Desconozco el avance de las manecillas del reloj y por ello no sé cuanto tiempo llevo aquí encerrado; no pensé jamás en contar las horas, pero es que cada minuto que pasa bajo esta atmósfera aburrida y abusiva se convierte ya para mi en una eternidad.
La radio esta encendida, y no encuentro bajo su opresor y ausente sonido desintonizado la compañía necesaria para amenizar mi estancia y evadirme del silencio que acribilla mis tímpanos. Así que me entrego a largos y monótonos quehaceres con el dios Cronos esperando la gloriosa noticia de mi victoria sobre los elementos, de que mi casa prisión ha llegado a su fin y nuevamente pueda volar en libertad. Realmente eso es lo que hubiera deseado: libertad; pero mis piernas fueron encadenadas con los grilletes que me atan y me sepultan bajo las cuatro paredes de mi hogar; y así, como tantos inquilinos bajo sus techos, espero encontrar aquí la calma que tanto ansío. Sólo hay una puerta de entrada hasta mí, cual agujero de ratas para el desequilibrio, y tras ella la depresión, con el monótono golpear de unos nudillos huesudos, llamaba a mi puerta. La muerte quería entrar en el interior, y su gélida voz gutural, su sonido sordo y angustioso, cual llanto o grito de dolor y auxilio maltrataba mi ser. Tarde o temprano, dejándome vencer por la locura, abriría la puerta y dejaría al segador pasar; pero por de pronto no iba a ser hoy.
Aún conservo mi cordura; cordura menguada bajo mi triste y gris realidad, pero cordura al fin y al cabo. No soy el único, no son tan diferentes de mi el resto de personas, pues son muchos los que estarán como yo solos y apartados del mundo, y sin saberlo habitando, cavando y dando lujo a sus propios nichos de muerte: ataúdes pulcros y blanqueados en donde disfrazar el Hades con flores primaverales. Y mientras Ella esperará pacientemente al encuentro de todos nosotros de la misma manera que la luna espera sin vacilar a la noche para poder reinar.
Alzo el índice contra el cielo; en su defecto a mi trozo de techo y maldigo a la humanidad, maldigo a los padres que me dieron vida, maldigo al Dios que le dio vida a mis padres, y amenazo a grito pelado y garganta desgarrada a los opresores que me hostigan desde más allá de lo evidente. Pero mi palabrería se pierde como chispa efímera en la oscuridad. La realidad es que sigo encerrado en este viejo caserón de montaña, único refugio de la ladera norte, antro sudoroso, ataúd para el alma, prisión para mi mente, y porque no, también mi hogar.
Es poco el tiempo que llevo aquí encerrado bajo puertas y ventanas precintadas; aun así, ya noto que me falta el aire. Y es que aquí la atmósfera empieza a estar un poco viciada, y no sólo por el estancamiento del aire, sino por el olor dulce de la muerte que lo inunda todo: perfume personal de una vida apagada, aroma para el buitre carroñero y la hiena. Es el olor a rancio que desprende lo que queda del pobre anciano que fue en vida el antiguo propietario de este caserón. Su cuerpo, o lo que queda de él, continua consumiéndose en la bañera cuya agua templada se está continuamente renovando, pues los grifos continúan abiertos creando una corriente de agua pútrida que colma la bañera, desciende por el blanco y calcáreo brazo del viejo y se pierde por los intersticios del suelo levantado y abrupto. Desgraciada suerte la de aquel hombre, pero en la selección natural mueren los débiles para dar paso a los más fuertes, y en medio de este desierto de la desolación, ahora mismo soy aquí yo el Rey.
Con la mente presa del embriagador brebaje que es la inspiración me dejaba transportar sobre las líneas de este cuaderno de bitácora en un intento por sondear los abismos del profundo cañón que separa la realidad de la ficción, el mismo cañón que hace caer preso del pánico y la locura a aquel, que como yo, se haya asomado a contemplar el borde de todo lo desconocido, y no solo eso, sino que se ha dejado empapar por su grandeza notando su furia al dejarse caer en él, hasta que un ruido asoló todo pensamiento de mi cabeza. El traqueteo me cogió totalmente por sorpresa. Alguien u algo llamaba a la puerta.
