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La aterradora visita de la bella muchacha

Williams supo que tendría un fiel compinche desde el mismo momento en que acunó entre sus brazos a esa pequeñita criatura que lo miraba con ojos adormilados. Era el primogénito, aquel que cargaba con todas las expectativas de su padre por poseer esa aura milagrosa como glorioso estandarte y que, cuando la esgrime el segundo hijo, ya está demasiado manoseada para crear idéntica emoción. Por lo menos eso era lo que pensaba Williams. El pequeño colmó todas sus atenciones, tanto así que su esposa empezó a celarlo por esa relación que la excluía casi del todo. Como el hombre poseía gran fortuna, la conminó a mantenerse en su lugar, so pena de quitarle todo derecho sobre su hijo.

El pequeño creció rodeado de todo cuanto puede desear un niño y la sombra de su padre no oscurecía su horizonte, más bien se sentía inmensamente protegido, lo que terminó por transformarlo en un pequeño voluntarioso al cual había que complacer en todo. La madre, siempre en segundo plano, era una simple empleada más en aquel hogar dominado soberanamente por Williams. El hombre nunca accedió a que tuvieran un segundo hijo por temor a que se diluyera ese inconmensurable amor por su regalón. La mujer, víctima de una terrible depresión, acabó por pasarse semanas enteras encerrada en su habitación y acosada por la desdicha de sentirse absolutamente anulada, una mañana fue encontrada sin vida por una de las empleadas. Había ingerido dos frascos de somníferos que la alejaron para siempre de este calvario terrenal. El arrepentimiento tardío de Williams de poco sirvió, pero desde entonces luchó por superar ese horrible sentimiento de culpabilidad.

Muchos años más tarde, Richard era un aventajado alumno de ingeniería en una importante universidad. El muchacho poseía un carácter demasiado dominante, llegando a opacar incluso a su padre, quien ahora, arrobado con la imagen de ese guapo mocetón que tanto lo enorgullecía, seguía contemplando en él a ese prístino milagro de la trascendencia.

Richard tenía la idea fija de titularse como el mejor alumno de su especialidad y ello influyó para que sus incursiones amorosas fuesen tan breves como infecundas. Muchas niñas desfilaron en pos de su huidizo corazón, pero todas ellas debieron rendirse a la evidencia que la pasión de ese muchacho se encontraba en una esfera con la que ellas no podían competir.

La mansión de los De Soto resplandecía como nunca aquella noche. Los sirvientes vestían de gala, regios cortinajes se desplomaban como cascadas primorosas sobre los enormes ventanales. En la amplia mesa se exhibían en vajilla de plata los más ricos manjares que más tarde agasajarían los paladares de los jóvenes invitados al cumpleaños número veintidós de Richard. Uno a uno comenzaron a llegar los bullangueros chicos quienes, de inmediato- y ante tanta solemnidad- se cohibían agrupándose en las esquinas del espacioso salón.

La velada fue esplendorosa, afamados músicos subieron a un improvisado proscenio para interpretar los más variados ritmos. La alegría era desbordante, Williams, desde su habitación, monitoreaba todo lo que ocurría en la fiesta, orgulloso que su hijo tuviese tantos y tan entusiastas amigos.

A medianoche, ocurrió lo imprevisto. Un repentino apagón hizo desprenderse de las bocas de todos los invitados un ooooooh de sorpresa. El silencio dio paso a una madeja de murmullos que se incrementaron cuando ingresó al salón una bellísima chica completamente ataviada de negro. Nadie la acompañaba y ninguno dijo conocerla. La muchacha caminó ese largo trecho que la separaba de Richard con el desplante de una modelo de pasarela y cuando lo tuvo a un abrazo de distancia, acercó sus labios de rojo púrpura a la mejilla del joven, arqueando sensualmente su bien formado cuerpo. El beso resonó con reverberancias cristalinas y los invitados, entre nerviosos y divertidos, rompieron por fin la tensión, aplaudiendo a rabiar. algunas chicas cuchicheaban entre ellas sobre quien sería esa intrusa que nadie había visto nunca y los muchachos intercambiaban entre sí los más osados comentarios sobre la recién llegada.

Más tarde, a solas con Richard, la muchacha dijo llamarse Thana T.Osmond y con su voz dulce y melodiosa le contó todas las peripecias por las que había pasado en su corta existencia. Richard la contemplaba arrobado, puesto que nunca había visto a una chica tan especial y por supuesto, tan hermosa. Cuando eran cerca de las tres de la madrugada, los invitados comenzaron a despedirse, entre ellos Thana. Richard, quien ya estaba absolutamente prendado de ella, se ofreció para llevarla en su lujoso coche, pero ella prefirió irse sola. Nadie supo dar una explicación al siguiente suceso. Una especie de nube pareció inundar la habitación y cuando esta se disipó, Thana había desaparecido. Un ligero escalofrío conmovió ligeramente e Richard.

