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Categoría: Misterios

Rincón de Burgos

La casa, grande y antigua tenía, como a una cuadra, un gran muro de piedra y erosionados ladrillos herrumbrosos que caía como una gruesa escuadra hasta desaparecer entre la crecida maleza del monte cercano. En el muro no había brotado nada, la piedra y el ladrillo, solos. Acercándose era posible distinguir pequeños huecos que se decía eran huellas de “balas redondas de los tiempos de la patria vieja”. Por si fuera cierto aquellos testigos invitaban a la reverencia y eso, quizás, había salvado a la tapera de ser demolida. A veces arando detrás del muro los bueyes habían desenterrado mangos de trabucos , balas, una que otra boleadora y trozos oxidados casi irreconocible de armas blancas ¿cuchillos, bayonetas, sables?.. quien sabe...
Ese día había hecho mucho calor. Las mujeres conversaban en la gran cocina. Por la puerta abierta el olor del atardecer calaba la habitación mezclándose con el puchero de capón que barbotaba sobre la gran cocina de leña. El coro habitual de innumerables ranas y grillos también penetraba profundamente en el gran ambiente.
Los hombres habían salido en la mañana a cortar unos pajonales como a dos leguas de las casas. Unos a caballo, otros en una carreta de bueyes de grandes ruedas y sin toldo. Tío y sobrinos se habían ido entre risas y chanzas y dijeron volver de noche. Los perros se fueron todos con el alegre grupo.
La charla de las mujeres era animada y esa nochecita tenía como tema la vieja pared y sus huellas, los hallazgos de la chacra y unas luces que a veces se veían en la costa de la isla.
-Son cosas de viejas ignorantes, dijo Laurita. Su voz era segura y los ojos, claros, dejaban escapar un desdén citadino por las supersticiones.
-Así será, contestó Estela. Bajó la cabeza, se levantó y revolvió el puchero con un gran cucharón de cobre. El vapor inundó la estancia con el fuerte olor del cocido.
-Pero yo una vez vi algo, no sé, una luz que se movía, iba y venía, ahí cerquita nomás, casi sobre el embarcadero. La voz de Estela era ahora segura pero apenas se dejaba oír, como sintiendo vergüenza de contrariar a su tía Laurita que era maestra.
-Vos habrás visto alguno de tus hermanos con un farol
-No, si estaban todos para el baile de la escuela...
-Bueno, sería algún vecino
-Los vecinos no vienen de noche por aquí
Blanca, la más joven, al escuchar esta afirmación de Estela se aferró al niño de pecho que tenía en sus brazos y comenzó a abanicarlo nerviosamente con su mano libre. Se había criado en el campo y conocía de supersticiones , luces y aparecidos. Con la caída de las sombras se hacía más vívido aquel recuerdo. Siendo niña volvía de la casa de unos tíos cuando una luz grande y azulada la acompañó casi una cuadra pasando de poste en poste del alambrado. Corría , pero la luz corría también. No la quería mirar , pero ahí estaba. Ahora el recuerdo volvía, le secaba la garganta y le humedecía el cuello.
-Yo una vez sentí unas voces ahí en la cañada, atrás del chiquero, a la hora de la siesta... insistió Estela. La voz era ahora más alta, pero se quebró un poco al final.
-Tal vez. Los chanchos no hablan ¿O sí? . Los ojos grises de Laurita ya eran francamente burlones
-No sé...
-Dicen que hace mucho aquí vivía una familia grande. Eso dicen. de la época del viejo Artigas, insistió Estela
-¿Quién dice?
-La gente, los vecinos, eso dicen
- ¿Y que pasó?
- Un tiroteo dicen. Como una guerra chica que duró varios días. Eso dicen...
- Y bueno, quien sabe, capaz que sí. Artigas anduvo por aquí cerca...admitió la maestra
La noche se fue cerrando con el postigo inferior de la puerta de la cocina. Los hombres todavía no volvían. El puchero estaba casi pronto. Tendieron rápidamente la larga mesa. El mantel a cuadros rojos, los platos blancos con una guarda azul, el canasto de galletas de campaña, los vasos, las jarras de rojo vino y la de agua fresca y cristalina del profundo manantial. Los faroles a queroseno alumbraban la mesa estirando las sombras y las hacían mover cuando alguna ráfaga de brisa entraba en la estancia. Mientras la charla seguía
-¡Como tardan los muchachos!
