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Categoría: Ciencia Ficción

SOBRE LOS PRINCIPIOS DIVINOS DE LA AERONÁUTICA

Un polvillo nubló sus ojos, arrojó la pica y se sentó a limpiarse la cara, la flamea arenisca bajó, y el púber anacoreta quedó sorprendido al ver un estuche que se revelaba entre la tierra. Cayó al piso arrodillado y se santiguó. Extrajo el antiguo artefacto con toda delicadeza y mientras el sol mordía su espalda tatuada, golpeaba la caja con acosado interés, antes que llegaran los punkeros. La tapa saltó y apareció ante sus asombrados ojos un MANUAL DE VUELO para un avión de caza. Un escalofrío heló su cuerpo, sus ojos se humedecieron y por un momento pensó que por fin se había manifestado la revelación esperada por el dios Pirg y que su doloroso retiro en el desierto había terminado. Elevó los ojos al firmamento para dar gracias por el milagro, pero sólo vio una sombra, un peregrino hambriento y desarrapado había sido testigo del hallazgo. El peregrino era un hombre inculto e idiotizado por la droga, para comprar su silencio le dio una pizca de basuco, que ellos utilizaban como incienso, y el estragado drogo se alejó hilarante.

 

El joven quedó sumido en exaltadas reflexiones, pensó que construirían un obelisco en su honor y que en lo alto una hélice se movería eternamente, meditaba asuntos semejantes hasta que recordó su voto de humildad, entonces se arrepintió. La ausencia del sol ensombreció las dunas, e inició el regreso al monasterio. Antes de dar la noticia al viejo abad se dirigió al santuario, donde un enorme Pirsingh incrustado en una lengua de caucho descansaba sobre el altar mayor. Hizo las reverencias del caso y en un acto de comunión haló cada uno de las tres mil armellas que llevaba en su cuerpo. Subió al despacho del prior, la estancia estaba adornada con dibujos y prototipos de aviones, el joven hizo una reverencia a los modelos y con la mayor humildad entregó la preciosa urna. ¡Santo Pirg!, dijo maravillado el abad cuando vio el contenido! un manual de vuelo para un avión de guerra!, añadió sorprendido mientras arqueaba los ojos. El joven estaba jubiloso, esperaba una honra del jerarca; pero cuando éste se recuperó de la sorpresa, le increpó: has quebrantado la regla de retiro, no estabas autorizado a regresar, condenó; lo despojó de las argollas que laceraban su cuerpo y esa misma madrugada ordenó su encierro en el sótano de la abadía.

 

 

Se tejieron muchas historias sobre aquel joven, pero en realidad todas fueron mera fantasía; no se volvió a saber de él, tal vez murió de hambre, sus huesos grises aún deben hallarse en el subsuelo del aeródromo, cualquier historia es incierta. Lo indiscutible, es que ahora el firmamento esta invadido por ruidosos aeroplanos que superan nuestras posibilidades y van piloteados por arrogantes hombres complacidos con sus perforaciones, quienes exhiben con orgullo un Pirsing en la lengua. Gracias al manual, el pior fue convertido en un dios vivo.

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