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Quizás un ejército de virus, gérmenes y bacterias se calcen las armas, afilen sus dientes y se encomienden a la suerte, buscando su vida en la nuestra, abriéndose paso por vías de una respiración ajena.

Se lucha.

Todo lucha contra todo por sí mismo.
Se riñe el oxígeno del aire, ya sea de forma inmisericorde, ya sea con sentidas lágrimas y pesar profundo, y se arranca si es preciso la imprescindible bocanada de un pulmón más débil.

Se disputa.

Se disputa esa porción de vida que siempre se presiente amenazada sin tener indicio alguno.
Se muerde el pan de cualquier boca, hundiendo el miedo y la rabia en la indefensión más asequible.

Se caza.

Se caza, y no hallará el agresor en los cimientos de su razón, razón remota que le ilegitime.
Hay que vivir. Y frente a un "hay que vivir" asumido, las normas son un no sé qué secundario, si no último.
No hay más que temblar menguado ante aquello de que se es despojado, sin oponer nada que no sea rendición.

Se pelea.

Puestos en la vida, quién sabe qué suerte de contrato será ese que nadie firmó, que no redactó nadie y en virtud del cual ninguna condición es sine qua non.
Quizás una plaga de costumbres, convenciones y vicios depositen en nosotros las larvas de su ponzoña, infectándonos la piel de escrúpulos que impiden presentar lúcida batalla.
La enfermedad del respeto incapacita nuestras defensas. Cuando para algunos, no habiendo nada que no muera, escaso valor puede tener la vida.
Y cuando raras veces es precioso algo abundante.

En este mundo se caza: Somos virus.

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.(Dedicado a esos señores para los cuales un bombardeo es justificable si con eso se consiguen objetivos económicos.)