Williams estaba muy intrigado porque en ningún momento las cámaras registraron a una muchacha con las características de Thana. Revisó las grabaciones y nada. El misterio se ahondaba aún más con su abrupta llegada y su no menos repentina desaparición. Richard buscó en la guía telefónica a todos los Osmond que aparecían allí y se dio el trabajo de llamarlos uno por uno. Ninguno de ellos dijo conocer a la chica. Habría pues que esperar una próxima aparición de la misteriosa chica.

Richard estaba obnubilado con el recuerdo de esa particular muchacha que con tanto desplante y afabilidad había clavado sus sutiles garras en la escurridiza epidermis de su pragmático corazón. En medio de complicados ejercicios algebraicos, aparecía ese rostro angelical, entorpeciendo los cálculos y cambiando las cifras con ese desparpajo que parecía ser su principal característica. El padre, haciendo uso de sus influencias, se puso en contacto con algunos detectives para que rastrearan a la extraña muchacha. El hijo, entretanto, había visto decrecer su rendimiento, las notas eran bajas y su autoestima rozaba las baldosas. Sólo la aparición de Thana podría cambiar las cosas.

Cuando falleció Jefferson, uno de los colaboradores de Williams, ocurrió algo que le puso los pelos de punta a todo el mundo. La esposa dijo que en los últimos momentos de vida del anciano, entre los familiares y amigos de su marido le pareció ver a una mujer hermosísima que la contemplaba fijamente. Les preguntó a los circunstantes si alguno de ellos la conocía, pero no sacó nada en limpio. Además, la mujer desapareció de improviso, dejando con un pasmo de narices a quienes creyeron verla. ¿Era acaso un espectro la bella Thana? Eso fue lo que comenzó a rumorearse en la ciudad, más aún cuando varias personas dijeron haberla visto en diferentes lugares, todos asociados a muertes o accidentes.

El detective Murray tenía su propia teoría. Según él, Thana era una mujer desquiciada que gustaba de asistir a esos eventos en los cuales alguien estaba en peligro de vida. Lo cuestionable en esta hipótesis era que la chica parecía tener la facultad de materializarse en diferentes lugares a la vez, lo cual ya le daba al caso los inconfundibles matices de un enigma.

Williams, preocupado por el declive de su regalón, intentó distraer al muchacho con diversas actividades, pero el mutismo de Richard, su desgano y su evidente pérdida de motivación, parecían agudizarse con cada día que transcurría. El asunto llegó a tal extremo que el joven cayó postrado en cama, sin fuerzas y sin ganas aparentes de vivir. Los médicos no encontraron nada anormal, salvo una ligera anemia que podía revertirse con los medicamentos adecuados.

Entre nebulosas, le pareció a Richard visualizar el bello rostro de Thana. Era un ensueño, la imaginación, que afiebrada, le jugaba una travesura. Alzó su brazo enflaquecido para acariciar aquel rostro angelical, pero ella, con una juguetona sonrisa entre sus labios, le dijo que tuviese paciencia porque en breve estarían juntos para nunca más separarse.

¿Quién era esa extraña chica que aparecía y desaparecía a voluntad? Williams, apelando a todo para encontrar una explicación que además le devolviese la salud a su hijo, acudió donde una mujer que presumía de saber los arcanos secretos de la humanidad. Laura Thompson se llamaba y se trataba de una mujer baja y delgada que barajaba las cartas del Tarot con una destreza envidiable y que revolvía huesos en medio de la ceniza buscando respuestas que al común de los mortales les estaban vedadas. Laura le preguntó a Williams si tenía alguna fotografía de la chica. Williams movió desganadamente su cabeza y dijo que muchos la habían visto, entre ellos su hijo, pero él personalmente no la conocía. La mujer extrajo un inmenso libraco de sus empolvados anaqueles y comenzó a buscar referencias con respecto a apariciones colectivas. Con sus dedos largos y ágiles repasó el índice de aquel voluminoso tomo, hasta dar con un tema que pareció interesarle.

“Muchas apariciones son producto de la imaginación, pero algunas se materializan mediante conjuros invocados por algunos novicios que no saben después desanudar sus hechizos. Es notable aquella aparición de una mujer ocurrida en 1759 en la ciudad de XXXX, visualizada por cientos de personas, muchas de ellas fallecidas en los meses siguientes.”

