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Categoría: Terror

Rey Dolor

Quizás sea mi alma corrompida, quizás sea este mundo corrompido, lo único que sé es que todo es una mierda.
Infrinjo dolor a mis clientes, pues mi vida es el dolor, ellos me lo piden y yo se lo doy. De noche, de día, en la cama, en un taller, en el lecho de muerte... Pero, ¿qué sentido tiene la vida sin dolor? ¿Acaso no nos sentimos vivos cuando lo sentimos?
Desagradable, placentero, necesario. El dolor es la esencia de la vida; la gente teme el dolor porque ama la vida y teme a la muerte. ¿Acaso nacer no es doloroso? ¿No es más traumático nacer que morir?

Aquella noche me había preparado. Había cogido mis utensilios y me dirigí a una casucha abandonada. Allí estaba mi cliente...
Empezó a sufrir: recibía golpes, uno tras otro. Suplicaba que parara, mientras la sangre manaba de sus heridas y se atragantaba con sus propios dientes. Poco a poco dejó de articular palabras y empezó a emitir gemidos como una bestia moribunda. Entonces comenzó a notar las laceraciones de una afilada cuchilla. El pobre infeliz intentaba escapar del suplicio desmayándose, pero yo no podía permitirlo: debía sufrir más. Empezó a notar las drogas que le circulaban por las venas, y el dolor se acrecentó, pero no pudo desmayarse. Durante un rato sus heridas dejaron de manar. Pero el sufrimiento seguía; escuchaba una voz que le preguntaba cosas que él no sabía y pronto no comprendería. El pobre diablo no sabía nada, pero era mi trabajo y debía cumplirlo a la perfección.
Vio un punzón. Pronto dejo de verlo y empezó a gritar como un cerdo. No quedaba mucha sangre en aquel cuerpo moribundo, cuando dos hombre vestidos de azul entraron en la casa. Hubo gritos, disparos y más dolor. De pronto mi trabajo había aumentado: Una bala en el estómago, una muerte lenta y agónica. Otro tuvo más suerte, una bala le alcanzó el cuello y agonizó durante unos instantes. Mi instrumento fue el que más padeció, pues la bala le reventó la mandíbula. No se desmayó, pero poco después sucumbió a las dulces palabras de la muerte y se disparó en la cabeza... Y el pobre desgraciado seguía sufriendo, y yo me quedé allí contemplando el espectáculo.
De pronto, una suave y fría mano tocó mi hombro. Me giré y vi el dulce rostro de la muerte.
- Déjame. Tu trabajo ha terminado, ahora ellos me pertenecen.
Sus palabras, frías y cortantes como una navaja, herían mi alma.
- ¿Cuando seré tuyo?- Le dije con sumo dolor.
- NUNCA...
Y desapareció junto con las cuatro almas, y yo me quedé en un rincón llorando mi suerte. Si es que un espíritu puede llorar...
Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.95
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