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Queso y Vino (Parte II)

Pame dirigió su índice derecho a una porción del cielo donde grandes nubarrones oscuros lanzaban estrepitosos relámpagos a la vez que dejaban caer autenticas cataratas de agua y nieve.
- Así debe de haber sido cuando se enojaba.
- Hay nanita. Ya lo creo y lo mejor será alejarnos y seguir por donde están estos cúmulos.
Viajaban como en un sueño, como una fantasía, bueno esas eran las expresiones en tiempos de Mami Kity y de Norsi-Bo ya que para Pame y para Chellín lo adecuado sería; “Se trasladaban por el Caber-Espacio” o “Viajaban cual efecto computarizado”. Independiente de la expresión utilizada todo marchaba apacible y calmadamente cual vuelo de ET, aquella vetusta película que tanto revuelo causó entre los adolescentes del tiempo de Gaby, Gussy, Alberto y Ángelita, mamá de Pame y tíos de ella misma o sean las tías de Chellín y sus papá y mamá. Aunque cuan lejos estaban de imaginar que Pócolo les había deparado.
A pesar de que eran los inicios de noviembre y el Día de Acción de Gracias distaba aún casi tres semanas, de pronto se vieron inmersos en una tormenta de nieve, la temperatura bajó intempestivamente de calurosa a excesivamente fría.
- Br. Como me vendría bien aunque fueran unos sorbos de café.
- Que ni lo menciones.
- Creo que lo mejor será baja a guarecernos en aquel bosque.
- Totalmente de acuerdo.
Asieron fuertemente los manubrios de sus respectivas bicicletas y cual sí fueran los mandos de avión los movieron hacía adelante con lo que iniciaron un suave aunque rápido descenso.
- ¡Oye Pame!
- Dime
- Es que, es que, es que.
- ¿Es que, qué?
- Es que mis manubrios están muy raros.
- ¿Raros?
- Si
- ¿Ah caray! Los míos también. Parecen, parecen . . .
- ¡Si! Cuernos de búfalo.
Efectivamente iban montados en la joroba típica de sendos búfalos que con casi media tonelada de peso, bajaban a todo tropel por inclinada ladera dejando atrás las albas nieves perennes y se acercaban a todo galope en dirección de un tupido y aparentemente impenetrable bosque de confieras engalanado con su eterno verde.
A pesar que dejaban un clima bastante frío no cesaban de sudar y enormes gotas escurrían por su frente hasta que la salina y propia sustancia les penetró en los ojos cegándolos momentáneamente por lo que tuvieron que cerrar los ojos a fin de soportar el ardor producido por el contacto del sudor con sus orbitas oculares por lo que o se fijaron del inicio de la tupida vegetación ante la que intempestivamente los dos búfalos hincaron a un tiempo sus cuartos delanteros frenando su frenética carrera y lanzando por los aires a Pame y a Chellín.
Después de varios saltos mortales cuya altura seguramente habría implantado record mundial o al menos una meritoria aparición en el Libro de Records Ginness. Fueron a dar con toda su humanidad hasta la copa de unos árboles cuyas ramas amortiguaron e hicieron más benévolo aquella tan peculiar forma de bajar o abandonar forzadamente su casuales monturas.
A pesar de que aparentemente las ramas soportarían su peso y algo más, nuevamente imperó y salió a relucir aquel añejo principio propuesto por un tocayo del papá de Chellín, un tal Isaac Newton y que en otras palabras versa sobre; “Todo lo que sube, tiene que bajar”.
Sin estar asidos de ninguna manera, la famosa y añeja Fuerza de Gravedad, la misma que permite que ningún avión permanezca arriba, ejerció una rápida acción vertical descendente y fueron a dar de espaldas hasta el suelo.
- Esto si que duele.
- A mi me dolió hasta el alma.
Lo mejor que les pudo haber sucedido fue el haber caído sobre mullida alfombra natural de hojas multicolores propias de la estación.
¡Puf!, ¡Paf! Se escuchó seguido de tenues quejidos que marcaron el contacto de sus espalda contra la gruesa capa de hojas secas.
No bien intentaron levantarse, frente a sus ojos y a escasos treinta centímetros, o como diría Chellin; a un píe, dos lobos los miraban con cierto asomo de sorpresa. Sintieron el cálido vaho del respirar de los magníficos ejemplares.
- ¡TimberWolves!
- ¿Timber qué?
- Lobos del Bosque, son característicos de Minnesota.
