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Robert, el astronauta

El astronauta Robert había diseñado una nave espacial unipersonal con la que podía viajar por el espacio de forma sencilla. Con su nave, el astronauta Robert podía acercarse a cualquier satélite y arreglarlo, o llevar provisiones o piezas urgentes a otros astronautas que trabajaban en alguna estación espacial.

Lo mejor de todo es que el astronauta Robert hacía todo esto de forma desinteresada, porque era muy muy rico y no necesitaba nada. Él se sentía recompensado simplemente con el agradecimiento de la gente y el saber que hacía algo bueno para ayudar a los demás. 

Los gobiernos de los diferentes países estaban muy agradecidos y, siempre que estaba en la Tierra, invitaban al astronauta Robert a sus residencias oficiales y a las fiestas más importantes del mundo. 

Pero un día, el astronauta Robert perdió todo lo que tenía. Varios incendios arrasaron sus propiedades y todos sus negocios quebraron. Del susto, el astronauta Robert se quedó inmóvil, tanto que no pudo volver a mover las piernas más.

Aunque no tenía dinero para pagarles, los mejores médicos del mundo revisaron el caso del astronauta Robert, más bien el exastronauta, porque debido a su problema no podía viajar al espacio. Todos hicieron lo que estaba en sus manos, pero nadie consiguió que el astronauta Roberts volviera a mover las piernas.

Un día, el presidente del país más poderoso del mundo fue a visitarlo al hospital donde le estaban atendiendo. El presidente encontró a Robert muy compungido.

-¡Qué voy a hacer ahora! -dijo Robert-. Ya no soy útil a nadie. ¿Dónde voy a vivir?

-Traigo una propuesta para ti -le dijo el presidente-. Me gustaría que enseñaras a los jóvenes, que les hablaras de tus experiencias, de tu visión del mundo, que los inspiraras con tus consejos.

-¿Quién querrá oir las historias de un viejo fracasado? -dijo Robert.

-No has fracasado, Robert, solo has tenido mala suerte -le dijo el presidente-. Si hubieras fracasado nadie habría intentado ayudarte ni yo estaría aquí diciéndote esto. Miles de personas han solicitado ya tu presencia. Todo el mundo quiere conocerte y oirte hablar.

A Robert se le llenaron los ojos de lágrimas.

-Eres buena persona, astronauta Robert, y todo el mundo te quiere por todas las cosas buenas que has hecho de forma desinteresada-le dijo el presidente-. No te engañes, has triunfado.

Al día siguiente Robert concedió su primera entrevista en televisión. Cientos de miles de personas acudieron a sus conferencias durante las siguientes semanas.

Un día, sin darse cuenta, con un impulso, Robert se levantó de su silla de ruedas en medio de una conferencia. Tras dos minutos de silencia absoluto el público arrancó a aplaudir.

Pero Robert no volvió al espacio. Lo que sí hizo fue donar los planos de su prototipo de nave espacial a una fundación benéfica y formar a varios jóvenes para que hicieran lo mismo que hacía él. Al fin y al cabo, estaba consiguiendo su objetivo: hacer del mundo un lugar mejor. Definitivamente, el astronauta Robert había triunfado.

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