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Roberto y el invento de Pascual

A Roberto siempre le llamaban para resolver todo tipo de casos. Desde un gato que se había fugado de casa y había aparecido en la playa, hasta el robo de unas bicicletas en la puerta de un colegio o el caso de un montón de hamburguesas contaminadas que habían llegado hasta las cocinas del bar más popular de la ciudad. 

Roberto era lo que se conoce como un policía intrépido y audaz. Sabía seguir las pistas como nadie y hacer las mejores preguntas para poco a poco resolver los casos. 

Sólo tenía un fallo: en verano no aguantaba el calor y le costaba mucho más trabajar. Siempre que podía y los casos eran fáciles, hacía un par de llamadas desde casa. Allí, pegado al aire acondicionado, trabajaba mucho más a gusto y era igual de efectivo que siempre. La cosa cambiaba cuando tenía que salir a la calle y enfrentarse a las altas temperaturas que registraba Almería cada verano. Allí vivía Roberto, en esa bella ciudad andaluza donde el verano se hace insoportable. 

El último verano en concreto hizo mucho más calor de lo habitual. Fue entonces cuando Roberto se replanteó las cosas y se propuso encontrar una solución para no sufrir tanto con el calor. 

Se dio cuenta de que esos pequeños ventiladores de mano de poco servían con casi 40º C a la sombra. Tampoco resultaron muy útiles los helados y granizados que se tomaba en cada esquina porque lo que hacían era darle más sed. Y no sólo eso, sino que sabía perfectamente que no era nada bueno tomar tanto azúcar.

Con todas estas soluciones descartadas, Roberto decidió pedir ayuda a un señor que había conocido hacía unos años. Un inventor llamado Pascual al que había ayudado a descubrir quién le había robado la idea de uno de sus inventos más importantes: los calcetines masajeadores. Aquella vez resultó que el ladrón era su sobrino y todo quedó en un pequeño disgusto. Pero Pascual quedó tan agradecido que desde entonces él y Roberto se hicieron muy amigos. Así que cuando le pidió ayuda para poder soportar las altas temperaturas del verano y seguir siendo uno de los policías más reconocidos de la ciudad, Pascual se puso manos a la obra enseguida. 

Tardó sólo una semana en dar con el invento perfecto. Una gorra que llevaba en la visera unos mini aspersores de agua fresca. De la misma visera salía una pajita que iba conectada a un pequeño depósito de agua que se reponía sola por efecto de la condensación. Así podría beber las veces que hiciese falta sin preocuparse de desfallecer por culpa del calor. 

Con el invento de Pascual, Roberto volvió a ser el mejor y más intrépido policía de la ciudad incluso en verano, con el intenso sol alumbrando cada uno de los pasos de sus investigaciones.

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