¡Qué pobre es la idea que se tiene de Roma, reducida a unas cuantas películas de romanos con relojes y gafas! Sin embargo, por ella somos y sentimos, y sobrevivimos a las desgracias que acaecieron tras ella.
Primero un Reino surgido de la unión de los supervivientes de Troya con los etruscos, en el corazón mismo de Itálica. Roma como Ciudad-Estado y nada más, pero empezando ya a crecer.
Luego República, surgiendo entonces la Roma más notable, la que expandió sus posesiones con la fuerza de las armas, sí, pero llevando cultura y adelantos inimaginables.
Por fin el Imperio, que fue inmenso pero llevaba ya en sí la semilla inexorable de la descomposición interna. Mucho pensar en Calígulas y Heliogábalos locos, pero poco en emperadores, a menudo hispanos, de la talla inmensa de Trajano, Adriano, Marco Aurelio...
Tanta grandeza dio lugar a la división del Imperio en dos mitades, y aunque la occidental acabó a manos de los bárbaros, que luego se apresuraron a imitarla en todo, la oriental duró hasta casi el año 1.500, con lo que la Historia de Roma abarca dos mil años, lo que serviría luego a Hitler para vaticinarle otro tanto a su III Reich.
La Roma oriental quiso, noblemente, restaurar todo el Imperio, y de la mano del caudillo Belisario faltó poco para que lo consiguiera. Vino luego, lentamente, la decadencia, y los insensatos ataques de los cruzados terminaron por entregar la vieja y noble Roma a la Media Luna.
Roma, evidentemente, no fue sólo una película de romanos con relojes y gafas.