Todas las personas que he conocido tienen nombre, otros nombre y apellido; tan solo una persona a quien apenas conocí no tiene nombre ni menos apellido. Lo veo vagar día y noche por las calles vacías de mi vieja ciudad. Tiene en su rostro una media sonrisa y unos ojos brillantes y demasiado hermosos para aquella cara. Camina sin parar muchas veces y algunas veces se pone a correr de esquina a equina. Y cuando se agota se sienta en el suelo, cierra los ojos y se queda quieto como una coloreada escultura por espacio de una a dos horas. Y cuando abre los ojos se para como si tuviese un resorte en los pies y continua caminando, corriendo, sonriendo, saludando y mirando a la gente con quien se cruza en su camino con los ojos mas brillantes y hermosos que nadie jamás ha visto… No puede hablar. Quizás nunca le enseñaron, o tiene problemas con su lengua, la verdad es que no lo sé, pero sí sé que con sus bellos ojos se sabe expresar como nadie en el mundo. Hay veces en que se detiene frente a mí y se queda mirándome y sonriéndome de oreja a oreja como un ángel. Luego, me extiende su mano al igual a un mendigo y noto que su sonrisa se ha reducido a la mitad como si de mí dependiera un instante de toda su felicidad. Me le acerco y cuando le trato de regalar unas monedas, él las tira al suelo como si quemaran, y observo que su rostro se pone gris así como una tarde brumosa que muere en el ocaso. Se da media vuelta y continúa su camino sin volver un instante su mirada hacia atrás… Una tarde le vi sentado en el patio del Ayuntamiento como cuando se pone a descansar, me le acerqué y percibí que su cabeza sangraba, sus manos parecían haberse roto, y sus pies estaban morados y totalmente sucios e hinchados así como si fuera un globo de aire. Pensé que había recibido una tremenda paliza por lo que fui corriendo hacia mi casa en busca de socorro, ayuda, medicinas o algo que cubriera su estúpida desnudez, pues noté que se le veían todas sus íntimas partes, pero cuando llegué le vi caminando como si nada le hubiera ocurrido, corriendo, sonriendo, saludando y mirando a toda la gente con quien se cruzaba con esa vida libre que cualquier ser humano envidiaba… Lo vi alejarse y sentí que algo de mí se alejaba a su lado; quizás fue su brillante inocencia, su bella estupidez…
San isidro, diciembre del 2005