Hacía un calor infernal, ni la brisa qué nos regalaba el día podía aplacar aquél infierno de calor. Tome a mi nieta entre mis brazos, le di un beso y le dije, "Amor, ¿quieres que vayamos a la piscina? Hace mucha calor, allí te refrescaras." Mi nietecita de cinco años y de nombre Linda, me dijo con su vocecita de niña inocente y mimada, "Abuelita, vamos mejor al balcón, ahí hace fresco, los árboles nos dan una brisa saludable, eso dice mamá. Ayer fuí a la piscina, hoy quiero qué me cuentes un cuento." Mi nietecita adorada.¡Cómo le gustan mis cuentos! Siempre ha preferido estar conmigo y qué yo siempre le lea un buen cuento antes de irse a pasear. Solo dos cosas hacen feliz a mi nietecita Linda, qué le cuente cuentos y qué la lleve a la tienda de juguetes, allí ella escoge su juguete favorito y después me dice qué de ese juguete le invente un cuento. Ella disfruta mucho de mis cuentos y le gusta hacer muchas preguntas. Es una niña muy habladora y preguntona, muy inteligente.
Linda escuchaba atentamente aquel cuento tan humano y tan real qué le hacía su abuelita doña Carmen. "Todas las mañanas cuando iba de camino a mi trabajo, miraba hacia un edificio color blanco y rojo. Allí había una ventana larga y estrecha, y en esa ventana había un espacio pequeño y largo como la ventana. En ese espacio se refugiaba un anciano qué no tenia casa, qué no tenia dinero, no tenia familia y menos amor. No muy lejos de él se veía un carrito de compras cargado de muchas porquerías, cómo bolsas sucias, potes vacíos, cajas con comida vieja, ropa vieja, cobijas viejas, sucias y rotas. Eso era todo lo qué poseía aquel pobre viejo. Allí en aquél rincón de aquella ventana larga se escondía el viejito, huyendole al frío y a la lluvia. Así pasaba algunas horas, para despues irse a caminar muchas millas, buscando dónde le dieran de comer, donde pudiera saciar su sed. Aquél pobre viejito no tenía un hogar, ni nadie qué se preocupara por él. Nadie le demostraba amor y caridad. Su cara se veía triste, sus ojos cansados. Parecía qué no dormia bien y tampoco descansaba aunque fuera un poquito. En aquél hueco, escondido cerraba sus ojos cansados por unos momentos, para después abrirlos un poco asustado. Miraba hacia donde estaba su carrito de compra, aquello era todo lo qué él tenia y temía qué otro viniera a robárselo. Cuidaba de aquél carrito como se cuidaba del frío que cruelmente lo azotaba, y por eso se escondía en aquella ventana."
"A veces no lo veía, lo buscaba con la vista, allí estaba su carrito pero él no estaba en su espacio. Quisás alguién le dio cincuenta centavos y se fue a la tienda más cercana a comprarse un café, para calentar aquél cuerpo sucio y con frío. Cuando no lo veía me daba temor qué algo malo le hubiera pasado. Pero al otro día pasaba por el mismo sitio y allí estaba de nuevo el viejito, refugiándose del mal tiempo. Tenia su barba blanca y un poco larga. Usaba un abrigo gastado y sucio, color morado. Sus zapatos también gastados y más grandes qué sus pies. Un sombrero muy usado, como si lo llevara puesto toda su vida. Quisás se lo encontró en un basurero o alguién qué lo iba a botar se lo regaló. Yo lo miraba con pena y me sonreía, él me miraba y también me sonreía. Su sonrisa era más una mueca. Muchas veces me dieron deseos de ayudarlo, pero no me atrevía, además iba de prisa para mi trabajo, aunque siempre llegaba cinco minutos tarde. Le pedía a papá Dios qué lo ayudará y qué siempre le apareciera algo para comer. No conocía a aquél pobre hombre, pero su situación me dolía. Deseé muchas veces ser rica, para darle albergue a aquellas pobres gentes qué no tenían un hogar seguro, qué se mojaban cuando llovía, se congelaban cuando hacia frío, qué se asfixiaban cuando hacia calor. ¡Qué negra suerte la de esa gente! Y yo me preguntaba, ¿están así porque quieren? ¿Cuándo jovenes nunca trabajaron? ¿Acaso es qué están locos y les gusta vivir así? ¿Y el gobierno qué hace por ellos? ¿Qué pasa con esa gente cuándo se enferman, cuándo se mueren? ¿Ya no hay caridad en este mundo?.
