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Salamanca (parte 2)

Según lo que cuenta mi gente, lo que contaban mis abuelos y los abuelos de mis abuelos, era que el Tue Tue Nunca había sido visto. Tal vez podían oírle, pero nunca observarlo.

Un ave de la noche, que canta con su nombre entre las tinieblas y la oscuridad.

Los más valientes pero estúpidos cargaban su vuelo de la única forma que conocían,

Otros en tanto más cobardes pero menos estúpidos, los levantaban de la forma más eclesiástica que sabían.

Una vez que el muchacho se hubo bebido el té, miró a Andrés por entre Jairo y yo, y simplemente le dijo que ya no le dolía nada, pero que tuviera cuidado para la próxima vez, que no lo iba a andar cuidando siempre, que huevones hay en todos lados, pero como él, ninguno.

Su rostro radiaba cierto temor, no me había percatado, pero su ceja izquierda estaba marcada por una pequeña cicatriz que le volvía humano aquel rostro palidecido que había visto durante la caminata de vuelta a casa.

Cuando hubo terminado le despedimos, Jairo y yo, solo en ropa interior como nos habíamos levantado del susto, y Andrés con su pijama a rayas que tanto le gustaba.

Los tres creímos que era una broma de alguno de nosotros pero no era así, aunque en una primera instancia ninguno tenía idea de nada.

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Después de los casamientos en los que mi orquesta tocó allá en Salamanca, nos regresamos a Requínoa, y yo dejé por allá mis ardientes deseos de encontrar aquella cueva que tanto temor y excitación producía el solo hecho de encontrarla a quienes algo saben de ella.

Teníamos unas trasnochadas enormes por los días de fiesta, más el viaje, de modo que cuando llegué a casa el día domingo por la noche, solo atiné a darme un refrescante baño y a la cama.

Pimpinela, donde yo vivo, un sector de Requínoa es súper tranquilo, y al ver los inmensos cerros, árboles y el aspecto tranquilo, me recordaba la estadía de Salamanca, me preguntaba incesante si algún día volvería allí para esa vez, encontrar de una vez por todas la tan nombrada cueva de los Brujos Salamanqueños o Salamancos.

Durante la semana no pasó nada relevante, hasta la llegada del día jueves.

– Bien muchachos- nos dijo Carlos, el baterista- en Salamanca tuvimos tres tocatas de doscientos mil pesos, de modo que son seiscientos mil totales, divididos en los ocho músicos de la orquesta, son setenta y cinco lucas para cada uno- calculó y repartió el dinero correspondiente luego.

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– Bien muchachos- agregó el representante del grupo- yo les tengo otra noticia más.

– Diga- le dije.

– Tenemos otro trabajo.

– ¿Dónde?- preguntó Wilson poniendo su guitarra.

– En Machalí- subsanó el manager.

– ¡Qué bien!- exclamé- ¡más brujos!

Algunos se rieron, otros en tanto me miraron como si rieran tratando de olvidar lo que había ocurrido en Salamanca.

– ¿Y entonces…?- pregunté.

– Hay que ensayar porque es otro matrimonio, y en este quieren música toda la noche, además, después del matrimonio, tenemos vacaciones.

Todos miramos expectantes.

– Vamos a ir a la Reserva Nacional Río de los Cipreses, de Coya para arriba, pasando por Cauquenes.

– ¡Wow!- exclamé embobado.

– ¿Y vamos por el día, o a quedarnos?- inquirió Wilson moviendo las clavijas de la guitarra tratando de hacer sonar lo más afinadamente a 440 el mí, la primera cuerda.

– A quedarnos, obviamente, aunque las cosas se traen de vuelta por el equipo de staff.

– ¿Ellos no van?- preguntó Jairo.

– Si van, pero como saben, tienen que encargarse de las cosas primero.

– Ok.

– ¿Ensayamos?

– Claro.

Así estuvimos la noche del jueves, para que el día viernes a primera hora de la tarde, saliéramos a Machalí.

Machalí es un pueblito como el mío, y como tal queda súper cerca, será a caso media hora o cuarenta minutos de viaje.

Cuando llegamos a estirar las piernas para no acalambrarnos en la tocata, nos recibió un muchacho que me recordaba al salamanco, pero este era un moreno pálido, de rostro misterioso pero un tanto más simpático, de voz ronca y ojos café oscuro.

– Pasen- nos dijo.

