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SOBRE LA DEMOCRACIA

Gobierno del pueblo, régimen en que la voluntad de la mayoría se alza mediante votación.
En ningún momento de la historia ni en ningún lugar del mundo, el pueblo ha ejercido jamás el poder. A lo más que ha llegado es al derecho de elección de sus dirigentes y representantes, legitimando para ello a aquellas personas que voluntariamente han presentado su candidatura.
Que se sepa no existe nación o estado alguno en que se obligue a presentar candidatura a los individuos más dotados para la sabia conducción de los destinos de su comunidad.
Llanamente, resulta que el pueblo es libre de elegir sólo a los que por las razones que sea se han ofrecido como aspirantes. Si no son los más capaces, honrados o prudentes, estamos ante un problema que no se ha intentado resolver en las democracias de 200 años de antigüedad, ni en las de 100, ni en las de 50.
En cambio yo, incapaz entre los incapaces, me he visto obligado a presidir los asuntos de mi comunidad de vecinos cuando me ha tocado el turno, a servir al ejército durante catorce meses, a abrocharme el cinturón de seguridad del coche, etc.
Vemos con esto que dentro de un sistema democrático, garante de una presunta libertad, la exención de ciertas obligaciones se halla reñida con el también presunto beneficio común.
Qué mayor interés común, qué mayor bien común puede concebirse sino la obligación, oportunamente recompensada, de que aquellos más formados, más sabios, más prudentes y más diestros sean quienes, en el uso escrupuloso de la lógica, gobiernen y gestionen el rumbo de la nave.
A ellos y no a otros debiera pues elegirse. Si se diera el caso de la total, y repito TOTAL, negación por su parte en aceptar esa sensata obligación, la humanidad se enfrentaría a aceptarlo como un fracaso y a partir de entonces asumir sin género de dudas el hecho de que siempre gobernaran los ambiciosos, o a dejar que el caos hiciese lo que tuviera que hacer, con la resignación a que obligaría el misterioso comportamiento humano aún en sus mejores individuos.
No se debería descartar que el género humano fuera misteriosamente impotente para el desarrollo de sus posibilidades reales.
Se antoja paradójico que en un periodo de tiempo -a modo de ejemplo- comprendido entre el fin de la segunda guerra mundial y el año 2000, no se recuerden hitos en el avance, mejora, transformación, adecuación, etc, de la tan cacareada democracia.
Hemos asistido a pequeños retoques, por supuesto, pero en muchísimos casos meramente formales, e incluso esencialmente regresivos, con disfraz de progreso.
Las democracias occidentales eran más comprensivas y abiertas al afán de avanzar en 1978 que veinte años después. Eso es algo que he podido ver dada mi edad, pero para ser más concreto se podría recordar algún paso histórico relevante: En 1906 Finlandia concedió el pleno derecho a las mujeres. Imagino que cinco o seis años antes también debería parecer a muchos ciudadanos desaconsejable equiparar a un hombre con ese ser inferior que lloraba tan facilmente.
En Dinamarca la democracia alcanzó esa mejora siete años después y en 1920 la mayoría de los paises de Europa junto a los Estados Unidos.
En otro momento se le reconoció la ciudadanía a la raza negra y hubo un día en que algúna nación desterró de sus leyes la pena capital.
Esos son los pasos que se echan de menos. Se mejora sin freno la tecnología, se superan a diario los límites de la ciencia, de la medicina, de la comunicación. Los sueños de futuro sólo tardan unos meses en ser realidad y presente. Los automóviles, los satélites, los telescopios, las medidas, las exactitudes, el mapa genético. Todo menos la democracia, la libertad individual y los derechos.

Supongo que en cualquier momento histórico el pensamiento general habrá sido el mismo: Las cosas están establecidas así y quienes detentan el poder no permitirán cambiarlas.
Pero la realidad sí ha sido evidentemente modificada. La pregunta es si en el siglo veintiuno las mejoras de orden político deberán surgir otra vez de la sangre, si la justicia se tendrá que conquistar por las armas o por la razón, si sabiendo enviar naves al espacio, reemplazar órganos vitales y crear toda suerte de fantasías, no habremos sabido aprender realmente nada del pasado en lo que atañe a la mayor aspiración con respecto al hombre: la justicia, la libertad individual y algo tan poético y físico al mismo tiempo como es el respeto.

