Cual rayo de luz
que despunta el alba cada mañana
llegaba y se posaba en una rama
el maravilloso cantorcillo,
y desde allí, de la frondosa acacia
de rojas flores flores florecida
nos regalaba sus más hermosas melodías.
Dulce canto de canoras notas que,
embriagándonos de alegría el alma,
nos llenaba de entusiasmo
para afrontar el nuevo día.
Cantorcillo, además de su gallardía,
cantaba de lo lindo.
Su plumaje, de un amarillo con vetas
entre anaranjadas y rojizas
y su pico cual grano de maíz
con pinticas negras en la parte superior.
Tanto Paloma Torcaz, Paco Paco y Lobito Pollero
como los demás animalitos del jardín
esperábamos ansiosos su llegada al árbol
y escucharlo, para luego, como todas las mañanas
perderlo en la azul inmensidad.
¿Adónde se marchaba?
Ninguno de nosotros lo sabía.
Mucho menos si tenía novia
o si ya era padre de familia.
Nos conformábamos con escuchar su dulce canto
mas sin embargo, en el fondo de nuestros corazones
ya el hacía parte del diario transcurrir de nuestras vidas.
De repente, la paz reinante
en el abandonado jardín de la tía Teresa
se vió afectada por un hecho
por lo demás imprevisible.
Aconteció una mañana del mes de mayo,
un aire pesado se apoderó de todos
los que en el jardín vivíamos,
creciente letargo que propició el descontrol
en nuestras labores diarias.
Y fue que Cantorcillo aquella mañana
no llegó a despertarnos con su dulce canto,
por lo que a todos se nos habían pegado las sábanas.
-¡Algo tuvo que haberle pasado a nuestro querido amigo!-
Comentó preocupada Paloma Torcaz.
-Yo he visto como los humanos encierran en jaulas a los pajaritos-
agregó desconsolada y triste Abeja Miel.
-¡Y qué decir del malvado Gato, hace días que lo he visto rondar por el alar!- Agregó la Rana Soñadora.
-¡Sí!, definitivamente algo tuvo que haberle sucedido a nuestro querido amigo- Concluyó consternada ante tan preocupante situación.
La acacia, lucía esplendorosa, la lluvia del día anterior
había hecho reverdecer aún más sus hojas
y sus hermosas flores rojas hubieran inspirado
al menos sensible de todos los seres,
pero en el abandonado jardín de la tía Teresa,
nadie tenía ánimos para la contemplación
y mucho menos cuando temíamos lo peor.
Más aún, al enterarnos por boca de la misma Paloma Torcaz,
quien aterrorizada descubrió cerca del alar
por donde el hambriento Gato rondaba
un montón de plumas de pájaro herido.
Para complementar nuestra desdicha y desconzuelo,
Chicharra Chillona, aprovechando la ausencia de Cantorcillo,
se estableció de inmediato con toda su familia
en la acacia florecida,
por lo que en vez de melodiosas cantatas
teníamos estridente ruido hasta en la hora de la comida.
Ni orejeras ni copitos de algodón fueron suficientes
para contrarrestar semejante bullicio,
y mientras a nosotros nos consumía el dolor
de no saber de la suerte de nuestro pájaro amigo,
las Chicharras Chillonas, en su festín de celebración
chillaban y chillaban sin ninguna consideración.
Una semana de tortuoso martirio transcurrió
y ensimismados en nuestra angustia y desespero
ni cuenta nos dimos
de que las intrusas bullangeras,
de la misma forma como llegaron
de un momento a otro,
armaron sus maletas y se fueron.
Y fue que por el correo de los vientos,
ellas se habían enterado de algo
que nosotros ignorábamos todavía.
Tuvo que despuntar el nuevo día
para que embelesados y llenos de contento
por la presencia de aquel dulce canto
otra vez en nuestras vidas,
notáramos complacidos
que el amigo Cantorcillo estaba
nuevamente entre nosotros
y con él, una linda pajarita
que lo ayudaba enamorada
a construir de su amor, el nido.
Por lo visto, Cantorcillo, ya había encontrado compañera
y nosotros, recobrado la tranquilidad que creíamos perdida.
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