Sueños inquietantes, muchas veces sin apenas percibirlo, van pasando por nuestro subconsciente, nuestra mente va captando señales de un futuro que se va acercando inexorablemente hacia nosotros. Premoniciones que en nuestros sueños se encuentran y que aún, cuando hacen acto de presencia, tratamos de ignorarlas. Siento que esta historia debe ser contada, pues todo en el fondo tiene un mensaje que ha de contarse y convertirse en reflexiones para el mundo. Hablo con el convencimiento de que lo que aquí escribo es una historia de amor, y no deseo que suene a otra historia más que sólo busca la sensibilidad y el romanticismo “barato”. Sólo quiero que ustedes sientan en esta vivencia que el amor nació de la nada, perduró con la constancia y hasta hoy sigue en pie, no importa que el alma haya viajado a otro universo, pues el universo es el todo y en el todo las almas se encuentran una y otra vez. Quizás el motivo de ese sueño sea lo menos importante. Juzguen ustedes mismos.
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Eran las nueve de la tarde, o por lo menos eso marcaba el reloj de pared. Sin embargo el tiempo había perdido el significado y la realidad para mí, desde hace dos semanas. El lugar olía a guardado, a humedad, esa humedad que arremete contra los paredes en los inviernos más fríos y lluviosos. La tormenta ya había perdido su fuerza; sólo quedaba de ella el sonido repetitivo de las continuas gotas que sobrevivían a los últimos rayos del sol. Cerca de aquel baúl se encontraba una mesa llena de escritos inacabados. La carcoma había hecho que su estabilidad peligrara, las patas temblaban al mínimo contacto. Habían pasado tantos años que el silencio reinante en aquella estancia engullía todo. La ventana se encontraba entreabierta, lo que hacía que la brisa de aquel día de primavera penetrara en la habitación. El olor a viejo era demasiado fuerte. Abrí por completo la ventana intentando airear la estancia y miré al cielo. Faltaba poco para el anochecer. El sol comenzó a besar el horizonte lentamente. El paisaje era enormemente bello. Tras el lago, los cipreses hacían del contorno un lugar de ensueño. Los pájaros volaban cerca unos de otros, casi rozando sus alas. Era mágico ver un vuelo tan perfecto y armónico. Mientras, los cisnes paseaban su excelsa figura por aquellas aguas tranquilas y cristalinas. Me extasió la belleza de aquel lugar. Todo allí era diferente.
Cerré la ventana y volví a rebuscar aquellos escritos meticulosamente colocados encima de la mesa. Eran historias inacabadas, donde se mezclaban infinidad de sentimientos, pero sobre todo pasión y amor. Ninguno de ellos tenía título, sólo en su margen inferior derecho se podía apreciar fechas distintas y el nombre de mi padre. Continuamente al lado de ese nombre aparecía la palabra “siempre estaré contigo”. Dejé de nuevo los escritos conforme los había encontrado y abrí el baúl que se encontraba cerca de la mesa. En un primer vistazo observé nuevamente escritos sin terminar, pero con la misma frase que los anteriores. Seguí escudriñando con el convencimiento de que encontraría algo que me hiciera comprender el porqué de la muerte de mi padre. Aún con el paso del tiempo no podía entender qué le había llevado a abandonarnos. Él siempre había sido un hombre fuerte con ganas de vivir y nunca había dado señas de debilidad. Él no tenía problemas en la vida, o al menos alguna que nosotros conociéramos. Nadie en la familia comprendía el motivo de su muerte. Mi madre murió hace muchos años y siempre creímos que ese fatal desenlace ya lo había superado, amargamente no fue así.