La mujer se pasó la mano por sus ojos en un gesto de concentración. Williams se aterró al escuchar aquella frase siniestra: …visualizada por cientos de personas, muchas de ellas fallecidas en los meses siguientes. Recordó con espanto que la muchacha había sido vista en todos aquellos lugares en los cuales rondaba la muerte. ¡Y Richard, su Richard había conversado con ella y ahora languidecía tal si quisiera dejarse morir! La mujer comenzó a escudriñar en sus huesos y muy pronto, su voz carrasposa, que delataba a una mujer fumadora, dijo: -Al parecer alguien ha intentado desentrañar un misterio inviolable y con ello ha invocado a esta mujer que –ni Dios lo quiera- puede ser…¡Ay Dios!
El hombre, demasiado ansioso, la conminó a seguir.
-¿Quién, quien puede ser? ¡Hable por favor!
-Ojalá me equivoque pero puede ser…la mensajera de la muerte.

A Williams se le erizó el cabello.

Transcurrieron varios meses antes que una sucesión de fallecimientos amenazara con despoblar aquella ciudad. Casualmente, muchos de aquellos occisos estuvieron en el lugar en donde se había aparecido la extraña chica. Richard, entretanto, parecía haber recuperado en parte su salud, si bien la imagen de Thana seguía rondando en su mente. Williams se devanaba los sesos por encontrar a ese que había anudado algún hechizo transformándose aquello en una caja de Pandora y que al ser abiertas sus arcanas fauces había esparcido la muerte por doquier. Concurrió una y otra vez donde Laura Thompson, acuciándola para que descubriera a ese que ahora ponía en jaque la vida de su retoño.
La mujer le miraba con sus ojos extraños, realizaba sus pases, consultaba sus volúmenes pero nada sacaba en limpio.

Una noche en que Williams se desvelaba en su lecho, recibió un llamado urgente de Laura. Ella, con voz temblorosa le dijo:
-Señor Williams ¿Ha escuchado usted de la materialización de Thanatos?
-No, explíquese por favor.
-Fue una situación en que la Muerte como tal, se vinculó a la forma para aparentar ser una persona. Como tal, tuvo la facultad de anunciarle a cada uno de sus sentenciados su próximo fin. Y todo esto, señor Williams, porque alguien reactivó las cifras que la mantenían cautiva. En ese estado, la muerte se desata y es capaz de aventar la desaparición de cuanto ser la mire a los ojos.
El terror se apoderó de Williams. Si era Thanatos aquella que obsesionaba a su hijo, muy pronto Richard seguiría el rumbo de los demás.

Decidido a terminar con aquello que el consideraba un maleficio, Williams se embarcó en una desesperada búsqueda de la cifra aquella que revirtiera el proceso y enviara a Thanathos a sus oscuros abismos. Como de esoterismo no sabía absolutamente nada, consultó a cuanto brujo le salió al camino, algunos le dijeron que las cifras no existían, que aquello no estaba al alcance de la mente humana, otros le expresaron que la muerte se la dictaba al oído al condenado. Enardecido, recorrió morgues y cementerios para encontrarse con aquella que le deseaba robar a su hijo, su compinche, la razón de su vida.

