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La aventura de Gisela

Gisela era una niña que tenía mucho miedo de la oscuridad. Al apagarse la luz, su imaginación le jugaba malas pasadas y creía ver fantasmas y monstruos. Y aunque sus papás le explicaban cada día que aquello no eran monstruos, solo sombras de sus juguetes y ropa, ella les entendía, pero temblaba de miedo.

 

Un día recibieron en casa la visita de la tía Susana. Era la encargada de encontrar restos arqueológicos para el museo y había vivído grandes aventuras en sus viajes.
Gisela le preguntó: - Tiíta, ¿has tenido miedo alguna vez?.

- Si, Gisela, he tenido miedo de muchas cosas, de la oscuridad, de la soledad, de los fantasmas...
La niña se emocionó muchísimo; ¿cómo era posible que alguien tan valiente pudiera haber tenido miedo a tantas cosas?
- Te contaré un secreto. Lo mejor para no tener miedo, es cerrar los ojos e imaginar que estas en otro sitio y así soñaras cosas bellas y no tendrás miedo más.
- ¡Claro! tu secreto es seguir viajando con la imaginación.

-Te propongo un trato: esta noche, cuando vayas a dormir y apagues la luz, si hay algo que te dé miedo cierra los ojos, imagina que estas en la playa y que te lo estas pasando muy bien caminando por la arena. Toma esta caracola y pontela en la oreja, oiras el ruido del mar.

Gisela aceptó, no sabía si iba a funcionar, pero estaba dispuesta a probarlo, así que se fue a la cama, y ella misma apagó la luz.

Y tia Susana tuvo una idea, entro en su habitación con una linterna y enfocando a la pared, le enseñó a hacer sombras con las manos. Y Gisela se rió mucho. Despues, tia susana le dió un beso, le apagó la luz y cerró la puerta despacito.

Gisela se tapó con la sábana. Al poco rato, sintió miedo de una de las sombras en la habitación, y haciendo caso del consejo de la tía Susana, cerró los ojos muy fuerte, se puso la caracola en el oido e imaginó que estaba corriendo por la orilla del mar....¡y oía el mar como si así fuera!

A la mañana siguiente, Gisela llegó corriendo a la cocina, con una gran sonrisa, y dijo, ¡estube toda la noche jugando en el mar y lo pasé genial!

La tía Susana se reía encantada. Pero la llamó aparte y le dijo:

- Algunas veces, los niños pueden ver seres especiales que los mayores ya no ven, creen que son monstruos terribles, pero realmente no son así, y solo cuando superan el miedo, pueden ver su verdadero rostro.

Gisela, ya sin miedo, decidió que quería ver uno de aquellos seres, y esa noche esperó intranquila.

Empezó a asustarse en su cama, y volvió a tener el miedo que creia estar superado.

Todo estaba oscuro, pero entre las sombras pudo ver claramente dos ojos que la miraban fijamente, brillando amenazantes. Eran dos ojos grandes, separados de lado a lado de la estantería, lo que daba idea del tamaño de la cabeza de aquel horrible ser. El interruptor de la luz estaba justo debajo de aquel ser y Gisela se tapó con la sábana, temblando.

Cerró los ojos esperando que aquel horrible ser se marchara. Sin embargo, sintió un olor a frutas silvestres y la presencia del monstruo no parecía ya tan terrible.

Su miedo se disipaba por momentos, más cuando se acordaba de las palabras de su tía:

- Algunas veces, los niños pueden ver seres especiales que los mayores ya no ven, creen que son monstruos terribles, pero realmente no son así, y solo cuando superan el miedo, pueden ver su verdadero rostro.

Se fué destapando despacito, y mirando aquellos ojos luminosos, vió que no eran tales ojos. Eran dos Elfos chiquititos, con dos farolillos, que la miraban desde lo alto de la estantería apenados ante su

miedo.

Los Elfos eran seres llegados del mundo de Fantasía, lo sabía porque su tía se lo había contado muchas veces. Conocía a miles de seres mágicos, a traves de los libros que su tía Susana le traía de sus

multiples viajes, y de las miles de historias que le contaba de aquellos lejanos lugares.

Junto a ellos, había una bolita de pelos de color azul, era preciosa.

Gisela se destapó del todo y los miró sorprendida. Parecían querer decirle algo.

La bolita se acercó y la miró con unos dulces ojos color canela.

Esa bolita le habló con una vocecilla musical, cargada de colores.

- Hace mucho tiempo, la mayoría de los monstruos eramos seres simpáticos, golosos y peludos que vivíamos felizmente en nuestro monstruoso mundo, cuya puerta estaba en el armário de los niños o debajo de la cama.

Hablabamos y jugabamos con los niños y les contabamos cuentos por las noches. Sólo los niños podían vernos, porque de mayores, dejaban de creer en monstruos, hadas y demás seres mágicos al crecer.

Pero un día, algunos monstruos tuvieron una gran discusión por un caramelo, y uno se enfadó tanto que sus furiosos gritos llegaron a la habitación de su niño, salió por la ventana y se extendió por el pueblo.

Los niños de aquella casa, salieron corriendo de aquel lugar. Como no dejaron de gritar, las demás niños del pueblo, también huyeron de allí. Y se extendío el miedo a los demás niños del mundo que nunca

más quisieron jugar con nosotros.

Mientras le contaba esto, las lágrimas mojaban su precioso y brillante pelo azul y los Elfos asentían, confirmando que aquello era cierto.

Gisela ya no tenía miedo, se sentía culpable por tener ese miedo sin sentido y muy triste por la pena de aquella bolita, que de monstruo tenía muy poco.

Juntos se propusieron recuperar el cariño de los niños hacia los demás monstruos, y uno tras otro los fueron visitando a todos los amiguitos de Gisela, por la puerta mágica del reino de los monstruos.

Salian de debajo de la cama en unas casas, y del armário en otras. Los niños se asustaban, hasta que escuchaban la voz de su amiga contandoles la históría y veían aquellas dulces criaturas.

Entonces, Gisela les presentaba a uno de los monstruos de su amigo monstruito, y se hacían amigos cada uno de un niño, perdiendo el miedo para siempre. Los monstruos, agradecidos, les entregaban las

golosinas y juguetes que guardaban en sus casas, y así, finalmente, todos los niños fueron a ver a aquel primer monstruo gruñón que organizó la discusión.

Estaba ya muy viejecito, pero al ver a los niños, dio un salto tan grande de alegría que parecía tener 5 años de niño.

Debía llevar esperando años aquel momento, porque enseguida animó a todos a entrar en su casa, donde todo estaba preparado para grandísima fiesta, llena de monstruos, hadas, Elfos, duendecillos,

golosinas y caramelos.

Entonces, desde la puerta de aquella casa, se vió una silueta de un adulto que se acercaba. Todos se sorprendieron. Pero cuando pudieron ver de quien se trataba, el anciano monstruo lloró de alegría, era la

tía Susana, su primera niña. Niña que creció por fuera, pero no por dentro, donde creía ciegamente en la mágia. Había seguido a Gisela, porque sabía que ella le ayudaría a encontrarlo y a que ningún niño,

les volviera a tener miedo. Se abrazaron con mucha alegría y siguió la fiesta.

Juntos vivieron muchas aventuras y conocieron otros mundos mágicos, cada niño con su monstruo. Y no se volvió a oir a ningún niño gritar ninguna noche más por miedo.

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