Entre aquellos escritos pude encontrar lo que parecía un diario. En la tapa frontal observé un dibujo donde se apreciaba cómo la luna se reflejaba en un lago; no era difícil pensar que ese lago era el que acababa de ver por la ventana. Cogí el diario e instintivamente me acerqué de nuevo a la ventana. La abrí lentamente y volví a mirar el horizonte. Respiré profundamente. En ese momento pensé que era el momento y el lugar apropiado para descubrir algo más; sabía que en aquel diario se encontraba parte de la historia que aún no conocía. Me acerqué a la mesa, cogí la mecedora y la llevé a la ventana. Me senté lentamente y abrí sus hojas.
“Querido Jorge: Sé que estás aquí, lo siento, pues me he convertido en el todo de este lugar y puedo palpar tu presencia. Cuando empieces a leer estas líneas yo ya estaré lejos de ti. No quería que algo tan personal estuviera tan a la vista, por eso he intentando guardarlo en el baúl. Sabía que vendrías y tenía que tener preparada una explicación de mi muerte. Créeme, me resulto muy difícil tomar esta decisión, sólo te pido que leas estas palabras y en ellas veas reflejado los sentimientos que durante tanto tiempo me han acompañado y que hoy he decidido dejar plasmados en este diario. No pido que aceptes mi decisión pero sí que intentes comprenderme. Qué puedo decirte mi querido hijo.”.
Levanté la mirada del diario y lo dejé encima de mis piernas. Acerqué mi mano derecha a mi mejilla mientas la mano izquierda acariciaba la pasta de aquel diario. Mientras tanto, mi mirada quedó fija en el horizonte. Respire profundamente intentando atraer a mis pulmones todo el aire limpio de aquel lugar. Mientras observaba el paisaje, lo que parecía un tordo se posó en la cornisa de la ventana. Tenía un cuerpo grueso, pico delgado y negro y lomo gris aceitunado. Me quedé mirando a sus ojos, pensativo, intentando traer a mi presente los recuerdos en aquel lago años atrás. Mientras apartaba mi mirada, el tordo emprendió su vuelo y se alejó lentamente. Mis manos empezaron a temblar y el diario cayó al suelo; miré a mi alrededor intentando buscar respuestas. Todo era místico en aquella habitación. Me agaché lentamente y cogí el diario de nuevo para proseguir con su lectura.
“Se me hace difícil explicarte los motivos que me han llevado a abandonarte, pero sé que necesitas una explicación y no quiero dejarte sin ella. ¿Te acuerdas de tu madre?, sé que aún la sientes, sientes sus manos en tus mejillas, sientes esos besos de buenas noches en la frente que durante tanto tiempo te dio. Sé que también recuerdas ese diálogo con ella donde te hacía ver que la vida es el mayor regalo que hemos podido recibir y que hay que disfrutarla con los cinco sentidos. Al igual que tú la sientes yo la sigo sintiendo, y hoy puedo decirte que la siento más cerca de mí, pues aquí, en el silencio de este mundo donde vivimos ahora, no hay nada que pueda evitar que nos sigamos amando como siempre lo hemos hecho. Ya sabes que tu madre enfermó, esa dichosa enfermedad que hace del hombre una simple sombra sin recuerdos. ¡Que triste vivir sin recordar, sin poder tener nostalgia de los bellos momentos compartidos!. Así fue como ella, poco a poco, nos dejó, en silencio, con unos ojos llenos de vida, pero sin recuerdos. Pero durante todo el tiempo en el que su cordura se lo permitió, ella, día a día, fue llenando un diario cautivador. Me parece mentira, cómo pudo arreglárselas para poder escribir esas palabras que siempre llevaré en mi corazón. Nunca me aparté de ella, siempre estábamos juntos. Aún hoy no puedo entender de dónde sacó el tiempo para escribir sin que yo la viera. Tengo que decirte que esas palabras no son el motivo por el que he decidido marcharme de este mundo, el motivo se encuentra dentro de mi corazón y mis más íntimos sentimientos. Sentí un vacío muy doloroso y que la recompensa de mi muerte era mucho más importante que la espera en vida de algo que jamás volvería”
