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Categoría: Urbanos

SOMBRAS MORADAS

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El dueño del bar, un tipo seco y blancecino de no orearse, es incapaz de seguir la conversación que le tienden sus parroquianos porque desde hace diez minutos está mosqueado mirando de reojo la puerta de los lavabos.
Hace ya demasiado rato que entró aquella chica que pidió un botellín de agua.
Se le agota la paciencia y se va para la puerta.
-!Pom, pom, pom!. !¿Qué pasa?. ¿Qué estás haciendo?!
Desde el interior, una voz gangosa y débil se arrastra sílaba a sílaba como si las palabras levasen ancla.
-No...pa.sa...na.da....Ya...sal.go...hom.bre.
Pero el tiempo sigue rondando la esfera de los relojes como una rata que no encuentra escapatoria.
Nervios, impaciencia.
-!Pom, pom, pom!. !Si no pasa nada, ya te estás largando, tía!. !Espabila de una vez!.

-Ya... voy...jo.der.- Contesta la chica, y se la oye murmurar como un viejo disco que va cayendo de vueltas hasta sucumbir.

Ella abre por fin y todos siguen con la vista una figura que atraviesa el bar hasta la calle improvisando pasos arrítmicos y deformes. Una coreografía inarmónica, desigual, amarga, estupefacciente.
Blusa de flores, chalequillo ocre de brillo sobado, pantalón de chándal negro con franja roja y rodillas dadas de ir por los suelos, temblores, ojos de media persiana, pelo enmarañado con pañuelo pirata estampado en psicodelia y mugre, delgadez precadavérica.

-!Aquí no vuelvas, asquerosa!.- Le dice el dueño. Y ella ni lo oye, ni le importa oir, ni es capaz aunque quisiera de ordenar un pensamiento.
-!La madre que la parió!. !La tía esa seguro que se estaba pinchando.!- Añade con rabia él, mirando a sus clientes.
-Que no ves el cuelgue que me lleva. Si esa no se entera de ná.
-Una desgracia. Estos así, arruinan a a toda su familia. Le roban hasta a su madre, ya ves.

La chica llega como puede a la boca de Metro más cercana y se sienta abajo en la escalera como los desperdicios que el viento reúne en los rincones inhóspitos.
A todos los que pasan, les pide dinero.
-Da.me...al.go...pa.ra...un...bo.llo..,tío.
Pero no mira nada, no es capaz de ver gran cosa con esos ojos a los que sólo les cabe la mitad del universo, la parte borrosa del mundo, la penumbra enferma y vomitiva de la vida, el substrato agusanado de un verde césped.

Ella necesitaba un pinchazo como siempre, un dulzor oscuro, una mordedura de serpiente. Ya no recuerda qué es lo que tuvo que hacer esta vez para conseguirlo.
Su boca de sonrisa cérea se va transformando en mueca y luego en rictus. Cae la cabeza ladeada sobre el hombro y un instante después, el corazón le envía un último latido a la garganta dejando desmayar por la barbilla un fragmento de alma densa. Un alma de olor a caverna que atraerá por la mañana al camión de la basura.

Y tenían sus labios más vocación de ser mudos que de contar.
Y sus oidos negaban la voz del piano.
Y sus manos cerradas se dejaban morir en los bolsillos.
Y su sabor hundía en la lengua una piel de palosanto.
Y traía en sus ojos, sombras moradas de El Greco.

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Datos del Cuento
  • Autor: luis jesus
  • Código: 7391
  • Fecha: 27-02-2004
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.43
  • Votos: 44
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3539
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Angel F. Félix
invitado-Angel F. Félix 27-02-2004 00:00:00

Sombras moradas bajo sus ojos sin sombra, y en la sociedad humana ni la quieren ni la nombran ("Sombras moradas", de Luis Jesús)

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