Cada vez que se ilumina el cielo con los festejos de año nuevo, Gelandia parece otro mundo, los ojos de grandes y pequeños se encienden de fantasía y sus labios se hinchan de risa, Los Gonzales y los Garcías no dejaron de festejar porque los Guzmanes estuvieran en rebeldía, ellos tenían los elementos y no los iban a desperdiciar viendo como se arruinaban en el fondo de un depósito. Cuando se decidieron a comenzar el año, el planeta ya había girado varios de los 365º y sin querer y sin saber el 28 de diciembre se superpuso al 31, y el 3 de enero a la noche todo el mundo en la peninsula sacaba el pie fuera del umbral de la casa y pateaba al aire que simbolizaba al año viejo con sus vetusteces, luego saliendo por la misma puerta empujaba a dos manos al año nuevo con sus bendiciones para que entrara y llamaba a los vecinos para que lo ayudasen y a la vez ayudaba a otros.
El Chique ese año no había querido empujar el año, no se lo premitía la pena que lo embargaba ya que su mami no estaba entre nosotros, tampoco estaba la Abisina, el Aberito, Aleli y la Mamma, y una lágrima muy grande desbordó sus ojos cayendo en la copa vacía que estaba solitaria sobre la mesa del comedor, la alzó con su diestra y al sonar las campanadas desacompasadas por el temblequeo de las manos del viejo padre Trinidad brindó por todos los ausentes en el borde de esa mesa en donde su madre, Blanca Guzman, había hecho lo mismo durante décadas, cientos de copas se elevaron en respetuosa actitud y vio su lagrima reflejada en muchos ojos, lo habían descubierto, y el también a ellos que aunque sonrientes tenían alguna pena oculta.
Luego se enjugó los ojos y se unió a los festejos, porque somos incurables y seguimos apostando a la esperanza.
Ah! si, la prima Esperanza! ahora que me acuerdo....