Me levanté de la silla y empecé a caminar por la habitación. Decidí bajar al estanque. Mientras bajaba por aquella antigua escalera, mi imaginación me llevaba a recordar los momentos vividos con ellos, así recordaba esos momentos de felicidad en aquella casa, nuestros baños en el lago, las risas tras las caídas de mi padre en la barca que utilizábamos para pescar, el aroma de la barbacoa en los día de verano, el sonido del piano de pared que mi padre tocaba con virtuosismo. Todo eran recuerdos preciosos. Al llegar a la puerta, miré a mi alrededor y pude observar cómo encima de la chimenea aún se encontraban los retratos que mi padre pintó. El salón, adornado de preciosas lámparas de cristal de bohemia, bañaba de luz toda la estancia. Me acerqué a ellos y toqué el cristal. Era preciosa, sus ojos, negros rasgados, componían en su cara una dulce expresión que rebosaba ternura. Aquel dibujo fue el último que realizó mi padre. En su margen inferior derecho pude observar una fecha: 2 de diciembre de 1998. Cogí el pequeño cuadro y lo descolgué de la pared. Besé su imagen y, tras hacerlo, crucé el salón y abrí la puerta. La noche era seductora. El silencio transformaba mis pasos en un eco arrebatado que resonaba en todo el valle; la hojarasca hacia de mi caminar un estrépito incesante que dominaba todo el valle. Caminé cabizbajo, no fui capaz de percibir ni el color del cielo ni esa brisa que intentaba rozar mis mejillas.
Sin darme cuenta, y sumido en mis pensamientos, llegué al embarcadero, me senté y me apoyé con los brazos detrás de mi espalda en las tablas roídas. Miré al infinito y en ese momento sentí una paz inmensa. Seguí leyendo, preguntándome a la vez por qué no podía dejar de leer aquel diario, a pesar de las preguntas y de la angustia que estaban provocando sus palabras en mí.
“Durante mucho tiempo fui conocedor de la enfermedad de tu madre, pero lo que no sabía es que tu madre era conocedora también de mi enfermedad. La verdad es que me conocía demasiado. Me estaba muriendo por dentro, lentamente. No podía soportar ver cómo poco a poco nuestras palabras se acortaban, pero lo más penoso era mirarla a los ojos y sentir que ella ya no me recordaba. Tantas veces apreté sus manos intentando encontrar la misma recompensa, que aún siento el dolor en ellas. Supo desde los primeros síntomas de su enfermedad que me iría consumiendo con ella lentamente. Quizás, por este motivo, durante tanto tiempo escribió un diario donde me hablaba de ella, de sus emociones, de la vida, de todo lo vivido juntos. En el fondo, cuando pude leer sus palabras, mi corazón se llenó de alegría, pero hijo, su ausencia ha sido demasiado para mí, tanto en aquellos días de su enfermedad como en su muerte. Ambos nos conocíamos lo suficiente para saber a cada momento lo que sentíamos y ella sabía que no podría soportar su ausencia. Todo se precipitó tras su fallecimiento. Ese día mi alma se partió en dos. Fue en ese mismo momento cuando conocí la existencia del diario, pues tu madre intentó que no lo descubriera hasta que muriera. El diario se encontraba justo donde tú has encontrado el mío. Desde su muerte y durante un largo tiempo leí aquellas palabras, y te puedo asegurar que, mientras lo hacía, sentía una sensación realmente placentera. No quiero extenderme en el contenido, pues quiero que sepas, desde este momento, que nunca lo sabrás, pues me lo he llevado conmigo, pero sí quería decirte que sus palabras me hicieron sentir una plenitud de alma inimaginable. Cada noche la lectura de ese diario me transportaba con nostalgia a un sinfín de momentos vividos