Era imposible enumerar las veces que lo había rechazado. Pero a pesar de ello no dejaba de insistir. Las infinitas cartas, eternos halagos, diversas canciones y estupendos regalos no complacían a Sandra.
Quizá el problema principal era que nunca supo ni quiso entender a una mujer.
Se dejó seducir fácilmente por el cabello, la esbelta figura y los ojos profundos de Sandra. Aquella aplastante sonrisa que era capaz de elevarlo al cielo y transportarlo al infierno en la medida que los segundos transcurrían en el saludo y el adiós. Enrique desconocía a propósito el mundo interior de Sandra. Ese universo oscilante que era ella como mujer. Ese conjunto de detallismos y subjetividades que habitaban en su interior. Enrique, como buen ser humano del género masculino, disfrutaba de las erecciones y eyaculaciones nocturnas que producían sus ardientes sueños en que Sandra aparecía desnuda y entregada por completo a sus más bajos instintos que había aprendido gracias a las variadas películas pornográficas que saciaban el apetito sexual de él y sus amigos. Como buen adolescente desinformado imaginaba el sexo como un vendabal de pasión en que la mujer rebosaba de excitación y placer con sólo tocarle los senos, acariciar las caderas y pasar la lengua por el cuello. Enrique deseaba más que nada, en su cosmovisión sexual, el cuerpo de Sandra.
Fue grande su sorpresa al enterarse que Sandra lo aceptaría. Aunque nadie le había contado que ella moría de amor por otro joven y que este la había rechazado. Ella le sacaría celos con Enrique, lo besaría apasionadamente, lo estrecharía entre sus brazos lo más que pudiera delante de Carlos para que al fin recapacitara y volviera. Intentaría recordarle con indirectas las noches de playa y piedras frías en que en cuatro ocasiones la tomó por la cintura y arrancó su pudor entre la complicidad del silencio y la pasión.
Enrique era perfecto, alto y fuerte, goleador del equipo de fútbol, primero en la clase, ganador del premio de ciencias y de padres con posición acomodada. Carlos se moriría de envidia y enojo, volvería con sus feos anteojos y su andar triste a pedirle perdón, a recordar las noches clandestinas de amores furtivos. Volvería a remembrar en su agónica comprensión de la vida que el placer una vez probado es inevitable resistirlo.
Causó mucha conmoción el embarazo de Sandra. La última noche en que los egresados de la escuela secundaria se vio reunida vieron a Enrique salir con Sandra a un hotel de los "mejores", todos se preguntaban donde estaba Carlos y su opinión siempre polémica, su comentario poético y su hablar profundo que mereció el puesto de honor (aunque en secreto) al lado de la chica más cotizada de la escuela.
Carlos miró el océano ubicado a unos metros de la fiesta. Vio a Sandra salir con Enrique y sus pasos lo llevaron hasta el local donde Sandra concebiría el primer hijo debido a su confusión en las fechas de la llegada de su menstruación y la precoz eyaculación que Enrique nunca supuso que existía pues sus muchas revistas "sólo para adultos" jamás se lo contaron. Además de los tres intentos fallidos por intentar hacer excitar de placer a Sandra cual películas favoritas de él y sus amigos. Carlos miró el hotel, como miró a los tres amantes que poseyeron a Sandra sin embarazarla, porque ella era demasiado inteligente para tener un hijo y perderlo en un aborto como en su primer estúpido error de enamorarse y creer en un hombre.
Carlos dio la espalda al hotel, decidió irse de allí, de Sandra, de sus sueños, sus recuerdos, del intento de salvar su corazón.
Aún no amanecia, lo madrugada era hermosa para caminar.