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Rapunzel

~~Érase una vez, hace mucho tiempo, un matrimonio muy feliz ante la llegada de su primer hijo al mundo. La pareja, compuesta por un leñador y su mujer, vivían en una humilde cabaña muy próxima a la casa de una vieja bruja, que habitaba en aquel mismo lugar. La casa de aquella bruja, poseía un enorme huerto lleno de todo tipo de cereales, y frescas y sabrosas hortalizas.

Un día, la mujer del leñador, tuvo el capricho de comerse una rica ensalada compuesta por aquellas coloridas y olorosas hortalizas, cultivadas en el huerto de la bruja. Pero aquello se trataba de una empresa difícil, puesto que aquella mujer era conocida por su ansia y avaricia. Angustiado por el deseo de su mujer, el leñador decidió dirigirse hacia el huerto de la bruja en busca de alguna de aquellas hortalizas con las cuales soñaba su mujer. Pero no tardó mucho la bruja en verle, dirigiéndose muy furiosa a él:

-¡Pero, ¿cómo se atreve a entrar aquí?!

-Mi esposa va a tener un hijo y necesita alimentarse bien. Dicen que las hortalizas y verduras son buenas y necesarias, y usted tiene de sobra… – Explicó algo asustado el leñador.

-Llévese lo que quiera entonces- Le dijo la anciana, finalmente, tras sus palabras. – Pero, ¡espera! A cambio, deberás entregarme la criatura que nacerá.

La mirada penetrante y las palabras rotundas de la bruja, acongojaron tanto al leñador, que no pudo hacer otra cosa, que afirmar con su cabeza, aceptando con ello el malvado trato. Finalmente, el leñador y su mujer tuvieron a su esperado bebé: una niña preciosa que nada más nacer, fue entregada a la bruja, conforme al trato establecido entre esta y el leñador. Y ya en su poder, la recién nacida recibió el nombre de Rapunzel. Durante años, Rapunzel creció encerrada en una torre sin acceso al exterior. Una estrecha ventana era la única comunicación que la pobre Rapunzel mantenía con el mundo. Sin puerta, ni escaleras, la bruja gritaba desde los pies de la torre a la joven Rapunzel, para que esta lanzara al exterior sus largas trenzas, crecidas durante los largos años de encierro.

-¡Rapunzel, lánzame tus trenzas!- gritaba.

 Cuando oía a la bruja gritar, la joven echaba las trenzas por la ventana para que subiera por ellas. Y así sucedía cada día, hasta que un príncipe, que paseaba por las cercanías de la torre, oyó cantar a Rapunzel, quedando conquistado por su voz. Tanto le gustó aquel sonido, que rápidamente quiso buscar la entrada a la torre para conocer a la dueña de tan linda voz, pero por más que buscó no logró encontrar la forma de adentrarse en la misteriosa torre. Lamentándose, permaneció allí un tiempo, tendido sobre el camino tras unos arbustos, cuando de pronto, una anciana se acercó a la torre y gritó:

-¡Rapunzel, lánzame tus trenzas!

Al día siguiente, ni corto ni perezoso, el príncipe decidió pronunciar aquellas mismas palabras que había escuchado a la anciana, y tras observar unas larguísimas trenzas deslizándose por los muros de la vieja torre, el príncipe escaló. Pero la pobre Rapunzel, en su encierro, jamás había conocido a nadie en el mundo salvo a la vieja bruja, y cuando el príncipe llegó hasta lo alto de la torre, la joven se asustó. Consciente de ello, el príncipe, que era una persona muy bondadosa y atenta, decidió cantar a la joven, desde la distancia, las palabras y canciones más hermosas que sabía. Y así, el príncipe volvió una tarde y otra a la torre, para visitar a la solitaria y desdichada Rapunzel, y pronto se hicieron promesas de amor.

-Pero, ¿cómo estaremos juntos, si no puedo salir de esta torre?- exclamó Rapunzel desconsolada.

-Cada vez que venga, traeré un pequeño trozo de cuerda, que iremos uniendo, hasta lograr una gran escalera. Cuando esté terminada, escaparemos juntos de esta horrible mazmorra- respondió el príncipe.

Pero pronto descubrió la bruja todo lo que planeaba Rapunzel, ya que ésta, en su dicha, no pudo evitar hablar del joven ante la anciana. ¡Qué furiosa se puso la bruja! Y con unas grandes tijeras, decidió cortar las larguísimas trenzas a Rapunzel, y tras ello, la condujo a un desierto lejano y la abandonó allí mismo, como castigo por su ofensa.

-¡Rapunzel, lánzame tus trenzas! – Gritó el príncipe al día siguiente, como cada tarde.

   Y la malvada bruja lanzó las trenzas de Rapunzel, ya cortadas, para engañar al joven y encontrarse con él cara a cara.

-¡Nunca encontrarás a Rapunzel! – Gritó la anciana entre maléficas carcajadas.

 El príncipe, muy asustado, cayó de la torre, tras aquellas palabras, sobre unas espinosas zarzas. No conseguía ver nada el joven tras la caída, y es que aquellas zarzas, le habían herido los ojos. Pero continuó como pudo el camino a ciegas, tan preocupado como estaba por Rapunzel. Y tras varias semanas de infatigable búsqueda, el príncipe llegó a un lugar donde no se escuchaba nada, salvo el sonido de una voz, tan dulce como la de Rapunzel…Pronto divisó la joven al príncipe, caminando fatigoso y a tientas por aquel desierto. Y corriendo se aproximó hasta él llorando de alegría.

Tanto lloraba Rapunzel, que sus lágrimas inundaron incluso los ojos del príncipe, y como un milagro, el joven volvió a ver. Llenos de amor y alegría, eran más fuertes que cualquier maleficio. Y vivieron felices para siempre.

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