Frente a una máquina de escribir Underwood en 1940 se sentaba un empleado.
En 1970 tenía delante una Olivetti muchísimo más suave al tacto, pequeña y ligera.
En el 1985 se había convertido en una eléctrica que imprimía los caracteres con un leve roce.
Luego en máquina electrónica con memoria, formateado, etc.
En estos momentos el imparable avance tecnológico dispone para ese empleado de que hablábamos, todo un cerebro electrónico, una computadora capaz de llevar a cabo operaciones insospechadas. La interacción total, la globalización de los mercados y la economía.
Pero hay un detalle en que parece no haber caído nadie, o que se prefiere ocultar. Ni los políticos, ni las organizaciones sociales, ni las no gubernamentales, ni lo que es más repugnante, los intelectuales, NADIE ha reparado en que frente a esa evolución técnica se encontraba una persona cuyo respeto, cuya dignidad y cuya libertad no ha sentido mejoras acordes con el desarrollo técnico del mundo.
Sabemos que en la mayor parte de los asalariados, en el periodo de tiempo que tomé para el ensayo, las retribuciones han aumentado colocándolos en una cierta comodidad, lo que ha favorecido en gran medida una indolencia ante la inmovilidad o incluso regresión de las aspiraciones morales. Se ha inoculado en la mente colectiva la necesidad de un pensamiento único, unitario, homogéneo, unánime.
¿Nos recuerda algo este concepto?. ¿Tal vez tiranía, fascismo, stalinismo.?
Es mejor aspirar a un moderno turbodiesel, es mejor poder pagar una autopista de seis carriles, es mejor acceder a cien canales de televisión que a un código de la justicia ecuánime, a una sanidad igualitaria, etc. Es preferible la capacidad de compra de objetos a la propia dignidad, adquirir pasatiempos sedantes, que cultura o formación. Es mejor luchar por un electrodoméstico nuevo que por un sistema educativo racional y pacífico.

¿Y cómo avanzar realmente en la justicia?.
Sobre la teoría, la presion fiscal es directamente proporcional al nivel de bienes e ingresos. Todos aportan según su riqueza.
Yo con gusto aplaudiría eso si fuera cierto, pero no puedo, porque aunque lo fuese, existen algunos detalles que analizándolos un poco a fondo revelan una injusticia de dimensiones astronómicas.
Toda ley que en sus sanciones económicas no siga un principio de proporcionalidad, es esencialmente injusta, imnoral y naturalmente antidemocrática.
Las leyes o normas son confeccionadas para su cumplimiento obligado, pero sería de hipócritas ignorar que un día u otro cualquiera de nosotros infringimos alguna.
Un estacionamiento indebido, un exceso de velocidad, un comportamiento escandaloso en la vía pública, una demora en el pago de un tributo, ect, conllevan su correspondiente sanción económica.
¿Es necesario explicar que 500 Dólares no suponen el mismo castigo para un trabajador agrícola que para un señor notario.?
Parece de nuevo que 50 años no han sido suficientes para los sistemas democráticos sanaran esas pequeñas afecciones.
También es de claridad meridiana que el beneficio de poder pagar una fianza sitúa a la ley mucho más comprensiva para el señor desfalcador de banca que para el marginal robacoches.
Mientras no se aplique un principio de proporción de multas, el término justicia seguirá siendo un lamentable cinismo.
Si la tarea de la justicia es aplicar la ley, eso sólo significa que intentará hacerla cumplir, pero no quiere decir que se planteará si esa ley es sabia o un auténtico disparate. Por lo tanto, si las leyes emanan del Parlamento por la fuerza de la mayoría de los individuos que en su día se presentaron a las elecciones, llegamos por pura lógica a la conclusión de que el error está en que no gobiernan las personas adecuadas.
Tampoco se habría de recordar que al día siguiente de las elecciones, los vencedores satisfechos y legitimados por la voluntad popular, transforman de inmediato el discurso de las promesas en el de las excusas.

La democracia es el sistema menos malo de los ensayados por los hombres hasta ahora, pero no nos engañemos, por el bien de todos debemos seguir avanzando.
Si perdemos el empuje de subir, acabaremos bajando de nuevo. Ahora ya lo estamos haciendo.
Datos del Cuento
  • Autor: blas
  • Código: 6576
  • Fecha: 18-01-2004
  • Categoría: Educativos
  • Media: 4.47
  • Votos: 43
  • Envios: 2
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