Al acceder, entramos en un enorme salón donde nuestros instrumentos estaban listos, el equipo de staff arregló todo y esperamos silenciosos la noche, cuando la ceremonia comenzó y la novia y el novio nos invitaron a comer a tocar para su fiesta y pasarlo excelente toda la noche.

Como orquesta, es terrible tocar toda una noche, porque te desvelas y al otro día duermes en el día y despiertas en la noche como si fueras vampiro, y para nuestra suerte, ese día salíamos de vacaciones, de modo que al terminar la hora que decía el contrato, (07: A.M), nos fuimos a los camarines que tenían destinados para nosotros, nos cambiamos ropa y como el sol ya estaba pegando fuerte, nos pusimos nuestros chores y salimos súper veraniegos a subirnos al furgón, y emprender marcha más arriba de Machalí, al llegar a Coya y tomar ruta hacia Cipreses.

La ruta aquella es un camino muy mal hecho.

El camino en sí es de tierra y Cipreses es una localidad que queda entre cientos y cientos de cerros en lo más profundo de las montañas deslindando con kilómetros y kilómetros de cordillera albina.

Como les decía, el camino era de tierra y para nuestra suerte el furgón estaba comenzando a quedar varado debido a lo empinado de las montañas y la carga de todos nosotros, de modo que había que bajarse en algunas partes para poder seguir más adelante. El sol sofocante y lo extrañamente parecido a Salamanca.

El camino de tierra, las pendientes, los pedreríos, era escalofriante.

Al seguir el camino notamos que el polvo era en exceso demasiado, y  pensamos que era tal, que al momento de sonarnos, la mucosidad nasal iba a salir de un negro barroso a causa de la tierra.

Para muchos fue así.

Al llegar a la localidad, vimos que comenzaba un camino de asfalto, (para variar solo unos metros, pudieron haberlo hecho todo el trayecto), llegamos al terminar el camino y observamos un inmenso portón con las iniciales: R.N.C, (Reserva Nacional Cipreses).

Cuando entramos, pagamos lo que había que pagar, pasamos al baño, observamos un poco en el museo, la flora y fauna nativa y emprendimos marcha entre unas turas muy bien arregladas con letreros y toda la cosa.

Subimos y subimos por áreas verdes hasta un claro donde había parrillas y mesas y sillas y baños para poder estar cómodos, de modo que bajamos nuestros cachueros, y mientras algunos preparaban un rico asado de comienzo de vacaciones, otros parábamos las tiendas para la noche, juntábamos un par de piedras para hacer una fogata, y nos alistamos.

No se veía mucha gente, pero de que la había, la había.

Cuando todo estuvo listo, comimos, y para pasar un buen rato, sacamos algunos balones de vóley y jugamos en unos inmensos campos verdes que allí había, jugamos fút, y a ratos nos mojábamos en los aspersores gigantes con los que regaban el pasto.

En la tarde, Wilson, Jairo y yo nos dimos un tour por un sendero hasta lo más arriba que pudiéramos llegar, encontramos una cascada y nos encontramos con algunos amigos del matrimonio, nos saludamos, sacamos fotos y en eso, sentimos el cantar de él.

– ¡Tué – tué – tué – tué – tué!

– Cállense par de chistosos- nos advirtió Wilson poniéndose el dedo índice en la boca.

Jairo y yo solo asentimos con la cabeza.

Cuando el aleteo desapareció junto con el canto, nos devolvimos y la noche nos calló encima.

Había baños en perfecto estado, y duchas que parecían las de una mansión, con la única mala suerte de que el agua era helada, y soy de esos que me gusta el agua helada, pero para bañarme en la noche, no. Tenía que ser mucha la calor para que me bañara con agua helada, pero como ese noche no la hacía, (porque estábamos en cordillera), no me quedó más que resignarme y entrar aunque se me enfriara la sangre de todo el cuerpo.

Al salir, algunos otros se bañaron, (aunque había tres duchas en total), nos juntamos en la fogata y comenzamos a cantar, las cosas típicas que uno hace en esas ocaciones.

Todo se veía tan lejano, tan pasado.

– ¡Me gusta todo de tí!, ¡tu sonrisa, tus ojos, tu cara!- cantábamos alegres.

– Mira Niñita, te voy a llevar a ver la luna, brillando en el mar…- cantamos después…

Yo tocaba la guitarra, (toco muchas cosas), y Wilson un acordeón, (pues algo sabía también), y nos decidimos a tocar algún corrido o cosas así, pero en vez, salió un tema muy conocido en Chile, y sobre todo en la parte austral del país.

