Muy temprano salí de casa no sin antes darme una buena bañada y llenarme el estómago de un suculento desayuno. Ya en la calle prendí el radio. Era Cheyenne, lindo tipo, hermosa música que me hizo recordar viejos amores, hermosas pasiones, anhelos frustrados. Eso tiene de lindo la música, te transporta a tiempos intensos, ya sean buenos o malos. Me sentí muy contento de estar allí, manejando, recordando cuando sin darme cuenta llegué a la Parada, un lugar en donde compro insumos para el negocio en donde laboro. Bajé muy contento, aun era temprano y fui directo a las compras. No me demoré ni dos horas y ya todo estaba realizado. Con toda la carga volví a mi auto pero no lo encontré. No estaba. Me han robado, pensaba mientras me aproximaba al lugar en donde lo había dejado. Un hielo se puso en toda mi mente. No existía Cheyenne, nada existía. Todo era frío. La muerte me mostraba su careta amarilla. No, me dije, no, no por favor... Llegué con todas mis compras y, efectivamente, no estaba mi auto. Pregunté a las personas que se hallaban por ese lugar, y una de ellas me contó que hacía dos minutos un señor, igualito a mí, se había ido con el auto lleno de mercadería... La miré y sentí que ella sabía más, que quizá conocía a los ladrones. ¡La policía!, grité. Todo calló. Se hizo un hueco en el mundo, en donde yo caía y caía perdido en un abismo extraño en donde la gente empequeñecía hasta hacerse todo negro. Todo continuó dando vueltas y perdí el conocimiento. Cuando abrí los ojos, estaba sentado en mi auto, con toda la mercadería puesta adentro y con un grupo de personas mirándome a través de la ventana como si vieran a un muerto. ¿Qué ocurre?, les pregunté. Sus rostros se soltaron y escuché: Borracho, loco... Estaba dormido. Luego, soltaron una gran carcajada y empezaron a dispersarse, alejarse de mí auto para continuar caminando por las calles. Me extrañó todo esto, pero estaba en mi auto, no lo había perdido. Me sentí el hombre más feliz del planeta. Lo arranqué y continué mi camino, rumbo hacia mi centro de labores. Prendí la radio, y allí, sí, allí estaba Cheyenne... Sonreí y me dije que la vida es un sueño muy hermoso, pero a veces, se convierte en una pesadilla...
San isidro, agosto de 2006