-Se habrán bañado en el río, hoy hizo mucho calor, comentó Estela
-Si, se bañan y toman mate, después vienen, afirmó Angélica, hermana menor de Estela
-¿Están muy lejos? preguntó Blanca, casi en voz baja
-No acá nomás, un poco pasando el rincón...
-Pero no se les oye
-A pero mijita están como a más de una legua
-Ah ¿sí?
-Más o menos
-Entoces no están tan cerca
-Más o menos, el rincón es por acá nomás
De pronto y mientras se ultimaban detalles sobre la mesa, se comenzaron a sentir pisadas de caballos, el chirrido de las ruedas de la carreta, grandes risas y animada conversación en el patio de la casona.
-Ahí están, ¿ves? , ya vinieron. Viste Blanquita. Ya están allí.
Blanca se levantó con el niño en brazos y se dirigió a la puerta semicerrada con paso nervioso. Las otras mujeres seguían con su rutina alrededor de la mesa. La garganta reseca, la luz, aquella luz que la seguía y la seguía...
Blanca se asomó a la puerta y trató de mirar en la oscuridad del gran patio de tierra. Los ojos le dolían, pero allí no se veía nada. Las voces cesaron bruscamente. Los cascos de los caballos ya no hacían su ruido hueco. Era como que no había nadie ni nada. Pálida y temblorosa se volvió hacia la mesa.
-Afuera no hay nadie
-¿Qué decís Blanquita?
-Que afuera no hay nadie, y su voz se quebró definitivamente
-Bueno, ya ruido no hay...
-Debe ser una broma de Juan Carlos, dijo una de las hermanas. Se pasa haciendo chistes ¿té acordás cuando...
-Callate che. ¿Viste que no se oye nada? Hay demasiado silencio.
-Santa María
Un cosquilleo helado corrió simultáneamente en todas las mujeres, como si un viento inesperado en la nochecita bochornosa hubiera entrado por la puerta. El niño, inocente, dormía.
-¡Cerrá la puerta! ¿Querés?
El postigo de arriba sonó perfectamente a madera al golpear al de abajo. El cerrojo corrió gimiendo de óxido.
-Vamos che ¿qué pasa?
-Son las voces ¿viste?
-Es un eco, debe ser un eco... el viento lo trae
-Tal vez que sí...
-¿Cerraste bien?
Las mujeres se sentaron a lo largo de la gran mesa y callaron un momento. Entonces las voces aparecieron otra vez, el ruido de los caballos, la carreta, los perros......
-Vieron que era una broma de Juan Carlos... no tiene arreglo. Anda y abriles, que van a decir...
Blanca se quedó quieta. Una de las sobrinas corrió el cerrojo quejoso y abrió el postigo. Esta vez tenía un farol en las manos. Alumbró el patio vacío y ahora completamente silencioso. El farol casi cae de sus manos.
Cerró la puerta. Estaba completamente pálida.
-No hay nadie....son las fantasmas
-Callate que nos asustás
-Son las fantasmas...
-Callate mujer.......
Una de ellas prendió una vela y juntó sus manos sobre la mesa. El niño aún dormía a pesar de ser casi estrujado por su temblorosa madre.
Y entonces otra vez. Se podían adivinar los caballos caracoleando sobre la tierra apisonada hace más de cien años, las voces de los hombres, eran como órdenes, ya no eran risas, la carreta no se sentía, un ruido tintineante de largos sables. Más gritos y cascos de caballos... órdenes... voces ásperas, no había ya risas.....
-Otra vez, mi dios querido
- ¡Váyanse!
- ¡Por Dios y la Virgen Santísima!
Entonces los rezos se hicieron en voz alta, eran entrecortados alaridos de terror. Algunas se arrodillaron sobre la vieja baldosa inglesa. La madre no rezaba. Había cerrado los ojos. Pero era peor, la luz estaba allí, de poste en poste, una luz sin luz y sin sombra...
Luego un gran silencio. Ni un ruido del bullicioso monte. Un gran silencio.
Los hombres llegaron un rato después. Se habían bañado en el río, habían tomado algunos mates y se volvieron entre chanzas y risotadas. Ya en el patio, la puerta de la cocina estaba abierta de par en par, la mesa tendida, el puchero en su olla, los faroles encendidos y la estancia vacía.
Datos del Cuento
  • Autor: Tordo
  • Código: 9009
  • Fecha: 16-05-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 5.46
  • Votos: 82
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2764
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