Nunca he podido darle nada a ese viejito, solo mi amistad por medio de una sonrisa mañanera, una plegaria al qué todo lo puede para qué cuide de él, y qué encuentre qué comer. Y la preocupación de lo qué le pudo haber pasado cuando no lo veo en su rincón favorito. Pero me consuelo al ver su carrito, eso quiere decir qué está por ahí cerca. Dios escuchó mis plegarias. De seguro está tomandose una tacita de café calientito. ¿Porqué a su edad no tiene hogar, no tiene amor? ¿Habrá sido malo en la vida? ¿Tuvo esposa e hijos? Y sí es así, ¿dondé están sus hijos? ¿Dondé está la recompensa de su vida de trabajo? ¿Porqué vive en la calle? ¿Porqué nadie lo busca? ¿dondé está su familia? ¿Será viudo? ¿Será un enfermo mental o un presidiario? No importa lo qué haya sido, es un ser humano, sé ve inofensivo. Sonríe con tristeza y está muy cansado. ¿Dé quién es la culpa? ¿Cuál será su historia?.
Hay muchos como él, sin hogar, sin amor. Muchos más jovenes y fuertes. También conmueven el alma, pero qué a su manera pueden afrontar la vida, siempre y cuando no estén enfermos. Si buscan encuentran, y si tocan a esos no se les abrirá porque ya son seres qué por su apariencia teme la sociedad. Si tiene frío se les debe abrigar porque así dejó dicho nuestro padre celestial. Los jovenes tienen energías para luchar, ¿pero qué tiene este pobre anciano? Quisás remordimientos, verguenza, arrepentimiento, dolor, coraje, rencor o angustia antes las circunstancias de la vida. Cuál haya sido su pasado, no me importa. Me preocupa su situación ahora. Ver a un ser desamparado y a su edad, da qué pensar, duele el alma. Los niños son los ángeles de Dios, los ancianos son la experiencia de la vida. Los niños como los ancianos necesitan amor, mucho amor y mucho cuido.
Debemos amar a los ancianos como amamos a los niños. Maltratar a un anciano es como maltratar a un niño. Hoy pasé por el sitio de siempre, miré, no estaba el viejito, aquél hueco estaba vacío. Lo busqué con la vista por todos lados, no vi su carrito, aquél su tesoro más preciado. Me pregunté, ¿qué le habrá pasado? ¿Estará enfermo, tirado en cualquier esquina? ¿O quisás un alma generosa qué por allí pasaba lo invitó a desayunar? ¿Pero su carrito lleno de harapos y porquerías dondé está? ¿Estará en un hospital o se habrá muerto? No sé el porqué, pero sentí miedo, mucho miedo por aquél viejito. Las lágrimas de mis ojos comenzaron a brotar, mi esposo me miró compasivo, pero no comentó nada. Al otro día camino a mi trabajo, volví a mirar hacia la ventana. Mi corazón dió un vuelco de alegría..... allí estaba el viejito...... tenia un abrigo largo y casi nuevo. Ese día estaba muy frío. Una gorra caliente cubría su cabeza de algodón. En sus manos una taza qué botaba humo. Quisás un café o un chocolate caliente. Lo miré y le sonreí, él me miró, también sonrió. Está vez en su cara no habia tristeza, se veía muy contento. Miré a mi esposo qué con sus ojos rojos, casí a punto de llorar, por primera vez esa mañana sonreía. Llegué a mi trabajo, llena de alegría le dije a todos, "Buenos días, Dios los bendiga." Lloraba, pero ésta vez de felicidad. Por primera vez ví a aquel viejito sin hogar y sin amor, feliz. Quisás no estaba del todo feliz, pero estaba bien abrigado, sin frío, una taza caliente de liquido le calentaba su estómago, a lo mejor por días no habia comido nada caliente. ¿Ahora quién será el valiente qué lo invité a una buena cena? Alguién qué no lo viera con los ojos del alma como yo, si no como un ser humano qué necesita un hogar, una familia, cuido y mucho amor.
Cuando terminé el cuento, mi querida nieta me miró con su ojos de inocencia, lloraba lágrimas de ángel. Tristemente me dijo,"abuelita nunca me habias contado un cuento así, no te pude entender mucho. Pero siento pena por ese viejito, no quiero qué le pase lo mismo a mi abuelito ni a papá. Por eso cuando yo sea grande los voy a cuidar mucho. ¿Verdad abuelita qué nunca vas a dejar solo a mi abuelito, siempre lo vas a querer?" "Si ángelito- contesté- tu abuelito nunca pasará frío ni hambre, y menos tu padre, teniendo una hija tan linda y buena como tú."