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REYES MAGOS

Era la víspera del Día de Reyes. José Luis tenía seis años y en marzo comenzaría la escuela primaria. Una tarde calurosa, húmeda y agobiante, jugaba en el amplio patio de la casa, a la sombra de las glicinas. Lo hacía con sus soldaditos de plomo, sin pensar que poco tiempo después, otros soldados de carne y hueso, caerían para siempre bajo el fuego de la metralla de una lucha apocalíptica.
José Luis había dispuesto dos ejércitos sobre el campo de batalla, prontos a enfrentarse. No tenían banderas. Seguramente pertenecerían a algún ignoto país. Con las fichas de un juego de dominó, había construido defensas de la mejor concepción, las que él pensaba serían inexpugnables. Todas las fortificaciones estaban ocupadas por combatientes de uno y otro bando, dispuestos a defenderlas hasta morir. Otros soldados habían sido desplegados en el campo de batalla, listos para atacar al enemigo. Con una negra regla de cantos dorados, José Luis movía a los contendientes de ambos bandos – uno por vez – hasta lograr enfrentarlos. Llegado este momento, ambos combatientes se trababan en una lucha cuerpo a cuerpo y un dado decidía cual de ellos moriría y cual continuaría en pie. La vida o la muerte, dependía de un dado que José Luis arrojaba dentro de la gastada caja de zapatos. Si el cubo echaba uno, dos o tres, ganaba el soldado del bando atacante y si marcaba cuatro, cinco o seis, vencía el del bando defensor. Esas eran las reglas que José Luis había establecido.
A su vez, la tropa que defendía las fortificaciones participaba del juego atacando – un bando por vez – con una tapita de gaseosa que se arrastraba por el suelo, a manera de bala de cañón, impulsada por el mismo José Luis. Estos disparos mataban enemigos o volteaban defensas, según la efectividad del lanzamiento. El objetivo final era el exterminio del uno por el otro, tal cual sucede en la vida real, cuando los hombres pretenden hacer valer la fuerza de las armas, en lugar de discutir y zanjar civilizadamente sus diferencias. Bastaría que cada uno cediera un poco, para así evitar la muerte de seres que vinieron a la tierra para disfrutar de ella y no para regarla con su sangre.
Por lo general el juego tardaba largo rato en definirse. Las rodillas de José Luis de tanto arrastrarse por el piso, se impregnaban de hollín y tierra, en tanto su cara era surcada por gotas de sudor que provenía del continuo esfuerzo que hacía al moverse hacía uno y otro lado. José Luis era el conductor de los dos ejércitos dispuestos en el campo de batalla y por lo tanto venciera quien venciera, él siempre resultaba ganador. ¡José Luis nunca perdía!
Esa tarde, la batalla se resolvió en menor tiempo que el habitual. La puntería de José Luis había hecho estragos muy rápidamente en el ejército defensor. Todos sus soldados fueron aniquilados en un breve lapso. Guardó los soldados y en tanto una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro, corrió hacía donde estaba su madre para pedirle que le calentara agua. Llevó al baño el tacho de zinc grande de lavar la ropa, comenzó a llenarlo con agua fría y completó su obra cuando la madre arrojó dentro del recipiente la olla de agua hirviendo que serviría para entibiar el líquido del recipiente.
Su madre lo miraba hacer extrañada, pues siempre había sido remolón para bañarse e invariablemente era ella quien debía preparar todo y luego llevarlo casi a empujones hasta el baño. Ella volvió a sus quehaceres, en tanto José Luis se lavó primero la cabeza y luego refregó con una esponja enjabonada el resto de su cuerpo, dedicándose preferentemente a limpiar bien sus rodillas ; pieza anatómica del cuerpo humano que desconozco por cual extraña razón, era el primer lugar que una madre miraba para evaluar si su hijo se había higienizado correctamente. ¡Que obsesión tenían nuestras madres con las orejas y las rodillas!
