Pareciera que así he de morir. Postrado en esta improvisada lápida en vida. Huelo el humo que pronto arderá mi piel. Los ojos me lagrimean. En vano intento moverme. Sogas atenazan mi cuerpo a un poste. El fuego ya pronto abrazará mi dolor.
La gente observa mi derrota. Si no estuviera amordazado les diría la verdad, aunque fuese lo último que hiciera y con eso gastase mis pocas fuerzas que me quedan luego de haber pasado tres días colgado. Es un ritual, les dijeron. Y de esa forma encubrieron mi asesinato.
Sufrirás, me amenazó el rey, tanto más cuanto me heriste a mí. Pero es mentira, fui engañado. La muchedumbre se amontona y murmura. Sus rostros aparentan disgusto, pero no ven la hora en que mi último alarido los regocije de paz y falsa bendición. Malditos incrédulos.
Y entonces lo inevitable acaece. Mis pies arden. Las llamas avanzan rápidamente. Se consumen mis partes. Es insoportable. Mi cintura se envuelve en calor. Casi no puedo respirar. El fuego llega hasta mi pecho. Mi piel se derrite. Me quemo. Me arde. Me duele. No resisto más. Quiero escapar y no puedo. El contacto cruel de la soga hiere aún más mi fatalidad. Mi cuello se incendia. Entonces llega hasta mi rostro. De a poco se deforma. Gotas líquidas de mí caen refrescando las brasas. ¿Sigo vivo? Mis latidos todavía no cesan. Todavía no.
El rey, mi verdugo, se acerca. Alcanzo a distinguirlo. Se detiene a unos metros. Me observa y sonríe. Le produce placer mi sufrimiento. Tanto placer como el que sentí yo al acostarme con su mujer. Entonces yo también sonrío. Y confieso: merezco el castigo.
Hhahhaaa. I’m not too bright today. Great post!