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Romarico el nagüe contra las serpientes

~Dos años pasó el nagüe en Siri Lanka como entrenador de boxeo. Del islote a un costado de la India no lo impresionó el sabor extraordinario de su té, único en el mundo , ni las extrañas vestiduras de su gente, ni los monjes budistas con sus cabezas rapadas. No lo impresionaron los leopardos, ni el mono que habita como dios en los templos, ni los búfalos, ni los elefantes amaestrados. Si algo lo impresionó del país con la fauna más antigua del planeta fue la maldita circunstancia de las serpientes por todas partes.

Sus sobresaltos más fuertes fueron de otra naturaleza. La primera vez como invitado de honor a una cena. Criado en las entrañas de de la Sierra Maestra, uno por uno engulló sin problemas los platos que le pusieron delante, desde hormigas en salsa de caracoles hasta macaco estofado. Los comensales –unos quince en total entre hombres y mujeres- lo miraban atónitos, fascinados con el paladar del extranjero, el cubanito se aclimataba tan bien que hasta parecía uno de los suyos. El problema comenzó para Romárico cuando el comensal a su lado abrió la boca y desde sus profundidades gástricas dejó escapar un eructo.

Nadie salvo Romarico pareció sorprenderse, todos miraron con respeto al sujeto y acto seguido al anfitrión de la cena. AL punto comenzó el concierto. El cubano era ahora el atónito, los eructos se sucedían de un extremo a otro de la mesa y Romárico puso a reposar su estómago hasta que parara el bombardeo. El aire se hizo muy denso y él aguantó sin respirar cuanto pudo. No sabía todavía que era la costumbre por aquellos lares de agradecerle al anfitrión y celebrar por la deliciosa cena.

El vaho se disipó finalmente y justo cuando Romárico se disponía a disfrutar de un postre fabuloso a base de huevos de lagarto en salsa de miel con abejas, comenzó la fase 2 del bombardeo. Esta vez desde otro flanco. Con sonrisas de satisfacción en sus rostros, cual sincronizada danza, empezaron todos a mecerse de derecha a izquierda en el asiento. Se decían que si entre ellos con la cabeza, -recuerda el Nagüe-, levantaban una tapa y ¡Ban! allá va eso.

Más de veinte años después de su estancia en el país de los cocoteros, su memoria más viva no es la de su visita al gran templo de oro de Dambulla, patrimonio histórico de la humanidad, sino lo que aconteció durante el viaje de vuelta al hotel. El camino era agreste y lo peor, infestado de serpientes, la que más lo aterraba era una especie que los nativos llamaban la voladora, de ahí que a pesar del calor insoportable nadie se atreviera a adentrarse en automóvil sin subir las ventanillas.

Regresaban después de pasar el día recorriendo las grutas milenarias que los antiguos construyeron en honor al gran Buda, cuando el chofer, un matancero muerto de hambre a decir del nagüe, justo a mitad de camino se le ocurrió invitarlos a comer en una aldea. El santiaguero se opuso de inmediato pero cedió cuando el resto de la comitiva, una pareja de amigos sirilankos, aceptaron la invitación del matancero.

Terminada la cena e instalados de nuevo en la camioneta continuaron camino. Atravesaban ahora una de las zonas con más densidad de serpientes del mundo, tantas que sus cuerpos crujían bajo el peso de las llantas. Veterano ya de mil campañas, el nagüe comenzó a sospechar cuando mirando con el rabillo del ojo notó cierto movimiento a sus espaldas, se acercó al retrovisor y confirmo que en efecto la mujer se mecía de lado a lado. Acto seguido llegó la onda expansiva y el nagüe se apuró a bajar la ventanilla. Pero tú estás loco, le dijo el chofer, se va a colar una serpiente. Que serpiente ni serpiente, le respondió el nagüe, tras comprobar que ahora el hombre también se mecía. Mia, ¡ frena!, ¡frena esta mierda, coño ¡, le gritó justo cuando llegaba la réplica. Cómo voy a para aquí ¿tú estás loco?- le dijo el chofer- . ¡Para carajo o me tiro! - le respondió a gritos Romárico y sin darle a tiempo a reaccionar abrió la puerta y se lanzó al aire puro

Hasta aquí la historia de cómo Romárico el nagüe se enfrentó a las serpientes

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