– Un gorro de lana, te mandé a tejer, para el duro invierno, que vino a caer…- estábamos alegres y uno que otro, pasado de copas.

Jairo y Andrés por su lado, estaban completamente ebrios, casi votados con su cerveza en la mano, pero igual seguían cantando.

Hubo un instante en el que sonriendo miré la mesa donde habíamos comido aquel día, estaba fuera del alcance de las llamas de modo que algo se veía, pero súper poco.

Observé algo que me llamó la atención y que era casi como un rostro humano que nos observaba penetrante.

Miraba y trataba de identificarlo, pero no se me ocurría nada.

Fue cuando el rostro del chiquillo de Salamanca se me vino a la cabeza.

En ese preciso instante observé que salió volando a mi vista y paciencia, pero oculta de la visión de todo el resto de los que allí estaban.

– ¡Tué – tué – tué – tué – tué – tué!- cantaba el muy maldito haciendo que los pelos se me pusieran casi de puntas.

Su cantar era abominable.

Jairo lo escuchó y el miedo lo hizo ponerse sobrio nuevamente.

– ¡Por la mierda!- exclamó Danilo el bajista mientras sorbía un poco de té.

– Callados, callados, callados- farfulló Carlos, el baterista mientras el cantar del tué – tué se seguía oyendo.

– A la chucha- espetó Wilson rebuscando en una bolsa.

De allí, sacó un pequeño salero, lo abrió y se echó un montón de sal en la palma de la mano.

– ¡No Wilson!- advirtió Danilo- ¡tú sabes que te va a traer consecuencias!

Caso omiso de toda palabra.

– No me importa.

Tras estas palabras, Wilson echó el puñado de sal en la fogata, y olor a plumas quemadas se sintió en el ambiente, fuera de que una llamarada entre azul y celeste comenzó a despedir chispas por el sodio.

El tué – tué se dejó de sentir y un batir de alas nos asustaba pues se sentía caer desde el cielo.

El nombre se siguió escuchando un rato más tarde, pero en tierra. Wilson con su acción lo había votado a tierra.

Cuenta la gente vieja, que cuando el tué – tué anda volando, la única forma de votarlo del vuelo, es echándole sal al fuego, acción que Wilson tomó como iniciativa, y allí la acción verídica, pues el pájaro se había caído, ya no volaba y se escuchaba súper cerca.

– ¡Levántelo, Wilson!- le dijo Carlos.

– No pienso levantar a ese pájaro culiao, tiene que irse de aquí.

– Levántelo y dígale que se vaya.

– No, ni una wea.

El tué – tué seguía cantando.

En la noche, Jairo estaba durmiendo en mi tienda, (siempre dormimos juntos), y entre las tres y un cuarto para las cuatro, me habló para ver si estaba despierto.

– Sí, ese pájaro wn no me deja dormir.

– A mí tampoco.

– ¿Levantémoslo?- le propuse.

– No, ¿estás falto de cordura?, me da miedo, y no sé cómo se hace.

– Tienes que rezar, tres Ave María, y el pájaro sale volando.

– No, igual no quiero, después va a venir para acá.

Sin hacerle caso a mi primo, recé los Ave María correspondientes y dije al aire:

– Dime quién eres, o si te conozco.

Tras ello, el pájaro que Wilson había votado salió a vuelo, y en un abrir y cerrar de ojos estábamos durmiendo de nuevo.

Sentíamos piedritas en la carpa cuando despertamos faltando diez para las seis y el sol que ya alumbraba un poquito.

Cuando salí, observé a un muchacho de piel blancuzca y pelo lizo, además de una pequeña cicatriz en la ceja izquierda.

– ¡Tú!- le dije.

– ¿Por qué mierda me votaron?- me espetó sin mirarme.

– Nos asustaste, ¿querías que te aplaudiéramos?

– No era razón para echarle sal al fuego, ese pelado de Wilson me las va a pagar. Me las va a pagar.

Conversar con él, me producía cierta intranquilidad, como si estuviera corriendo peligro, pero me dijo que no era así, que no me iba a hacer daño, después de todo, había salvado a Andrés la semana recién pasada.

– ¿Y qué hacías aquí?

– La cueva de Salamanca se mueve- me dijo- tiene muchas entradas y salidas, idas y venidas.

– ¿Hay alguna aquí?

– Sí, pero no puedes ir.

– ¿Por qué?

– Anda a dormir.