juntos y me demostró todo aquello que se llama amor. Repasó nuestras vidas unidos, desde que nos conocimos hasta sus últimos días y, en cada palabra suya, mi cuerpo temblaba. Hizo que regresara a mi niñez y volviera a enamorarme de ella. No estaba ya con nosotros, pero sentía que ella me visitaba cada noche mientras leía el diario. Siempre me hablaba de la luna, me decía que era mágica y mística y que cuando sintiera que mis fuerzas flaquearan la mirara con amor, pues en su luz se escondía el amor que sentía por mí. Me hizo recordar nuestro primer beso en el lago: fue un 27 de Agosto de 1953. Acabábamos de adquirir esta casa, fue una noche inolvidable, nos besamos apasionadamente mientras nos abrazamos y al fondo la luna bajó y aposentó su figura sobre el agua del lago. En aquel momento ella me dijo: -muchas lunas pasarán por nuestra vida y en cada una de ellas encontraremos el motivo de nuestro amor, ahora a la luz de esta luna, podría dormirme eternamente sin miedo al mañana. Conserva estas palabras cariño, cuando sientas soledad. Las mujeres nos enamoramos de pequeñas cosas, una palabra en el momento justo, una caricia enloquecida, un susurro en la tormenta, pero yo me he enamorado de tu todo. Siempre estaré contigo. El destino nos ha unido y cuando todo llegue a su fin, nuestras cenizas reposarán en las aguas de este lago, así delante de esta luna maravillosa podremos darnos el beso más difícil de todos: el último-. Estas palabras de tu madre, conmovieron mi alma. La abracé con todas mis fuerzas y lloré en sus hombros. Nadie en la vida me pudo dar lo que tu madre me regaló. Tras ese abrazo, volvimos a la casa y toqué el piano de pared para ella. Ludwig van Beethoven: “Claro de Luna”. Aquella melodía la hacía viajar al contorno del infinito, a ese mundo donde el presente no era capaz de llegar; su expresión acompasaba las notas de aquel piano. Era su melodía preferida. Mientras tocaba, sus manos acariciaron mi cuello y besó mis mejillas. Se alejó mientras yo seguía tocando y se dejó caer en el sofá. Cayó en un sueño muy profundo y tras terminar de tocar la cogí en mis brazos y la llevé a la habitación. Dejé su cuerpo en la cama y me quedé observando su expresión y, en ese momento, me di cuenta que estábamos haciendo juntos un viaje eterno hacia el mundo de los emociones y que logré alcanzar el más alto grado de pasión que un romántico hombre como yo podía sentir.
Todo fue mágico aquella noche. Y así me quedé durante un largo tiempo, contemplándola, sintiendo como su silencio era suficiente para mí, comprendiendo que no necesitaba sus palabras, entendiendo que todo tiene un momento y una razón de ser. Hay recuerdos que nos marcan para siempre y éste fue uno de ellos. A partir de ese día todas las noches de luna llena se repitieron en el mismo escenario”.
Poco a poco, mientras leía, iba comprendiendo todo. En esas palabras se veía reflejado un amor puro y sincero. Me emocioné y dos lágrimas cayeron por mi mejilla. Me sentía feliz por descubrir tan bellas pasiones en ese diario. Me incorporé lentamente y cogí de nuevo la foto de mi madre, la besé mientras mi mano derecha agarraba fuertemente el diario de mi padre. Creí que el tiempo se había detenido en ese mismo momento y que ambos aún estaban en aquel valle, sentí el eco de sus voces en el horizonte y el calor de sus manos sobre mi cuerpo. Miré al cielo y, entre las nubes, pude observar el reflejo de la luna: hoy resplandecía sobremanera. Me quedé inmóvil mirándola, como esperando que me hablara, que me susurrara al oído sus secretos. Ya en el interior, me acomodé en el sillón. La casa llevaba mucho tiempo cerrada y el frío se palpaba en el ambiente, decidí encender un fuego en la chimenea. Volví a sentarme en el sillón y seguí leyendo.