Ya aseado y con ropa limpia, José Luis salió a la calle. Se sentó en el umbral de la puerta y se quedó en silencio, como esperando que pronto algo sucediera. No había transcurrido mucho tiempo, cuando un ómnibus se detuvo en la esquina y de él descendió su padre. Se alzó, corrió hacía esa figura que denotaba el cansancio de una dura jornada de trabajo, pero que se agachó feliz para levantarlo en sus brazos y besarlo con ternura. Luego entraron tomados de la mano a la casa. El padre besó a su esposa y le preguntó - ¿Cómo se ha portado hoy este bandido?. – Bien , dijo ella, mucho mejor que otros días. José Luis se tomó del delantal de la madre y escondió tras él su cara limpia, que aún conservaba el olor a potasa del jabón que había utilizado para bañarse. Su padre se acercó y poniéndose en cuclillas le preguntó:
- ¿Sabés quienes vendrán esta noche?
– Sí, los Reyes Magos.
– ¿Preparaste la carta con tu pedido?
– Ya la escribió mamá por mí. Yo solamente le dije cuales eran los juguetes que quería me trajeran los Reyes Magos.
– Antes de ir a dormir, recordá dejarla junto a tus zapatos y no olvides poner pasto y agua para los camellos.
– Solamente dejaré la carta. Del pasto y el agua se encarga Carlos.
Luego de cenar, José Luis besó a sus padres y se fue a dormir, no sin antes haber dejado los zapatos y la carta en el patio, frente a la puerta de su cuarto. Envuelto en una sensación de inocente alegría, pronto se durmió y tuvo un sueño. Soñó que él y su padre caminaban por la avenida Rivadavia. Los negocios estaban abiertos. Lucían guirnaldas con lamparas de color y desparramaban sobre la vereda, bicicletas, triciclos, monopatines, carritos lecheros, cartucheras, revólveres, cajas con boletas, el juego de la oca y el del ludo, trompos, camiones, autos y cientos de juguetes más. Se cruzó con los padres de sus amigos y contempló absorto todo el mundo de bártulos que se exhibían en los negocios. Vio que su padre compraba todo cuanto él le había pedido en su carta a los Reyes Magos y que otro tanto sucedía con los padres de Carlos. La madre de su vecina Cecilia compraba una muñeca y una cunita. Los padres de Javier un monopatín y los de Nélida un juego de muebles y una batería de cocina.
José Luis caminaba feliz entre la gente sin decir palabra alguna. En su sueño nadie hablaba, todos se movían alegres y presurosos. Sonrió al ver a su padre cargar paquetes de papel rosado, haciendo malabares para que ninguno se cayera. Al pasar por un bar, se sentaron en una mesa ubicada en la vereda, junto al cordón. Su padre acomodó los paquetes sobre una silla y un mozo les sirvió un chop y una naranja Bilz. Justo en el momento en que iban a comenzar a beber, José Luis se despertó.
Presuroso, corrió hacia la puerta de su habitación y al abrirla vio a Baltasar sacar de una alforja los juguetes que él había pedido. Quiso hablarle, agradecerle los regalos, pero el Rey Negro, sin darle tiempo a nada, se volteó y continuó su camino, cargando sobre su hombro una bolsa rebosante de gratas ilusiones.


"Yo gocé de pibe con esta historia,
"cual mágico cuento de Fe y amor,
"que alegró el tiempo de mi inocencia,
"ésa misma que perdí al pasar los años"

www.mispoemas.com/aresi

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Datos del Cuento
  • Categoría: Tradicionales
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Alexandra___Lam
invitado-Alexandra___Lam 04-01-2003 00:00:00

Me ha parecido ... tierno muy tierno , tanto que me hizo recordar los días ya algo lejanos de mi infancia . Gracias por compartirlo con todos . Un beso y feliz 2.003

Nora
invitado-Nora 17-11-2002 00:00:00

JPA como siempre la cuota justa entre la fantasía, la realidad, la inocencia y la esperanza. Todos deberíamos conservar una buena dosis de cada una, una pena que dejemos que la vida nos las arrebate. Un cariño. Nora

Moises Hdez.
invitado-Moises Hdez. 16-11-2002 00:00:00

He detectado gracias a su colaboracion un error al añadir los comentarios, mil disculpas a todos, ya esta solucionado y ahora si apareceran en cada Cuento sin problemas, mil gracias por avisarme y por visitar y recomendar las paginas. Un Saludo Moises Hdez.

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