Le hice caso, y me fui, cuando entré en la tienda, lo sentí caminar, y al rato, el típico tué – tué – tué – tué… ese que para los pelos del  miedo.

Pensaba en las entradas y salidas de la cueva de Salamanca, eso que se mueve y que tiene muchos lugares por donde entrar, de modo que traté de pensar en el chico como para llamarlo, pero lo único que obtuve fue un sueño pesado.

Lo observé a él, bailando con una mujer de su misma edad posiblemente.

Ví a muchos jóvenes en realidad, parecía una fiesta de esas que organizan los amigos y al rato está lleno de muchachos de entre tu dad y siete años más.

Algunos bailaban, otros comían, algunos se besaban, y ya más entrando en la intimidad cálida de que todos te vean, algunos tenían relaciones sexuales entre la multitud, mujeres agachadas frente a hombres guapísimos, (imagínense ustedes haciendo qué), otras frente a ellos pegamos a base dé, otros recostados en sillones y bla, bla, bla.

Comencé a buscarlo a él, pero lo único que fui encontrando fue a gente adulta que no hacía más que comer y conversar de ganado, de caballos, de vacas, de corderos. Algunos sostenían en sus manos lo más hermosos cubiertos de oro y plata que jamás haya visto y entre el gentío, un hombre que metía algunos en sus bolsillos. Era Wilson.

De la nada salió de la cueva y para su sorpresa lo seguí, lo acorralé y lo acusé de ladrón. Me dijo que no tenía nada, cuando metí mis manos a los bolsillos y lo único que hallé fue una tibia humana de bebé no más de cinco meses.

Era pequeña, estaba aún en estado de descomposición y Wilson dio un grito del demonio.

Jairo y yo nos despertamos de golpe, y con las escenas de sexo en el sueño, desperté con mi miembro erecto, algo que a Jairo no le importó pero con lo si me molestaba seguido, diciendo que me había aprovechado de él porque estaba ebrio, a lo cual yo contestaba que de ser por eso, no estaría sentándose sobre su trasero pero bueno.

Así como andábamos nos dirigimos a la carpa de Wilson que estaba cerrada en su totalidad, tratamos de abrirla pero solo se podía abrir por dentro y el hombre estaba tan choqueado que solo nos quedó con una navaja cortar el contorno para que pudiera salir.

Cuando estuvo casi listo el corte, Wilson empujó el plástico hacia adelante y salió corriendo a gatas como pudo y respirando entrecortadamente diciendo que quería irse en ese momento, que quería irse ya.

Al asomarnos, la tibia de mis sueños estaba sobre el saco de dormir del viejo, en estado de descomposición, llena de larvas y con algunos deditos del pie, como el anular, medio, meñique, el tobillo se veía también y allí el olor también acompañaba.

– ¡Quién me hizo esa broma!- preguntó.

– Me quedé cayado, tiré de la polera de Jairo y lo miré.

Creyó que había sido yo, y se culpó, Wilson le regañó como nunca y luego Jairo a mí.

– ¡Jairo!- le exclamé cuando estábamos en nuestra carpa, yo no hice nada.

– ¿Y por qué me dijiste que fuiste tú?

– No te lo dije, solo te miré, porque…

– ¿Por qué…?

– Porque soñé con esa wea.

Ante eso me miró, sus ojos salieron de sus órbitas y simplemente me abrazó.

– ¿Qué wea pasa?

– No sé, pero de que está raro, está raro- afirmé.

Luego de eso, Wilson nos contó algo más, algo que no sabíamos, pero eso es algo que les contaré después.

El final abierto de lo que pasó en Salamanca y que nos siguió hasta Machalí fue algo bien raro. Jairo había dejado el grupo, de ahí el hecho de que no siguiera con nosotros, pero para nuestra suerte, ayer, 16 de Febrero se reincorporó.

Brujas y Brujos, Machis y Curanderos.

Chile tiene mil leyendas y cientos y cientos de historias.

Algunas pasan de la cultura Mapuche, mi cultura ancestral, a mi cultura popular,

Y sin duda, todo lo que el pueblo Mapuche cuenta, lo cuenta porque es verdad.

No me explico que algo ficticio haya ocurrido y haya sido tan tangible como lo que vivimos.

Si hubiese sido solo un cuento, palabrerías de una india o indio loco, serían solo palabras,

Pero lo que vimos, fue una visión clara de lo que Se ha Dicho, se Transforma en Hecho.

Datos del Cuento
  • Categoría: Terror
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