“Cuando tu madre murió, sentí que se me había ido todo. Los días sin ella eran tristes. Siempre estaba en mi recuerdo. Gracias a la lectura de su diario y a aquellos escritos inacabados que mi imaginación creaba y que salían de lo más profundo de mi corazón pude soportar su ausencia, nunca pude terminar ningún escrito, no encontraba los finales correctos, aquel final de amor que siempre había buscado. Así fue durante un tiempo, pero cada palabra que leía y escribía me hacía ver que mi sitio ya no estaba aquí, que debía acompañarla en su viaje. ¿Qué es lo que sucede cuando te pasas los días, semanas, años, siempre con la misma sensación de que algo en ti no está bien?, sentir que algo falta en tu vida, que no importa lo que hagas. Esa enorme sensación de vacío siempre está presente y nunca la puedes dejar a un lado. ¿Cuál es la solución para estar mejor, para sentirse bien, para poder sobrevivir y cambiar la forma de ver la vida?. La soledad daña y no pude evitarlo. Y así fue. Describo mi último día pues así será, todo está preparado. Cuando la noche caiga me acercaré al embarcadero, cogeré el diario de tu madre y, cuando la luna bese las aguas del lago, me lanzaré a él. Ese será mi final. ¡Qué mejor manera que besar por última vez la luna!. Cuando leas estas palabras ya estaré allí, con la mujer que enamoró mi vida. Sólo te pido una cosa, hijo mío, concédenos nuestro deseo. La luna te guiará y te dirá cuando es el momento”
Al terminar la lectura de aquel diario entendí aquel lenguaje universal que todas las personas conocen pero que a veces olvidamos y que se llama amor. Mi padre no murió de amor, murió enamorado. Mientras cerraba sus hojas el cansancio se apoderó de mi cuerpo. Cerré los ojos y me quedé dormido. No sé el tiempo que pasó, pero sentí como si mi cuerpo estuviera pegado al sofá. Como pude me incorporé, estiré mi brazo izquierdo cuanto pude y alcancé mis gafas que había dejado en la mesa. Froté mis ojos y respiré profundamente. En ese mismo momento las notas de aquella melodía antes escuchada llego a mis oídos. Atónito, observé cómo mi padre tocaba el piano mientras mi madre besaba su cuello. En aquel mismo momento me di cuenta que todo había sido un sueño, un terrible sueño. “Creía que os habías ido”.- exclamé con alivio. “¿Dónde deberíamos ir hijo mío?”.-contestó mi padre. Aún mi cuerpo se encontraba cansado como si ese sueño hubiera atrapado toda mi energía vital. Saqué fuerzas de flaqueza y, tras incorporarme, me acerqué a ellos y los abracé. Me dirigí a la puerta y, antes de abrirla, giré mi cuello y mientras soltaba las maletas volví a observar aquella escena con alivio. Me despedí de ellos y me marché.
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Pasaron dos años desde aquel sueño y la enfermedad de mi madre cada día empeoraba más. El sueño no había sido revelador en este sentido, pues mi madre ya sufría alzheimer. Había perdido completamente la memoria y su cuerpo se encontraba cada vez más débil. Tristemente falleció. Durante las dos semanas posteriores a la defunción de mi madre acompañamos a mi padre en esa casa, intentando ayudarlo en todo lo posible. Sentí su tristeza a cada momento y que su corazón se encontraba vacío sin ella. Tocaba el piano sin parar, repitiendo aquella melodía que seguro le hacía recordarla y siempre colocaba el retrato de mi madre en el atril. No obstante, nos pidió que nos marcháramos, que se encontraba bien y que teníamos que reanudar nuestra vida. Y así fue, un día decidimos marcharnos. Mi vida y la de mi familia tenía que seguir y, aún sabiendo que mi padre no se encontraba bien, iniciamos el regreso a nuestra casa.
