Era casi el atardecer y podía sentir el frescor por el día, que como un gigante con giba pesadamente avanzaba, arrastrando a su paso todo el dolor, alegrías y vivencias que los seres del mundo pudieron sentir…
Aquella apreciación me puso contento y relajado. Sumergido en aquella vivencia observé desde la ventana de mi cuarto a una anciana de rostro cadavérico y angustioso cruzando la acera de la calle en que vivía, me pareció ver mas a una sombra que un ser viviente… Luego vi a unos niños de la mano de un señor, que supuse su padre, trotando como si estuvieran atados a cola de un caballo… Escuché el motor de unos carros descendiendo sus urgencias ante el día que se iba como si supieran que su ausencia fuera el modelo de un pretendido descanso...
Emocionado, cerré los ojos un momento. Era hermoso, tan hermoso que sentí ganas de llorar, y lloré. Cayeron de cada uno de mis ojos dos lágrimas, solo dos... Y sentí que una parte de mi alma se desbordaba, surcando como ríos mi seco rostro, como si se estuviera creando las venas de un ser divino, un ser de paz...
Me sentí un ser nuevo, puro y liviano. Dejé mi actitud contemplativa y salí del cuarto, y como un niño liberado corrí por las calles de la ciudad. Deseaba respirar y tocar aquellos aires mágicos que atravesaban a todas las criaturas del lugar… Y cuando estuve frente a una de ellas, la abracé y lloré, como si posara mi frente ante el pecho de algún dios...
De pronto, sentí un empujón, y observé a mucha gente a mí alrededor. Todos me observaban con los rostros llenos de sorpresa y sentí que desconfiaban de mí, como si fuera un leproso...
- ¡Es un loco! - Dijo uno -. ¡Sí, sí,...! - dijo otro -. ¡No, no,...! - dijo otro más.
Y en medio de todos ellos, se escuchó una voz que salía desde otro lado, y sentí que brotaba de los cielos, o del alma del dios.
- Es el poeta… - escuché...
Percibí que todos volvieron a respirar, a soltar sus temores y la tensión en sus rostros cristalizados, y luego, lentamente se fueron alejando, burlándose de aquello que no podían concebir como si fueran los monos de un circo.
Me levanté y me puse a observar el cielo, el sol que se alejaba... Alargué mis manos para tocarlo y no pude. Corrí con toda el alma y lo seguí hasta escalar la más alta montaña, y cuando llegué a su cima, alcé mis manos nuevamente, buscando robarme al astro dorado, ya no estaba, se había escondido tras la carpa oscura del universo... Apenado, bajé el rostro y vi que mi sombra me mostraba un espacio compendiado. Alcé los ojos y vi a la luna observándome con rostro riente. Alargué mis manos y traté de robarla, y no pude. Alargué los dedos de mi alma y la miré por mucho tiempo con toda mi atención. Y cuando observé que una gasa gris la ocultaba, la envolví con los dedos de mi alma y la puse sobre la palma de mi vida sintiendo que la atrapaba. Para asegurarme, cegué mis ojos un instante y pude verla adentro de mí. Lleno de alegría, bajé de la montaña y no paré de correr hasta llegar a mi cuarto. Apagué las luces, cerré los ojos y allí estaba ella, la luna, flotando en el océano azul de mi mundo interior. No decía nada, tan solo me observaba con el rostro brillante y sonriente, como una enamorada que se iba y volvía atrayendo mi atención, tratando de envolverme en su brillo, para luego, como una paloma, abrir sus alas y desaparecer en la inmensidad del universo interior... Me sentí contento, y lloré de alegría.
Desde aquel día, todas las noches me encierro en mi cuarto y no hago más que cerrar los ojos, esperando mi luna... Y durante el día me pongo a perseguir al sol, es que, anhelo dorarme en su brillo, es que, soy un ladrón de astros…
Marzo del 2005.