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Categoría: Sueños

Remembranzas

A decir verdad han transcurrido mucho tiempo desde que deje de frecuentar las cantinas. Por qué, porque fue mi manera de protestar desde que permitieron la entrada a las mujeres, fue como. . .si se hubiera roto el encanto.
Malo, malo, malo. Una cantina era lo más parecido al “Club de Tobi”, era el lugar típicamente masculino por excelencia, era el último reducto que teníamos para sentirnos auténticos machos mexicanos, nuestro espacio, el ágora de la democracia varonil donde convivían el chofer y el gerente, el ingeniero y el dibujante, el contador y el mensajero y, todo eso se perdió. ¿Y qué ganaron las mujeres? ¡Nada!
¡En fin!
Yo solía frecuentar, un jueves y el siguiente también, una cantina en la calle de Coahuila casi esquina con Medellín a media cuadra de Sears Insurgentes, “Los Arcos”, sí no mal recuerdo. Un día a la semana nos reuníamos un grupo de compañeros de la oficina para platicar de todo menos de política ni de religión, jugábamos “Dominó” o “Cubilete” mientras dábamos cuenta de cuando mucho una botella de a litro de Bacardí Blanco combinado con Coca Cola de esas chiquitas en botella verde. Botana al centro consistente en una generosa ración de jalapeños en escabeche, añejo truco cantineril para provocar sed y por consiguiente mayor consumo de bebidas. Los pocos preferían una “Corona”, “Victoria” o “Superior” para apaciguar el escozor que provocaban la ingesta de las inocentes zanahorias. No faltaban los “Churritos” o las Papas Fritas.
Recuerdo la extensa gama de olores, no todos agradables pero al fin típicos de una cantina, desde luego los etílicos, el aserrín, el caldo de camarón, los pescados fritos y, las tortas de huevo con chorizo. De recordarlo lo añoro y las saboreo. Bueno en los olores no tan gratos el número uno era el que despedían los baños, aserrín con desinfectante barato y muy oloroso aunque no tanto como para ocultar el de. . . urea proveniente de las descargas aliviadoras de la ingesta de tal cantidad de líquido. Claro que a la tercera forzada visita a fin de descargar la vejiga yo diferenciábamos ese olor del penetrante olor de cigarro, puro o pipas.
El folklor lo ponían el desfile de vendedores de lo inimaginable, desde luego el “Billetero”, el “Bolero”, el vendedor de flores, el muñequitas típicas, el de chicles, el de los “Zarapes de Saltillo”, la “Cigarrera” sin faltar el “Toquero” o sea el que te sometía a tierno tormento con ligero aparatito que llegaba a descargar hasta ciento ochenta volts lo cual era capaz de retorcer al más reacio, bueno eso sucedía después de la cuarta ronda. Como atractivo extra era el guitarrista que lo mismo interpretaba un tango que una canción de Agustín Lara o una de José Alfredo Jiménez.
Pero el sonido más agradable por sobre todos era el que se escuchaba al azotar una ficha de Domino sobre la noventa por noventa y más cuando se “Ahorcaba la de Seises” y cómo no recordar las carcajadas a por algún comentario chusco o el cascabelear de los Dados al ser agitados en el “Cubilete”.
No faltaba la Rifa del Pollo, así como tampoco te retraías de expresar tus emociones mediante cualquier cantidad de groserías y ni quien se diera cuenta o se sintiera incomodo.
¡Ah, que parrandas tan agradables pasábamos!
La decoración no era cosa del otro mundo, es más creo que toda las cantinas estaba decoradas por la misma persona. La barra invariablemente construida en madera oscura, la contra-barra cubierta totalmente con un inmenso espejo que duplicaba la cantidad de botellas ya en uso, el cantinero con su imprescindible mandil en negro con singular prestancia a escuchar cuanta confidencia o comentario le hiciera el cliente en turno y que al contrario de un confesor solo se limitaba a escuchar sin dar consejo ni mucho menos a emitir opinión alguna. Los bancos fijos altos siempre con asiento redondo tapizados en tela plástica, algunos con respaldo aunque la más de las veces prescindiendo de él. Propiamente la Barra que no era otra coas que un tubo donde se descansaba uno de los píes sobre una especie de canal donde se colectaban desde colillas hasta escupitajos, cajetillas de cigarros vacías, carteritas de cerillos y toda clase de residuo desechable de las botanas consumidas.
No se sí es que la cantina existe o fue redecorada, pero lo que si que estoy seguro que ya no es la misma, desde que dejaron entrar a las mujeres.
“Adiós muchachos, compañeros de mi vida, barra querida, de aquellos tiempos. . .”
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
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