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Aquel día, mientras me acercaba a aquella casa, sentí el recuerdo de aquel sueño penetrando en mi mente. Sabía que algo ocurría. Sentí ese frió punzante que araña nuestro cuerpo en los inviernos más desapacibles. Mi mirada viajaba incansablemente del camino terregoso, hacia el resplandor de aquella luna. Nunca había visto una luna tan luminosa. Mientras llegaba a la casa el recuerdo de aquel sueño se hacía más patente. Traté de recordarlo todo una y otra vez. Había pasado largo tiempo y muchos detalles se habían disipado. Pero sabía que algo ocurría y que en aquella casa mis recuerdos ya estuvieron en el tiempo. El resplandor de la luna hacía que casi no necesitara la luz de los faros para continuar mi camino.
Al fin llegué. Bajé del coche rápidamente y me dirigí a la casa. Entré guiado por una angustia tremenda. ¡Papá!.- grité. Todo era silencio, sólo las briznas de las ascuas del fuego de la chimenea perturbaban el silencio de aquella estancia. Mientras subía por las escaleras, escuché de lejos el sonido del agua del lago. Giré repentinamente y me dirigí al embarcadero. Al llegar observé la figura oscura de mi padre, ese resplandor cegador de la luna convertía en oscuridad el paisaje. ¡Papá!.- grité asustado. Vi como saltó de la barca. Me lancé a aquellas aguas y nadé tan deprisa como pude. Al llegar a la barca me zambullí y, tras varios intentos fallidos, pude coger el cuerpo de mi padre; como pude lo llevé a la orilla. Nada pude hacer. Mi padre había muerto. Entre lágrimas lo abracé desconsoladamente; daba la impresión que el reflejo de la luna sobre el lago se hacía cada vez más intenso. Mientras llevaba el cuerpo a la casa la luna guiaba mis pasos. Entré y deposité su cuerpo en el sofá. Al observar su cuerpo mis ojos se llenaron de lágrimas y me di cuenta que en su mano derecha sostenía una hoja. Abrí su mano como pude y, tras abrir la hoja húmeda, pude ver cómo un hilo de tinta recorría toda la hoja y, como si fueran arabescos entrecruzados por la humedad, vi esa frase que en mi sueño ya logré sentir: “siempre estaré contigo”. Subí las escaleras lentamente. Abrí la puerta y observé el reloj de pared, eran las once de la noche. Observé aquella habitación con el convencimiento de que ya había estado allí. El baúl se encontraba conforme lo soñé. Lo abrí y después de apartar los cientos de escritos encontré aquel diario, el diario que mi padre escribió antes de morir.
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No quise creer en aquel sueño revelador desde un principio. Pero aún así, tras la muerte de mi madre sus cenizas fueron guardadas, porque en el fondo sentí que ese sueño podía hacerse realidad, y así fue. Ahora con la muerte ya anunciada en aquel sueño, sólo me quedaba cumplir el deseo de ambos, esparcir sus cenizas en aquellas aguas. Y lo hice. Era el día señalado por ambos: 27 de Agosto de 2003. Cincuenta años han pasado desde aquel primer beso. Al lanzar las cenizas a las aguas de aquel lago, la luna irrumpió de golpe. No era una luna blanca, era una luna rojiza y brillante lo que hizo teñir al paisaje de un rosado romántico y desvaído: la unión del amor eterno se había concretado. Ahora cada 27 de Agosto mis pasos vuelven a aquella casa y en la noche solitaria miro al cielo, me fascina mirar su embrujo y la belleza de esa luna. La luna que unió el amor de mis padres. Tal vez ahora comprendan que el sueño es lo de menos en esta historia, quizás todo podía haber sido evitado pero, pensándolo bien, no hubiera tenido el suficiente aplomo de evitarlo, sobre todo siendo conocedor de primera mano de todo lo ocurrido.
Es un relato precioso, bien escrito, y que consigue emocionar. Gracias por compartirlo. Un saludo.