- Pues serán característicos de donde quieras, pero este me esta viendo muy feo.
- Pues yo creo que esta es loba, porque . . .
- ¿Por qué?
- Porque me esta viendo bonito.
- ¡Chistoso!
No tardaron en reaccionar y fue un solo movimiento el que efectuaron para ponerse de píe y sin esperar más ni más emprendieron rauda carrera a todo lo que sus extremidades les permitían siendo que alternadamente cambiaban de posición, unas veces Pame adelante y otras tantas Chellín marcaba la vanguardia.
Alguien encaramado sobre un alto pino y vestido con overol azul y gorra con el logo de Sony se desternillaba de risa. Pócolo casi se caía de la rama donde se encontraba sentado con las piernas al aire,
A punto de claudicar por fatiga y con múltiples aullidos taladrándoles los oídos fueron interceptados por unas juguetonas ardillas voladoras que sin soltar las bellotas que aferraban con sus manitas cual inapreciable tesoro, les dijeron;
- ¿Por qué la prisa?
Era Pócolo que se lanzaba desde las altura y en su caída se transformaba en ardilla voladora. El aterrizaje en esa ocasión fue lo que marcan los cánones de la excelencia, sin embargo para alguien próximo a los dos y medio milenios no fue algo que pudiera considerarse desastroso.
- ¿Quién habló? Oí una voz que no es la tuya.
- Ni la tuya.
- Soy yo, yo hablé y les pregunté y el por qué de su prisa.
- Pero, tu eres una ardilla voladora y o puedes hablar.
- Bueno, eso de voladora si que lo pondría en duda pero, de que puedo hablar, si que hablo y es más me están escuchando. ¿O no? (Se sorprenderían de lo que soy capaz de hacer).
- Bueno eso si que si, ni dudarlo.
- A menos que esté soñando.
- ¿Te pellizco?
- Para nada, conozco tus pellizcos de pulguita.
- ¡Uy! No aguantas nada.
- No es eso sino que luego parece que tengo tatuajes en mis bracitos.
- ¿Bracitos?
- Bueno, bueno ya desviaron la plática y hasta se les olvidó que los vienen correteando una manada de lobos.
- ¡Cierto! Ya los oigo de nueva cuenta.
- ¡Corramos!
- Esperen, esperen.
Los detuvo Pócolo convertido en ardilla voladora que aunque, desde luego, no portaba su clásica gorra con logo de Sony, si lucía un tenue mechón de color azul en su frente.
- Esperen, mejor métanse en mí guarida.
- ¿Guarida?
- Si, en el hueco de este árbol.
- Pero si en este hueco apenas puedo meter la mano.
La escena era atestiguada por grana cardenal que haciendo equilibrio en aparente frágil rama se divertía con tan singular coloquio. Emitió unos suaves trinos que tuvieron la particularidad de desviar la atención de Pame y Chellín al tiempo que Pócolo los rociaba con fina lluvia de lo que aparentaba ser nieve pulverizada pero que en realidad eran “Polvos de Ilusión” con “Esencia de Deseo” y que en menos tiempo del que les toma armar un nuevo plan a Pame y a Chellín, ya se encontraban reducidos en tamaño al grado que de una hábil salto ambos montaron en el lomo de Pócolo, bueno de la ardilla voladora, bueno pócolo convertido en ardilla voladora y aferrándose con piernas y brazos subieron el rugoso tronco del pino lo que no representó esfuerzo alguno ya que las uñas de las cuatro extremidades de Pócolo se aferraban de manera segura.
Una vez dentro de la guarida de Pócolo soltaron un suspiro de emoción y miraron hacía abajo. El piso completamente cubierto con alba capa de nieve dejaba destacar innumerables huellas dejadas por cuando menos media docena de lobos que al salir de su natural formación de persecución, abandonaron la táctica de pisar uno tras otro sobre la huella dejada por el anterior.
- ¡Seis!
- Seis.
- ¡Uf! Cerca estuvimos
- Y que lo digas.
- Lo bueno es que esta ardilla . . .
- ¿Ardilla? ¡Cierto! Por cierto. ¿Dónde está?
- No sé, e cuanto entramos a su guarida como que desapareció.
Atisbaron en todas direcciones sin que notaran el menor asomo de su salvadora.
- ¿O sería, salvador?
- ¡Sabe!
