El mercado de Marakesh, con su colorido y con sus figuras tan exoticas, me provoco dejar atras mis companyeros de viaje, ingleses, alemanes y algunos italianos. Aposta los deje con la guia, y con impetu me lance a la caceria, con mi camara sobre el lomo.
Vagaba horas entre mercachifles y mercaderes, como un cazador, deleytando mis ojos en este teatro africano en el aire libre, donde yo tambien era uno de los tantos, en blue jean y camiseta, un bicho tan raro para ellos, como ellos eran para mi.
Un negro morocotudo, pero muy campechano me llamo mi atencion ,trataba de ayudar un viejito tremante, mantenerse en equilibrio sobre su burrito. Pocos metros de distancia, una ya conocida figura del norte de Africa, el vendedor de agua y otros poculos, con su tipico atuendo, brillaba con sus grandes cucharas de cobre.Ya lo conoci. Ya me costumbraba a las mujeres maroquies,todas vestidas en negro, cubriendo sus caras con una impla negra.
En un pequenyo ccirculo, tres figuras divertieron a sus miradores con malabarismo Mas alla, un pobre diablo colocaba alacranes en su boca por unos centavos. Tampoco faltaban los omnipresentes mercachifles anunciando con gestos y palabras incompressible para mi, sus tiliches colocados sobre alfombras discoloredComo fondo a lo lejano las montanyas de Atlas cerraron el horizonte.
Lentamente con el puesto del sol,todo el mercado estaba para terminar. A la lengua todos canzados, ensillaron sus burritos y tomaron el camino hacia sus lejanas casitas blanquecinas.