Miré hacia todas partes y a través de mis cuatro paredes me pareció escuchar a la voz de la locura llamándome, nunca; nunca la dejaría entrar.
Quien o lo que estuviera tras la puerta de mi bunker la estaba intentando forzar mientras el viejo pastillo se lo impedía una y otra vez. En medio de aquel aporrear incansable contra la puerta una voz creí oír. Parecía la voz de un hombre, voz entrecortada por el frío, voz que gritaba en un idioma ya olvidado por el hombre y que solo la esfinge, que guarda con recelo toda la necrópolis de Giza, consigue recordar. Era la misma voz que desesperada e impíamente intentaba forzar y derribar el portón de mi fortaleza.
Grandes, repetitivos y estruendosos fueron sus esfuerzos, y bajo ellos los goznes, de la única barrera que separaba a mis captores de mi, creyeron ceder. Yo de pié; con la mirada fija en la puerta. Frente a frente con ella. Dándole mi apoyo para que aguantase y no dejase entrar en mi refugio a aquella atrocidad de los tiempos.
Toda mi atención quedaba capturada en aquel instante. Golpe tras golpe mis músculos se ponían más en tensión, golpe a golpe se afinaban un poco más mis sentidos. Estaba en guardia por si mis hostigadores hasta mi lograban acceder.
Guardaba silencio sin moverme ni atreverme prácticamente a respirar mientras esperaba el momento en que tuviera que actuar. En mi mano el frío acero quemaba mi piel; pues blandía un hacha manchada en la misma sangre del viejo cadáver que habitaba sin alma la bañera del servicio. Este era mi territorio, este era mi mundo y aquí no se permitiría entrar a nadie, quien o lo que entrara por aquella puerta correría la misma suerte que el anciano.
Pero pronto cedieron los grandes esfuerzos de aquella abominación que intentaba acceder hasta el refugio, y por suerte, la puerta continuó en pie. Todo quedó preso del silencio sepulcral que seguía al caos, un silencio de muerte desde el cual notaba sobre mí la vigilancia de un asaltante que no conseguía ver. Silencio bajo el cual se encuentran los depredadores atentos esperando el momento para dar caza a su presa. Corto silencio tras el cual nuevamente se levantó la tormenta.
Y una a una fueron forzadas brutalmente todas y cada una de las cinco ventanas por aquella atrocidad de los tiempos, por aquella entidad extranjera que quería acceder al refugio. Sin embargo, ninguna de ellas dio vestigio de querer abrirse y vislumbrar mi interior, interior en el que aguardé durante toda una eternidad con los ojos cerrados y los oídos tan abiertos que casi por ellos podía mirar. Contemplaba sus pisadas, las pisadas que se desplazaban por el exterior del refugio, de una a otra ventana intentando abrirlas, los mismos pasos de aquellas entidades malignas venideras de ultratumba que mi inmaculada intimidad querían arrebatar.
Y así y allí proseguí: de pie, escuchando, de pie, esperando.
Poco a poco toda la algarabía cesó, y nuevamente todo quedó bajó el manto del silencio. Yo aguanté en posición tras la puerta con las piernas flojeando por la tensión contenida. Sólo deseaba que, fuera lo que fuera, lo que había en el exterior hubiera cesado en su empeño por entrar. Sin embargo no me moví ni bajé el hacha, si me cogían por sorpresa estaba perdido. Largas horas fueron las que así pasaron, quizás más que eso, pues dentro de aquel palacio de todo lo abominable no corría el tiempo, largas horas para mí, un instante para el mundo, largas horas hasta que mis piernas por falta de energías se sentaron.
No volví a escuchar nada. Por hoy había vencido a la locura, pues la puerta continuaba cerrada. Pero también sabía que tarde o temprano, de algún modo, Ella la intentará nuevamente forzar.
...Este es el primero de los siete días, si os interesa más...
Tumorena, he intentado enviarte por correo los días que siguen de la historia, pero me dice que la dirección de "tumorena" no existe. ¿La escribiste bien? enviame un e-mail si eso a mi direccion y me dices algo, así ya te envio yo el resto de la historia. Saludos y gracias x haberla leido. :D