Una lúgubre noche, algo alertó a los perros, conformándose una lastimera polifonía de aullidos. Williams dormitaba junto a su regalón en un sofá, después de haber intercambiado ambos las más variadas opiniones tocantes al asunto de los fallecimientos. De pronto todo pareció ennegrecerse, la luna, los astros, todo. La oscuridad luego dio paso a una luminosidad mortecina. Las puertas de la sala se abrieron violentamente impulsadas por una ráfaga gélida. Padre e hijo se sobresaltaron al contemplar como tras el estruendo, la silueta de una muchacha se dibujaba en la mampara.
-Hola- se escuchó decir. Williams sintió que desfallecía y su hijo, en cambio, se levantó de inmediato como impulsado por una extraña fuerza. Era ella, aquella que tanto había buscado y que se anunciaba como algo sobrenatural.
-¿Has regresado Thana?
-Si- dijo la muchacha. Vengo a cumplir mi promesa.
Williams se abalanzó para interponerse entre ambos pero su hijo lo detuvo.
-Padre, por favor, no lo hagas. Nos amamos, la he esperado tanto.
El joven extendió sus brazos intentando tocar con sus dedos trémulos a la chica. Esta, sonriendo quedamente, entrecerraba sus ojos mientras su cuerpo parecía fugarse dentro de su negra vestimenta.
-¡No hijo, no!-Williams, en un desesperado intento, tomó uno de los atizadores de la chimenea y en el momento que intentaba descargarlo en el cráneo de la joven, una terrible punzada en su corazón le hizo desistir de su intento y apretando sus manos contra su pecho, se desplomó sobre la mullida alfombra. Richard se arrodilló junto a él y contempló con angustia su rostro contraído.
-¡Thana, Thana, mi padre se muere.
La muchacha no dejaba de sonreír.
-¡Tenemos que hacer algo! ¡Por favor!
Ajena al drama que vivía el joven, Thana se desplomó sobre un mullido sillón y comenzó a reír maliciosamente.
-Ya nada podemos hacer por él- dijo luego y su voz parecía emerger desde las profundidades, puesto que sonaba cavernosa.
Richard, espantado, vio que aquella bella chica era la misma que había conocido en la fiesta de cumpleaños pero por un matiz que no sabía diferenciar, se presentaba ahora ante sus ojos de una forma diferente, era algo mórbido emergiendo desde su instinto y que le erizaba la piel. Un grito de espanto escapó de su boca al constatar de golpe quien era aquella con la cual tendría que vérselas.
-Thana T. Osmond- su voz sonó dubitativa.
-Si-contestó la muchacha y esa breve sílaba esparcida en ondas reverberantes pareció rebotar en cada objeto para luego multiplicarse como una proclama.
-O mejor dicho…Thanatos…-repuso el joven.
La chica hizo una reverencia y le apuntó con su dedo índice.
-Tú me invocaste,chiquillo y aquí estoy para llevarte. Bueno, considerando tus grandes cualidades te dejé para el final porque eres un exquisito postre.
Aterrado, Richard retrocedió a sabiendas que ya no había escape. La muerte, ese hecho inevitable, designio que llevamos inscrito en cada una de nuestras células, ahora le contemplaba con sus ojos insondables.
Williams, haciendo un esfuerzo sobrehumano, musitó muy débilmente:
-Las cifras…las cifras…
Fue en ese momento que el cerebro de ingeniero de Richard comenzó a trabajar en función de complicadas ecuaciones. Recordó aquel día en que ensayando algunos ejercicios, escribió una secuencia numérica que sin saber por qué lo inquietó. Nada demasiado perceptible, sino algo como una apertura de arcanas cerraduras, un pensamiento fugaz que lo sacó de sus cálculos por una milésima de segundo. Su mente entrenada comenzó ahora a reordenar ese código. Thanatos se había puesto de pie y se acercaba a él con una expresión indescifrable en su rostro perfecto. Los números comenzaban a aparecer lentamente en la pantalla de su cerebro. Thanathos estaba ya a un paso, el joven desconocía sus armas pero fuese como fuese, ella era infalible en su trabajo. La muchacha o la Muerte -ya daba lo mismo- estaba junto a él; pudo contemplar ese rostro bello e inmaculado, esfinge de carne gélida que desobedecía a todo esquema establecido y en el paroxismo del miedo por el dudoso privilegio de conocerla y estar cara a cara con quien le arrebataría su hálito, los números que intentaba reordenar, se le vinieron de sopetón a su mente y sin pensarlo dos veces, los pronunció con voz clara y solemne y esa fue la llave que giró en los desconocidos goznes de lo oculto para que Thanathos retrocediera un paso, dos, tres y tras cada paso que daba, su rostro se iba desfigurando para transformarse en algo amorfo cuando finalmente un ventarrón pareció succionarla, lo que se llevaba era un hatijo de ropajes oscuros que la noche los envolvió como una mortaja.

Sin aliento, sin fuerzas ni deseo de recuperar el entendimiento, Richard se desplomó al lado de su padre y sin saber por qué, comenzó a sollozar. Afuera, los ladridos y aullidos de los perros se acallaron, la noche recuperó su luminosidad. La Muerte, una vez más parecía reinar desde las sombras y ello significaba una oportunidad para el Hombre.

Tres semanas más tarde, Williams y Richard salían de vacaciones para olvidar la intensa y horrible experiencia vivida. Eran padre e hijo, una pareja inseparable y pese a que algún día, inevitablemente el muchacho emprendería su propio camino, entretanto disfrutaban de esa bella relación que ni la propia Muerte pudo terminar…



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Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 11791
  • Fecha: 17-11-2004
  • Categoría: Terror
  • Media: 5.71
  • Votos: 91
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4803
  • Valoración:
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