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Categoría: Hechos Reales

Sigo aquí

Ayer por la mañana cuando iba a trabajar me ha sucedido algo que me gustaría contaros.

Acelerada, con el pensamiento en esas nubes que encierran las ideas mañaneras producto de no haber dormido bien me acerqué a mi cafetería de siempre a tomarme un cafe templado y rápido antes de entrar en el trabajo.

En la puerta de la cafetería me encontré con un hombre joven, pero vestido con ropas viejas y que mostraba barba descuidada de bastantes días. Al verme mi intención de entrar me extendió una de sus manos, ajada, estropeada claramente por la dureza de su desconocida vida y esbozando una tímida sonrisa me pidió una moneda.
Yo absorta en mis pensamientos apenas le hice caso y sintiendo ganas de tomar un café rápido apresuradamente mientras entraba le dije: no, lo siento.

Tomándome ya dentro mi café no podía dejar de pensar, de mirar hacia el exterior y ver como ese buen hombre continuaba allí, impasible, cansado, de pie, pidiendo. Me imaginé un simple cambio de papeles, yo fuera pididiendo a tempranas horas a la puerta de una cafetería, él dentro degustando un café templado y un buen zumo de naranja.

Pero en ese momento al ver que el hombre miraba todo el tiempo hacia adentro mi cabeza transformó la compasión que estaba surgiendo en mi por la incredulidad e intolerancia diciéndome: tal vez está justo en la puerta para dar pena, tal vez así desayune todos los días sin pagar, tal vez no pide monedas para comer, tal vez, tal vez....

Al salir volví a tropezar con sus ojos y de nuevo con una sonrisa me pidió dinero. Ofuscada en mi pensamiento, nada generoso, le negué con la cabeza, esta vez sin palabras, lo que me estaba pididiendo.

Ya en el trabajo tenía una de esas reuniones que a veces padecemos algunos mortales. En la sala una compañera discutía sobre un tema que nos ha traido de cabeza toda la semana. Cercana a ella otro compañero bostezaba ampliamente tratando de hacernos comprender lo aburrido y tedioso que le estaba resultando lo que decía. Ella, al darse cuenta de esa falta de respeto se ha dirigido a él contrariada y con cara de pocos amigos diciendole: -¡Sigo aqui!
Pero él, más que sentir vergüenza, con voz muy templada y mirándola ha dicho con sorna: perdona, no te habia visto.

Ni que decir tiene que tal frase ha provocado las risas contenidas de todos los que allí estábamos que conocemos perfectamente las tiranteces y tiranías que hay entre ambos. Pero el momento ha quedado ahí y todos hemos podido continuar escuchando, debatiendo posturas, hasta el final de la reunión.

Al salir del trabajo, remontando la calle que me lleva a mi casa, al pasar por delante de la cafetería cual ha sido mi sorpresa al ver de nuevo al hombre de hacía varias horas atrás, en la puerta, pìdiendo, con su mismo gesto cansado, tal vez más cansado, con su sonrisa triste, sus manos ajadas y con unas cuantas horas más... Al verme, al recordarme, me ha mostrado de nuevo su sonrisa pero esta vez bajando los ojos como con vergüenza tan solo ha acertado a decirme: - Sigo aquí.

En ese instante, al escuchar frase conocida dicha de forma tan diferente, se me han derrumbado los motivos, las justificaciones de porqué no le había dado una moneda y sacando de mi bolsillo varias las he posado en su mano. Al hacerlo él ha ampliado su sonrisa y yo tan sólo, consciente de lo que iba a hacer, le he mirado a los ojos diciéndole: perdona, no te había visto.

Las mismas frases, pero ¡qué distintas sensaciones!!
A veces las personas decimos: ¡sigo aquí!, de forma altiva, orgullosa, prepotente, es un decir: eh!, haz el favor de escucharme que yo también soy importante!. Y por respuesta reciben el cinismo, la sorna de unos, las risas contenidas de otros o el silencio. Con esa misma frase, otras personas, con su vida cuesta arriba, tratan de decirnos: siento que vuelvas a tener que verme, pero es que sigo aquí, porque no tengo otro sitio mejor al que ir, tal vez antes no me viste, antes no podías ayudarme y por eso vuelvo a intentarlo. Y la respuesta nace del corazón, no tropieza con ninguna otra idea que no sea la compasión, la humildad, la comprensión y la nobleza del sentimiento.

Al marcharme, escuchando tras de mi un débil gracias, me dí cuenta de algo muy importante:
cuando se hace algo con humildad y con compasión, surge una respuesta espontanea, cercana, positiva, compasiva y tolerante. Y jamás... jamás se aprecian las risas contenidas de nadie.
Datos del Cuento
  • Autor: :-)
  • Código: 9505
  • Fecha: 12-06-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.44
  • Votos: 41
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1552
  • Valoración:
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