El hueco en el tronco era más amplio de lo que pudieran haber imaginado. En un extremo, apiladas en perfecto orden y simétrico arreglo se encontraban varios cientos de bellotas, seguramente la reserva acumulada en tiempos más benévolos para cubrir la dieta invernal la que en estas latitudes es bastante largo, al grado de contar con solo dos meses de verano o días con calor pero, mucho calor.
En otro extremo iluminado por tenue luz, daba inicio un húmedo relativamente pasillo recubierto con tabique rojo en acabado aparente, es decir, tal como sale de los hornos donde se fabrican. La bóveda en medio punto. Mantenían al tresbolillo, o en otras palabras, acomodadas en patrón triangular, barricas de cedro blanco del lado izquierdo y de ébano al lado derecho.
- ¿Barricas?
- Si, eso dije.
- Pero, no puede ser. Estamos en la guarida de una ardilla.
- Pues será lo que quieras pero, esto es . . . una cava.
- Júralo
- Te lo prometo
- Mira, al fondo veo a alguien que aparentemente cata varios toneles.
- Por fin. ¿Barricas o Toneles?
- Es lo mismo.
Con cierto sigilo avanzaron en dirección del Somelier que embelesado en su tarea no se había percatado de su presencia. Con su muestreador obtenía suficiente cantidad de aquel néctar, invento de Noé, que con singular estilo vertía en transparente copa de cristal. Las últimas gotas en el muestreador eran eliminadas mediante un rápido movimiento que dejaba escapar con cierta violencia los restos de vino que salpicaban a no menos de cinco metros. Unos de esos residuos o gotas casi caen sobre la mejilla de Pame.
- ¡Épale! Es vino tinto y su mancha no es fácil de quitar y menos de mí blusa blanca.
El comentario no distrajo al catador de su ritual ya que prosiguió con su bien marcada ceremonia. Tomó la copa con el pulgar e índice de su mano derecha y la llevó hasta pocos milímetros de su nariz, cerró los ojos y aspiró el bouquet despedido por la solución fermentada. Abrió los ojos y fijó la mirada en la copa a la par que efectuaba un movimiento de cierto balanceo a efecto de humectar las paredes de la copa y permitir evaluar el efecto de “Colgado”, después de tres movimientos la llevó a paladear la cantidad equivalente a un mediano sorbo, efectuó una especie de buches y depositó la prueba en una tarja que para el efecto estaba bajo un gabinete empotrado en la pared y donde guardaba bien alineado instrumental propio así como no menos de una docena de copas que posterior a la cata eran lavada y esterilizadas para eliminar cualquier vestigio de prueba anterior. Por último se enguagó hasta tres veces la boca con agua de una botella que cargaba en una especie de mochila de lona negra en cuyo costado se leía con letras impresas en color blanco, “Northwestern Chiropractic Uinversity”.
Hasta ese entonces notó la presencia de Pame y Chellín.
- ¿Qué hacen aquí?
- Visitamos los viñedos y la cava de Monsieur Paul Anko.
- ¿Viñedos?¿Cava?. Esto es una construcción de departamentos en condominio y son lo que serán el Conjunto Tres Lagos.
En ese momento se dieron cuenta que efectivamente se encontraban en una obra en construcción y que el hasta unos momentos antes catador con su bata azul en realidad vestía pantalón de mezclilla, camisa de manga corta en cuadritos, botas de seguridad, casco metálico y al cinto portaba un radio portátil. Sin duda era un ingeniero.
- No pueden estar aquí sin casco y menos usted señorita con zapatillas de tacón alto, les puede pasar algo y echarían a perder mi record de casi treinta años sin accidentes en mis construcciones.
- ¿Treinta años?
- Bueno en realidad son un poquito más.
- ¿Más?¿Qué tanto más?
- Unos cuantos años más.
- Si, pero que tantos.
- Pues verán, el Acueducto de Salamanca no fue nada comparado con las Pirámides de Giza o la de Chichen Itza, aunque el Canal de Suez fue con un alto grado de dificultad aunque no tanto como el Coliseo de Roma, pero nada comparado con las Cavas de Tequisquiapan . . .
- ¿Tequisquiapan?
- Si ¿Tequisquiapan, rumbo a Querétaro.
Inquirió Chellín a la vez que contestó Pame. En ese momento se dieron cuenta que estaban viendo un ejemplar de la revista “México Desconocido” en las páginas centrales donde anunciaban la ya próxima “Feria de Queso y Vino”.
Asombrados voltearon a verse al tiempo que el “Ingeniero” cambiaba su metálico casco por una gorra con logo de Sony.

Diciembre’2007


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Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
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