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Jonás se marchaba.. Por las ventanillas del coche iba corriendo hacia atrás su mundo. Todo iba a dejarlo atrás, todo iba a quedar ahí. Se disolvieron lentamente los pinares a su espalda. El río desapareció entre los chopos, abandonado en un cauce al que él ya nunca volvería.
Veía como se perdían una a una las colinas y los pastos en su retrovisor. La tarde iba muriendo y el sol ya alumbraba en rojos desmayándose por el llano.

De pronto en un punto del horizonte, un rayo de luz golpeó la silueta de un viejo campanario, y el destello le dio en los ojos de pleno.
Jonás vio ese reflejo fugaz y jugó a pensar que era una señal. Tal vez significaba que no debía irse de su pueblo y desde lo alto de la iglesia alguien pretendía advertirle que no era bueno pasar de ahí.

La carretera se llenaba de aburrimiento, pasando ahora por ondulaciones largas y cansinas, ofreciéndo cada vez un paisaje más de arcilla, de sequedad y humos, de aire espeso y violentado. Fábricas sueltas aquí y allá, hormigueros de camiones, carteles de menú barato...chimeneas concebidas para asesinar nubes, y otra vez un llano de polvo roto por pueblos anónimos en su recorte horizontal.

Las torres de alta tensión pasaban junto a los kilómetros y Jonás las observaba de soslayo. Sus hilos entre torre y torre echando panza hacia el suelo y volviendo a subir a sus ligaduras.
Un halcón posado en el más alto hierro, lo miró a la cara y rápidamente alzó el vuelo en dirección al bosque.
Jonás pensó de nuevo que podía ser una señal. El halcón lo ha visto todo y se ha dado la vuelta de regreso a la tierra verde y al agua clara.

Una tristeza creciente irritó sus ojos y ya no vio nada amable por los espejos del coche. La aridez lo había engullido todo y él estaba en el centro de su estómago a punto de convertirse en su misma esencia.
La carretera no estaba apenas transitada. De vez en cuando algún conductor lo adelantaba, pero a nadie había visto venir en sentido contrario. Parecía ser que la ciudad atraía hacia sí a todas las fuerzas vivas, vaciando el monte de sus gentes.
Con la luz eléctrica como venas de sangre confortable, se iba yendo el mundo al progreso insalubre, presa de su magnetismo y de su hipnosis.

De pronto apareció a lo lejos un automóvil frente a él. Lo fue observando mientras se le aproximaba y distinguió en su interior a un hombre solo. El coche era del mismo modelo y color que el suyo, tal vez un poco más viejo.
De nuevo lo tomó como otra señal. Aquel desconocido significaría sus propio regreso, le estaría intentando decir que se diera la vuelta.
La angustia se apoderaba de sus sentidos y el corazón pulsaba un dolor a cada pálpito.

Una enorme ciudad emergió arrogandose el paisaje, acaparando para sí todo el protagonismo.
Ya era casi de noche. La gran urbe retó con sus luces a un cielo gris de pesadumbre. Los ojos de Jonás comenzaron a llenarse de avenidas, de tumultos, de excitaciones...¿Cabría en ese lugar de locos alguna otra señal?.

Sí, cabía una señal, un stop. Pero esa no la vio.
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