar y hasta administrar bienes. Para todo precisaba de la venia marital, sin la cual su firma no surtía ningún efecto legal.
-Hombre, don Salustiano, me la describe usted como una esclava
-Como tal era considerada, hasta tal punto, que la justicia amparaba el derecho de propiedad del esposo: una ofensa a la mujer se traducía, ipso facto, en un baldón para el marido, y si ésta, por un acaso, se afanaba algún desahogo extramatrimonial, cabía dos soluciones, que el marido masacrase la ofensa eliminando a ambos causantes, cuyo crimen era juzgado por los jueces con suma benevolencia, o que el juez la condenase a cárcel a instancia del marido. Esta barbaridad, por suerte, dejó de regir el año 1973, en época todavía de la dictadura.
-¡Madre mía, don Salustiano, me pone usted los pelos de punta! ¡Qué atrocidades…!
-Pues, volviendo al principio, amigo Anfeto, esos criminales que se cargan a las mujeres, son reminiscencia de ese pasado no muy lejano, que todavía consideran que la mujer es de propiedad particular. Y yo, parte de culpa de esta nefasta situación, la achaco a nuestros gobernantes, que no saben discernir en el momento de aprobar los planes de enseñanza la diferencia que existe entre ciencia y cultura. Adquirir la primera es bueno para los logros materiales; pero la segunda prepara para convivir en sociedad, que en definitiva es la base primordial para que un pueblo sea sano y hasta feliz. Y, al presente, las asignaturas de urbanidad, ética y moral no observo que figuren en ningún plan de estudios.
-Debo reconocer, don Salustiano, que con usted siempre aprendo algo.
-Gracias. Pero las enseñanzas de los viejos, no dejan de ser consideradas chochez…
Datos del Cuento
  • Autor: ANFETO
  • Código: 7902
  • Fecha: 23-03-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.9
  • Votos: 93
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3672
  • Valoración:
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