Fue en la misma plaza que nos besamos por primera vez, donde me dijo adiós. Bajo el mismo árbol. Enceguecido de ira y frustración por haberla perdido, le arranqué una hoja a ese gran árbol lleno de belleza y felicidad que supo cobijarnos tan bien en otros momentos. Le arranqué una hoja. Me habían arrancado el corazón. Me fui derrotado; sin mirar atrás.
Había pasado un mes cuando volví. Me senté bajo ese mismo árbol. Pero ya era distinto. No estaba con ella. La lloré. Noté que el árbol también había cambiado. Ya no era ni tan grande ni tan hermoso. Se veía lastimado, triste. Quizás mi enojo y desconsuelo hacían que lo viera así. En ese momento escuché una voz.
-“Todavía estoy enfadado contigo”, me dijo.
Era el árbol quien me hablaba. No sentí miedo. Solo acepté mi locura temporal y decidí contestarle.
-“¿Qué fue lo que hice para que te enojaras conmigo?”, le pregunté aunque realmente no me importaba la respuesta.
-“Me arrancaste una hoja. Una hoja que no estaba preparado para perder.”
Su voz se notaba debilitada por el sufrimiento de una herida que todavía no había cerrado.
-“Pero sos un árbol. Tenés miles de hojas. No es grave.”, le contesté.
-“¿Te parece?, yo te veo triste desde ese día”, me dijo.
Eso terminó de alterarme. Estaba escarbando en mi dolor.
-“No estoy triste por haberte arrancado una hoja”, le repliqué con cierta bronca.
-“Ya lo sé, como también sé que pronto lo estarás.”, me respondió.
-“¿Y qué tanto sabés?”, le pregunté sorprendido.
-“Los años no vienen solos. Soy un viejo árbol que ha vivido muchas historias. Los conozco desde el primer beso”, me dijo con aires de sabiduría.
No iba a dejar que ningún árbol me diera lecciones de vida. ¿Cómo puede entender lo que me pasa?; es un árbol. No quería el consuelo de un árbol.
-“No podés entender cómo me siento. Sólo sos un árbol. No podés comparar lo que me pasa con que te haya arrancado una miserable hoja”, le grité.
-“Yo no hice esa comparación. Aunque podría hacerla. No somos tan diferentes. Tenés muchas cosas que aprender”, me respondió.
No pude contener mi risa.
-“Me encantaría escuchar cómo explicas que no somos tan distintos Sr. Árbol”, le dije de manera desafiante y con cierto sarcasmo.
-“Está bien. Ahora sabrás por qué estoy triste”, me dijo.
-“Como ya sabrás, las hojas son parte de mí. Me dan vida; como también son esenciales para producir el aire que respiras. Gracias a ellas vos también vivís.”, dijo.
Hubo un pequeño silencio. Luego siguió:
-“Lo que no sabes es que cada hoja representa algo en mi vida. Hay hojas que uno deja caer con el tiempo, que representan el pasado y que quedarán en el recuerdo. Nuevas hojas vendrán llenas de vida para reemplazarlas. Pero hay otras de las cuales uno no quiere desprenderse. Y vos te llevaste la hoja que más necesitaba.”
En ese momento lo interrumpí. Estaba confundido, pero muy interesado en lo que me estaba diciendo.
-“¿Cuál fue la hoja que te arranqué?”, le pregunté.
-“Me arrancaste la hoja de un amor”, me contestó.
Su voz se quebró. Esta vez hubo un largo silencio. Podía sentir el dolor que le producía haberla perdido. Después dijo algo que nunca olvidaré:
Si por lo sucedido sientes culpa
No te aflijas, mi corazón te ha perdonado.
Pero me arrancaste la hoja de un amor,
Y me hundí en la pena de no querer aceptar
Que junto a mí ya no está
Porque la lloro siempre por las noches
Y la veo en mis fantasías cada día
Es que cada lágrima en mi rostro
Es dolor de toda una vida
Es una vida de vacío
Desde que no está conmigo
La sufro en silencio.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Era mi historia. Era el mismo dolor.
-“¿Has tratado de olvidarla?”, le pregunté envuelto en llanto.
-“Quizás vos tengas la repuesta a tu pregunta. Todavía veo el sufrimiento en tus ojos porque te ha dejado. ¿Has tratado de olvidarla? .”, me replicó con calma.
No sé de dónde saqué las palabras, pero le contesté:
Me han dicho mis amigos que la olvide
Pero qué fácil será quizás decirlo
Porque te juro que ya mil veces lo he intentado
Pero como niño cuando ha perdido su juguete preferido
Termino por llorarla, y ella, quizás
Sin siquiera imaginarlo
Nunca había hablado de eso con nadie. Sentía que podía entenderme. De repente, mi confidente era un árbol.
-“Perdóname”, le supliqué.
-“Ya te he perdonado.”, me contestó con una voz dulce.
Había algo que me sorprendía. Era la paz y la tranquilidad con la que me hablaba. No entendía cómo podía estar tranquilo si estaba sufriendo tanto como yo lo hacía.
-“¿Por qué estás tan tranquilo, si es que estás sufriendo?”, le pregunté realmente intrigado.
-“Por que entiendo algo que vos todavía no entendés”, me aclaró.
-“¿Qué es lo que no entiendo?”, le indagué.
-“Lo que no entendés es que aparecerá otra hoja que me llene de vida tanto como ella lo hacía. De manera diferente; pero que me devolverá la alegría, y hará que ese amor que alguna vez tuve, se transforme en un bello recuerdo. Un recuerdo como el de todas las otras hojas que han quedado en el camino de mi vida. A veces el destino nos pone a prueba.”
Esas fueron las últimas palabras que escuché de él. Palabras que me llenaron de esperanza. Palabras que necesitaba escuchar.
Han pasado dos años desde ese día. Todos los miércoles voy a pasar un rato bajo ese árbol al cuál olvidé preguntarle el nombre. Hoy se lo ve espléndido. Apareció esa nueva hoja que él estaba esperando. Y yo encontré la mía.
Hola queria felicitarte por esta historia es relamente conmovedora me ha hecho entender y comprender muchas cosas es por eso que te doy la gracias bayyy